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Salvar a la “Santa María”

Por Andrés González - 24/06/2021

Las ideas expresadas en las columnas, así como en otros artículos de opinión, no necesariamente corresponden a la línea editorial de Códice Informativo, y solo son responsabilidad del autor.

La Plaza de Toros Santa María tomaba forma por esos años de los sesentas del siglo pasado. 

 Salvar a la “Santa María”

Foto: Andrés González

Cuando inició la construcción de la Plaza de Toros Santa María de Querétaro en 1962 – siendo inaugurada en el 63 –  este lugar era, literalmente,  la orilla lejana de la ciudad.

La hoy Avenida Constituyentes atravesaba la parte sur de la Alameda Hidalgo, siendo continuación de la Carretera Panamericana y que antes de llegar al punto de la Plaza, doblaba hacia San Luis Potosí, en lo que es hoy la carretera 57.

Una derivación de esta era la carretera libre a Celaya, que comienza donde está hoy la Plaza. La autopista Querétaro – Irapuato estaba por abrirse en ese mismo año, cuando su construcción data de 1962.

Las instalaciones de la Universidad Autónoma de Querétaro ocupaban  la Prepa Centro, cuando en las cercanías de la carretera 57, estaba por construirse el monumento a don Benito Juárez, inaugurado el 15 de mayo de 1967, justo en el primer centenario del Triunfo de la República.

Y a los pies de Juárez es que se construyó el Centro Universitario actual. No podía ser mejor el lugar, con el tácito mensaje de ser un sitio donde floreciera la universalidad del pensamiento y la defensa de los valores de la patria.

La Plaza de Toros Santa María tomaba forma por esos años de los sesentas del siglo pasado. 

Para la inauguración oficial, con un lleno hasta las banderillas, se dispuso un cartel de lujo, con lo mejor de México pero también de España. Salieron al ruedo las cuadrillas, elegantemente ataviadas, de los toreros Alfredo Leal – todavía sin Lola – Antonio del Olivar y el español Miguel Mateo “Miguelín”. Era la tarde del domingo 22 de diciembre de 1963. Un día para la historia.

Así,  la Fiesta del Toro es pasión, arte, pero también tragedia.  Unos meses después, el 21 de febrero de 1964, el matador de toros Gabriel España recibe en esta Plaza la primera cornada, de las aspas de un toro de la ganadería de Valparaíso.

La historia y su devenir son inciertos y totalmente desconocidos.

La posibilidad de la compra-venta de este lugar aparece en momentos difíciles provocados ciertamente por la pandemia, pero los tiempos también han cambiado.

La  Ley de Protección Animal que data desde 2014 y revisada en el 2019, justo antes de la pandemia, le sacó vueltas a este tema de los toros, sobre todo por la enorme cantidad de empleos que aún genera – o generaba – desde el propietario ganadero y criador del toro de lidia, caporales, alimentadores  del ganado, herradores y marcadores del toro, transportistas, enganchadores.  Y  ya en la Plaza, corraleros, picadores, banderilleros, matadores del toro desde luego, forcados, músicos presenciales , boleteros, revendedores de boletos y toda la gama que abarca la impresión de los carteles de los toros – algunos eran una verdadera obra de arte – o la muy larga lista de vendedores al interior de la plaza, de cerveceros, de botas para bebidas, adornos de la fiesta, hasta los que pululan en el exterior de estos  como cuidadores de vehículos y espacios – los “viene, viene” – o los lavadores y  enceradores de estos.

Pero vuelven a aparecer las muchas sociedades protectoras de animales, dado que la lidia del toro bravo es un espectáculo cruento. Y están en todo su derecho de pedir su prohibición.

En Francia, las corridas de toros son incruentas. No matan al toro. En España – y según me comenta con propiedad Norman Pearl, uno de mis lectores, “desde hace cuatro años las plazas de toros en Andalucía, Valencia y Cataluña están cerradas por la oposición ciudadana”. Y ahora son lugares donde se han montado extraordinarios museos.

Aquí se han dejado oír, con autoridad suficiente en la materia, tanto las voces de Pepe Báez, del experimentado periodista y conocedor de la fiesta brava, Andrés Estévez; del cronista Andrés Garrido, entre otros muchos, que dan su punto de vista sobre este tema. La coincidencia de varios de ellos es que este lugar no vaya al “picadero”, sino que se salve el edificio como patrimonio cultural de la ciudad de Querétaro.

Y ¿Cuál podría ser el camino que este inmueble tome? Dada la voluntad y decisión de don Nicolás González Aréstegui, sucesor de don Nicolás González Rivas, su constructor.

Ofrecerla en venta a otro empresario del ramo del espectáculo, con preferencia para los queretanos.

Porque foráneos los hay y del mismo ramo, como a don Alberto Bailleres, uno de los hombres más ricos de este país, empresario ya en otras plazas, propietario de al menos un par de ganaderías y amante de la fiesta brava; el mismo Xavier Sordo Madaleno Bringas, propietario de ganaderías históricas como la de Xajay, aquí en el cercano Tequisquiapan. O bien a don Alejandro Ramírez, propietario de la “Plaza de Toros del Arte”  de Morelia – un nuevo concepto en su diseño y construcción – pero además, conocido de don Nicolás González Aréstegui.

Si a estos u otros empresarios no les interesa – por la pandemia, por estar en suspenso actividades del espectáculo, por lo que usted quiera o mande – la otra y digna salida es que, para evitar la destrucción del inmueble, sea adquirido por el gobierno local, estatal o municipal. Y convertirlo en el “Museo Nacional de la Tauromaquia”, administrado que fuera por el DIF, con renta de locales para beneficio de los bomberos, del propio DIF o de la Cruz Roja, por citar instituciones de beneficencia pública. Y locales además.

Una pequeña muestra está en la ciudad misma de Querétaro, donde las cantinas “La Selva Taurina” – y son siete – propiedad de las familias descendientes de don Pedro González Matehuala, qepd,  son pequeños museos taurinos, con recuerdos, fotografías y toda clase de menajes sobre el toro y la fiesta brava.  Una de estas es propiedad del licenciado Pedro González Rivas, la que está cercana a los Arcos de Querétaro; otra, la de la calle de Ezequiel Montes, es administrada por la señora Norma Villar Galaviz, viuda de don Sergio González Rivas.

Hay que ver y sentir ahí la pasión y el gusto por la fiesta brava.

Algo parecido a estos pero en grande, sería el “Museo Nacional de la Tauromaquia”.

Complementario  a esto sería la creación de un Fideicomiso para administrarlo, en el que no tuviera parte directa el gobierno, pero si propiedad.

Don Rafael Camacho Guzmán eso hizo al terminarse la construcción del Estadio Corregidora de Querétaro, para que su funcionamiento corriera a cardo de un fideicomiso. Y fue creado  el fideicomiso “Ventas y Servicios de Querétaro” al frente del cual estuvo Andrés Marroquín, teniendo como mando superior a don Jaime de Haro. “Que el circo – decía don Rafael Camacho Guzmán – lo manejen los cirqueros, pero no el gobierno”. Y funcionó bien un tiempo.

El meollo del todo este asunto es que sea salvado el edificio de la “Monumental Plaza de Toros Santa María de Querétaro”, preservarlo para Querétaro y los queretanos.

Eso sería lo  verdaderamente importante.

Andrés González

Periodista de toda la vida, egresado de la escuela Carlos Septién García, catedrático en la Universidad de Guanajuato, analista político en radio y prensa escrita, además de Premio Estatal de Periodismo en el 2000.


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