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Romper los lazos de la agresión: la difícil tarea de combatir la violencia contra la mujer

Por Raúl Mendoza Bustamante - 25/11/2016

Victoria conoció a su expareja camino a la tienda, en un municipio de la zona serrana; un hombre joven se le quedó viendo con insistencia y sin más le dijo: “tú me gustas para casarme”; a los pocos días, a pesar de realmente no conocerlo, se fue a vivir con él

 Romper los lazos de la agresión: la difícil tarea de combatir la violencia contra la mujer

*Los nombres de las víctimas de violencia que
aparecen en este reportaje han sido cambiados
por cuestiones de seguridad

Victoria conoció a su expareja camino a la tienda, en un municipio de la zona serrana; un hombre joven se le quedó viendo con insistencia y sin más le dijo: “tú me gustas para casarme”. A los pocos días, a pesar de realmente no conocerlo, se fue a vivir con él.

La joven, quien ya tenía en ese entonces un hijo de otra relación, quedó embarazada de su nueva pareja y, aunque al principio todo parecía ir de maravilla, solo fue cuestión de tiempo para que el desencanto volviera a aparecer.

El hombre que había conocido no trabajaba, y tampoco parecía tener intenciones de hacerlo, por lo que ella se hacía cargo de los gastos de la casa, también los maltratos y las infidelidades comenzaron a suceder.

Por tal motivo, Victoria huyó a la capital del estado donde actualmente se encuentra en un refugio para mujeres que han sufrido situaciones de violencia; de su relación solo quedaron recuerdos amargos y una pequeña de 2 años que probablemente no conocerá a su padre.

La historia de Victoria es solo una de las miles que existen en Querétaro y en el país: de acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) 60% de las mujeres mayores de 15 años han experimentado algún incidente de violencia, ya sea por parte de su pareja o de cualquier otra persona, en la entidad.

La violencia contra la mujer, patrón social y cultural

De acuerdo con los resultados de la última Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (Endireh), elaborada por el Inegi a finales de 2011, “la violencia contra las mujeres es un problema de gran dimensión y es una práctica social ampliamente extendida, puesto que 60 de cada 100 mujeres de 15 años y más, residentes de Querétaro, ha experimentado al menos un acto de violencia emocional, física, sexual, económica y/o patrimonial”.

Las razones de esta situación son complejas, así lo señala Ricardo Sánchez Galván, Maestro en Psicología Social por la Universidad Autónoma de Querétaro (UAQ) y catedrático de la UCO Mondragón: “La violencia es aceptada, es admitida y es, inclusive, defendida; es como una forma de autodiscriminación, es decir, en muchas ocasiones, la víctima, que es parte de este proceso de violencia, se asume como culpable de haber generado o ser generadora, o causa, de esas expresiones violentas”.

Sánchez Galván colabora estrechamente con el Instituto Municipal para Prevenir y Eliminar la Discriminación (Inmupred) del municipio de Querétaro impartiendo charlas, talleres y coloquios para evitar la violencia contra la mujer e intrafamiliar, sin embargo, considera que poco se ha avanzado en la materia.

“Creo que esos elementos están tan interiorizados en la sociedad de manera tan natural que se vuelven muy sutiles y se vuelven normales, entonces ya, cuando la normalización de la violencia se vuelve cotidiana, pues además de que es aceptada, es bien vista en algunos casos; no ha habido como tanto avance en el plano de la prevención de la violencia contra la mujer”.

El difícil proceso de sanación

Ana María trabaja con mujeres que han sufrido casos de violencia extrema que han puesto en peligro sus vidas; por las condiciones de su trabajo, ha pedido el anonimato.

Cuenta que muchas mujeres de las que atiende en el refugio han llegado huyendo de sus parejas por temor a perder la vida, algunas, incluso, de otros estados del país.

Lo más complicado, explica, es romper los lazos que crean las personas con los victimarios, porque en muchas ocasiones la víctima regresa con su agresor.

Al respecto, Ricardo Sánchez señala que “muchas veces son relaciones de codependencia que se dan en la pareja, (…) la violencia económica está relacionada o correlacionada con la violencia psicológica y el ejercicio del control y la dominación sobre alguien más (…) Entonces, esas expresiones de violencia, como están correlacionadas, no le permiten a la víctima salir de esos escenarios”, por lo que la víctima tiende a regresar a una relación nociva.

Por eso, para evitar situaciones indeseadas, a las internas no se les permite tener comunicación con el exterior, de hecho, cuando son trasladadas al refugio, o lo abandonan, son cubiertas de los ojos para que no ubiquen el lugar donde se encuentran.

En el lugar se les brinda terapia psicológica, atención médica y capacitación por tres meses, al término de los cuales deben abandonar el lugar, por lo que se busca colocarlas en un trabajo para que puedan sufragar sus gastos.

La mayoría de las personas que llegan a este refugio, afirma Ana María, son personas de escasos recursos.

La violencia no distingue clase social

“Para mí, la violencia hacia la mujer (…) yo pensé que esas cosas se daban como en lugares remotos, como en rancherías, o como en gente de escasos recursos o como en gente que no tenía educación, esa era mi idea de la violencia”, cuenta Paola.

Ella es una mujer de 32 años de edad, con educación universitaria y un empleo estable; hace dos años presentó su demanda de divorcio, motivada por las constantes situaciones de violencia que sufrió en su fugaz matrimonio.

Conoció a Antonio en una fiesta, al poco tiempo se hicieron novios, convencida de que era un buen partido: tenía un buen trabajo y un futuro prometedor, sin embargo, al poco tiempo de iniciada la relación, las prohibiciones y cuestionamientos comenzaron: “Primero el comenzó a cuestionar mi trabajo, después comenzó a cuestionar como, ‘¿por qué vistes ajustada?’; luego comenzó a preguntar por qué no vestía de manera diferente…”.

Esta situación fue escalando hasta que un día, a casi un año y medio de relación, se presentó la violencia física: hubo jaloneos, empujones y Antonio la lastimo apretándole la cara; aunque Paola cuenta que a raíz de esto dio por terminada la relación, señala que en ese tiempo ya estaba comprometida con él, por lo que, por el temor al “qué dirán”, decidió regresar.

Finalmente se casaron, pero la violencia no cesó: a tres meses de matrimonio, Antonio, después de gritarle y golpearla, la sacó de casa, en pijama, a media madrugada. Ese fue el punto de quiebre, no volvió a regresar y buscó asesoría legal para divorciarse, situación que finalmente pasó a pesar de las amenazas de su expareja.

Con completa seguridad, Paola recomienda: (ante una situación de violencia) salte, y quítate todo eso (…) simplemente agarras tus cosas y te sales (…) las explicaciones vendrán después, y vendrán solas”, concluye con una sonrisa franca que surca su rostro.


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