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Lenín Moreno, el último resquicio para el socialismo del siglo XXI

Por Raúl Mendoza Bustamante - 01/06/2017

Ecuador, de la mano de Lenín Moreno, podría ser el último resquicio por el cual intentará sobrevivir el llamado ‘socialismo del siglo XXI’.

 Lenín Moreno, el último resquicio para el socialismo del siglo XXI

Foto: EFE/José Jácome

La izquierda latinoamericana vive tiempos difíciles, y su permanencia en la región se ha complicado tras perder el poder en Argentina y Brasil, o estar a punto de perderlo en otras naciones, como Venezuela, cuyo actual gobierno se encuentra sumido en el escándalo y la desaprobación internacional. No obstante, en Ecuador la izquierda parece estar asegurada, al menos por un periodo más, tras la victoria de Lenín Moreno en las recientes elecciones presidenciales de este país, efectuadas el pasado abril.

Sucesor de Rafael Correa, Moreno tiene la encomienda de volver a encauzar la buena voluntad del ciudadano ecuatoriano hacia la política de izquierda y hacia el partido oficialista Alianza PAIS; el reto no es sencillo, dado que la política de corte social ha perdido fuerza en Latinoamérica y podría encontrarse ante sus últimos días, tras el increíble repunte que tuvo a finales del siglo XX y principios del XXI.

 

El ascenso de la izquierda en Latinoamérica

En 1999, cuando Hugo Chávez se hizo del poder en Venezuela, nadie se imaginaba la tendencia izquierdista que había comenzado a gestarse en el sur de América. A la llegada de Chávez le sucedió la de Lula da Silva en Brasil (2003), y la de Néstor Kirchner en Argentina (2003). Uno tras otro, varios países latinoamericanos voltearon sus miras a otro tipo de política; una apuesta distinta al neoliberalismo que, más que desarrollo, había dejado sinsabores en la zona.

Uno de los juicios más comunes en aquella época, sobre todo de analistas que veían con buenos ojos el ascenso de la izquierda en Latinoamérica, era que, al haber un cambio de política en bloque, los países podrían apostar a convertirse en un contrapeso de Estados Unidos, país que, por muchos años, ha ostentado el poder hegemónico para dictar políticas en el continente. En el aspecto económico también surgió optimismo, pues en algún momento se planteó la posibilidad de crear un bloque comercial, no solo para intercambiar productos entre los países latinoamericanos que lo conformarían, sino para entablar relaciones comerciales con otras partes del mundo: entre más alejadas de Estados Unidos, mejor.

Sin embargo, la ideología que permeó en los distintos regímenes lejos estuvo de ser homogénea, dado que los contextos y los actores políticos no eran los mismos.

En Venezuela, después de un intento fallido de golpe de estado, Hugo Chávez llegó a la presidencia por la vía democrática. A diferencia de Lula o Kirchner, compartía más trazas con los viejos revolucionarios de la ola comunista que con los jefes de estado contemporáneos: con su formación castrense y su inseparable atuendo militar, se asemejaba más a Fidel Castro, que a cualquiera de los presidentes que habían ocupado el cargo en Venezuela antes que él. Su ejercicio del poder no desentonó con su apariencia, pues pronto se convirtió en una especie de dictador/caudillo que se perpetuó en el gobierno venezolano por 14 años.

Lula da Silva, por su parte, había intentado hacerse de la presidencia de Brasil en tres ocasiones (1989, 1994 y 1998) antes de lograr su objetivo en el 2003, todas por la vía democrática, tal y como se esperaría de un político de carrera, que en sus logros tenía haber fundado el Partido de los Trabajadores, asociación política que a la postre lo llevaría al poder.

Las formas de gobernar de Chávez y Lula no podrían ser más dispares entre sí: el primero apostó por una postura beligerante que poco a poco aisló la economía de su país, mientras que el segundo se convirtió en un ícono de la administración pública al llevar a Brasil a los primeros lugares de desarrollo en la zona, a lo que algunos analistas se referirían como el ‘milagro brasileño’. La gestión de Lula significó un parteaguas que hizo a Brasil parte de un selecto grupo de países que puntean a nivel internacional por su desarrollo económico, y que dio pie al acrónimo BRIC (Brasil, Rusia, India y China).

Así que hablar de la izquierda latinoamericana es ambiguo pues, aunque formaron parte de una misma ola, los países vivieron de forma distinta los cambios que esta trajo, y obtuvieron, también, distintos resultados.

 

Ecuador y la izquierda tardía

En el caso de Ecuador, el cambio de rumbo político se dio siete años después que en Venezuela, y tres años más tarde que en Brasil. En 2006 Rafael Correa ganó las elecciones presidenciales de este país a pesar de no contar con una amplia experiencia como político, pues en su currículum tenía solo tres meses de experiencia como funcionario público, al haber sido ministro de Economía en la administración de su antecesor, el presidente Alfredo Palacios, en 2005. Pese a esto, Correa contaba con amplia experiencia en materia económica, tanto en la academia como en instituciones privadas del calibre del Banco Interamericano de Desarrollo.

En los escasos días que estuvo al frente del Ministerio de Economía, Correa dejó ver que sus ideas económicas contrastaban con las del presidente Palacios, pues miraba con recelo las relaciones con los Estados Unidos y apostaba más a crear relaciones comerciales con países de la zona. Al encontrar reticencia en Palacios, político de corte liberal, Correa renunció al cargo y al poco tiempo fundó, junto con otras figuras políticas de su país, el movimiento Alianza PAIS el cual, tras pactar acuerdos con otros partidos políticos de Ecuador, se presentó a las elecciones de 2006 con Correa como candidato. Ya como presidente, el alguna vez catedrático de Economía tuvo como principal objetivo implementar el ‘socialismo del siglo XXI’ en su país: una política humanista enfocada a mejorar las condiciones de vida de las personas más vulnerables, sin descuidar los sectores claves del desarrollo nacional.

Pocas cosas hay que reclamarle a Correa, pues a pesar de mantenerse 10 años en el poder, ejerció de forma limpia su mandato; las principales problemáticas las enfrentó con sus fuerzas armadas, por diversas cuestiones de corte laboral, así como las críticas constantes de la oposición, para quienes Correa fue una persona autoritaria y antidemocrática. Sin embargo, la ciudadanía lo mantuvo al frente de su país por tres periodos y le brindó la confianza para que su legado continuara con Lenín Moreno, quien fungió como su vicepresidente de 2007 a 2013.

 

Lenín Moreno, continuidad o cambio

Tras una peleada contienda contra Guillermo Lasso, abanderado de la alianza CREO-SUMA de tendencias liberales progresistas, Lenín Moreno ganó la presidencia de Ecuador con apenas una diferencia superior al 2 por ciento de los votos obtenidos por su adversario. Su victoria, no exenta de controversia, fue un espaldarazo a la convaleciente izquierda, que ahora mengua en Latinoamérica y que en la práctica no ha cumplido las altas expectativas que en algún tiempo generó.

El balance, a casi 18 años del comienzo de una opción política que quiso hacer frente al neoliberalismo, es más negativo que positivo, pues los objetivos de desarrollo que en algún momento se plantearon no se cumplieron. Venezuela, el baluarte ideológico de este cambio, se encuentra sumido en una tremenda crisis económica y humanitaria que poco tiene que ver con las ideas de bienestar social que en su momento Chávez defendió.

Pese a esto, Moreno tiene la oportunidad de demostrar, en lo que dure su periodo, por qué sería conveniente no apartarse del socialismo y apostar por una política incluyente que privilegia el aspecto social al económico, sobre todo después de los descalabros que ha tenido la izquierda en Argentina y, más recientemente, en Brasil. Sin embargo, el panorama luce complicado para Ecuador que, de la mano de Lenín Moreno, podría ser el último resquicio por el cual intentará sobrevivir el llamado ‘socialismo del siglo XXI’.


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