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Una herida que no cierra: 3 historias sobre los sismos del 85 y 19S

Por Staff Códice Informativo - 19/09/2018

Los terremotos más mortíferos que se han vivido en el país marcaron un antes y un después para los supervivientes; tres historias se entrelazan para narrar su perspectiva de la tragedia

 Una herida que no cierra: 3 historias sobre los sismos del 85 y 19S

Foto: EFE

Por Germán Meneses / Carmen Galván

Eran las 07:19 horas del 19 de septiembre de 1985, un jueves como cualquier otro, y en ese momento nadie imaginó que el entonces Distrito Federal quedaría partido por la mitad en su historia y derrumbado en su majestuosidad; sin embargo, tan solo dos minutos después, como el Ave Fénix, la capital de país comenzó a resurgir con las alas de la solidaridad de los ciudadanos que quedaron de pie y con fuerzas para retirar escombros y rescatar a vivos y muertos.

Es la experiencia de un reportero, que a los 17 años de edad vivió el sismo más fuerte que se haya sentido en la etapa moderna del Distrito Federal, con magnitud de 8.1 grados en la escala de Richter y con saldo de tres mil 192 personas muertas, miles de personas heridas y millones de personas más que se quedaron con las heridas del recuerdo, de esas heridas que nunca sanan.

Manuel López debía exponer ese día en la clase de geografía a las 07:30 horas; salió corriendo de su casa ubicada en calle Medellín, en la histórica colonia Roma, rumbo a su escuela preparatoria que se ubicaba, hasta la fecha, en la colonia Juárez.

Ese día, si alguien le hubiera dicho que todo sería diferente en unos minutos más, no lo habría creído. Las viejas casonas seguían en su sitio, como vigilando la vida en las calles de Londres, Lucerna, Hamburgo y Liverpool; los guisos del mercado seguían conquistando paladares, y los amigos caminaban, como él, rumbo a la escuela.

Cuando el reloj pasó a las 07:19 horas se escuchó el tronido de las paredes de la escuela preparatoria, las tuberías se rompieron, una escalera cayó, hubo desconcierto, pánico y un grito unánime: “está temblando”.

Habían pasado cinco segundos, quizás 10, pero la vida en el Distrito Federal comenzó a cambiar estrepitosamente, la historia citadina se partía en dos y su majestuosidad se derrumbó. Efectivamente, todo era diferente a partir de ese momento.

En aquella época, ante un sismo de esas magnitudes, casi nadie sabía cómo actuar, qué hacer, cómo ayudar, cómo evitar morir, cómo sobrevivir, solo eran reacciones por instinto. Las mismas autoridades no tenían planes de emergencia para un evento natural de tal magnitud, no había protocolos.

Si algo había que rescatar de los escombros, más allá de vidas humanas, era la solidaridad, el ímpetu y el coraje del bueno por ayudar a los que en ese momento eran los más necesitados, a pesar del dolor, a pesar de saber que en casa, en la colonia Roma, estaba su familia esperándolo, aunque no sabía si con vida o en la Gloria.

Manuel caminó de la colonia Juárez a la colonia Roma en busca de su familia, que se había quedado en casa. A su paso vio lo que nunca imaginó: la escuela secundaria “Héroes de Chapultepec”, donde había estudiado años atrás, estaba en ruinas; abajo de los escombros escuchó voces de auxilio, sabía que ahí estaban sus maestros, tal vez algunos compañeros.

Trató de ayudar, y lo logró. Quitó algunos escombros, pero en su mente estaba su hogar, su familia, y decidió continuar con dolor camino a casa. Fue un camino eterno, infinito, inolvidable e indescriptible.

Vio también en ruinas la primaria Alberto Correa donde estudió; vio caído en su totalidad el edificio de Fonacot, vio también en ruinas el edificio de la entonces Secretaría de Comercio y Fomento Industrial, y decenas de viviendas donde las voces salían de los escombros.

Las calles y avenidas eran un caos, donde vehículos particulares, patrullas, ambulancias, unidades de transporte público y ciclistas trazaban sus propias rutas, las rutas de la desesperación que sólo deseaban regresar con los suyos.
Por la noche del 20 de septiembre hubo otro sismo, superior a los 6 grados en la escala de Richter, que causó mayor pánico y terminó de tirar lo que había quedado tambaleante.

Es justamente la solidaridad ciudadana la gran noticia que dejó aquel sismo de 1985, que según los expertos de la época, dejó a la capital del país como si ésta hubiera sido bombardeada, la cual rindió frutos reflejados en el sismo que ocurrió en la Ciudad de México un 19 de septiembre, pero de 2017.

El caos regresó 32 años después: un sismo cambió la vida de Celia

32 años después del sismo del 85 se sintió el segundo terremoto más mortífero del país, el cual tuvo un magnitud de 7.1 grados con epicentro en el estado de Morelos, y que dejó 360 muertos, 3 mil 289 heridos, así como daños en viviendas y edificios en los estados de Puebla, Morelos, Tlaxcala, Estado de México, Hidalgo, Guerrero, Oaxaca y la Ciudad de México.

Para Celia Falcón, una joven de 21 años que cumplía la meta académica de estudiar un semestre en la reconocida Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), recuerda que ella y una compañera permanecieron sentadas, horas después de que en los estacionamientos y explanada de Rectoría realizaron el simulacro conmemorativo con motivo del sismo del 85.

Minutos después de las 13:00 horas escuchó crujir los vidrios del edificio de su entorno, observaba cómo los alumnos salían de los edificios, y podía sentir el movimiento de la tierra entre sus pies, una sensación que permaneció en ella tiempo después del 19 de septiembre.

“Tengo muy grabada la sensación del piso moviéndose, entonces recuerdo que después del temblor pasaron dos semanas y yo caminaba y todavía sentía raro en mis pies, como que no terminaba de plantarlos, yo sentía que se seguía moviendo”, narró la joven egresada de comunicación y periodismo.

En esos momentos no dimensionó la intensidad y la magnitud de lo que había pasado, un chico puso la radio de su carro y fue cuando, poco a poco, se enteró de los daños en los distintos puntos del país; y, entonces, decidió irse a su casa y tomar el metro. Fue ahí cuando pudo ver la dimensión el desastre.

Vagones abarrotados, gente incomunicada, ataques de pánico, miedo. “Ahí fue cuando pensé ‘¿qué voy hacer si tiembla, si yo estoy aquí?’ no había pensado en eso, y comencé a asustarme más”.

Aun cuando llegó a su hogar, un departamento ubicado en el primer piso, el pánico continuó. No había luz y sólo escuchaba sirenas de patrullas y ambulancias en una zona donde hubo varios edificios dañados.

La UNAM hizo paro de laborales durante una semana, tiempo en el que varios alumnos foráneos regresaron a sus estados y más de uno no volvió a concluir el semestre; Celia, en cambio, participó en brigadas de verificación y comunicación de datos, donde revisaba las publicaciones en redes sociales para identificar los lugares y albergues donde se necesitaban víveres y ayuda humana.

Una vez retomadas las clases, alumnos y profesores contaron sus vivencias de aquel día, en el que muchos perdieron sus viviendas y las aseguradoras no apoyaron mucho; además, el miedo seguía y entre las aulas se confundían las alertas de pánicos con las alertas sísmicas.

Para Celia, a un año de la tragedia, es imposible dejar de pensar en las familias que se quedaron sin hogar, en aquellas personas que pese a la gran ayuda que México recibió de otras entidades federativas, incluso de otras partes del mundo, aun no tienen un lugar donde vivir, ocasionándole desilusión.

“Experiencias como esas han unido mucho a la comunidad universitaria y yo sé que ahorita muchas personas siguen sin casa y a veces pienso está lloviendo horrible, y neta hay personas que perdieron sus casas en este sismo, va pasar mucho tiempo para que tengan un techo en donde vivir y ya pasó un año, y pasará más tiempo para que les den finalmente un hogar”, señaló.

La hermandad ante la tragedia

Miguel Bolaños, un treintañero diseñador gráfico de Tabasco, se encontraba trabajando con el equipo de locación de la telenovela “Caer en Tentación”, producción de Televisa San Ángel; aquella tarde acudieron a un salón en el Cerro del Ajusco a instalar el escenario de algunas escenas de la telenovela, cuando comenzó a temblar.

Todo el ‘crew’ salió y cumplió con las medidas de emergencia; las mamparas y una loza cayeron, mientras que en el patio observaron cómo cayó una barda y el movimiento aleatorio de una antena, para posteriormente quedarse por más de tres horas incomunicados.

Poco a poco les llegaron noticias, fotos, videos de los edificios, casas y escuelas que cayeron. Fue hasta las 18:00 horas que regresaron a la ciudad donde vieron un periférico colapsado. “Mike” regresó a la casa donde vivía y aunque no sufrió daños, estaba inquieto de no hacer nada.

Leyó a uno de sus amigos en redes, quien solicitaba apoyo en el Colegio Rébsamen. Llegó al lugar y la gran coordinación que existía entre rescatistas, policías y la sociedad en general, lo conmovieron; sin embargo, debido a la gran cantidad de personas en el lugar consideró que su ayuda ya no era necesaria y se retiró.

“Escuché muchas voces como si fuera una manifestación y cuando me iba acercando, me conmovió bastante porque eran rescatistas y policías y toda la gente coordinada, se veía que estaban coordinados en alguna forma; fui ahí, no pude pasar de la zona acordonada, pero se escuchaba cuando solicitaban familiares, o agua, estuve ayudando a pasar unas cosas”, manifestó.

No fue el primer sismo que vivió y aunque el 19S no marcó un antes y un después en su vida, pues no vivió la misma situación de muchas personas, considera que la voluntad de las personas que estuvieron dispuestas a ayudar es lo que más recordará de ese día.


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