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Jacinta, 10 años después de su detención

Por Staff Códice Informativo - 29/08/2016

A una década de su detención, acusada del secuestro de seis elementos de la AFI, las huellas de los atropellos judiciales cometidos en su contra siguen vigentes

 Jacinta, 10 años después de su detención

Han pasado ya 10 años de que la indígena ñhä-ñhú Jacinta Francisco Marcial fue detenida y sentenciada a 21 años de cárcel, acusada del secuestro de seis elementos de la extinta Agencia Federal de Investigación (AFI). Sin embargo, a una década de distancia, las huellas de los atropellos judiciales cometidos en su contra, siguen vigentes en su mente. La vida le cambió de manera abrupta, por un delito que no cometió.

En entrevista con Codicegrafía, Jacinta narró cómo ha sido su vida después de haber enfrentado una de las mayores pifias de la procuración de justicia de nuestro país. Hoy ya habla español, ya no se queda callada y sabe que tiene derechos que se deben respetar. Esta mujer indígena de 53 años de edad, recuerda con coraje y dolor el día en que fue detenida con engaños; bajo el pretexto de que iría a declarar por el derribo de un árbol.

«Tú no tengas miedo, no va a pasar nada, te vamos a regresar a dejarte en tu casa (…) si no has comido, allá te vamos a dar de comer» le dijo una mujer para subirla a un vehículo que la trasladaría al ministerio público, según recuerda Jacinta. Pero no la regresaron. El mismo día de su detención fue enviada al penal de San José el Alto, donde estuvo recluida tres años.

Hoy, a siete años de su liberación, su caso se ha convertido en un tema de estudio en las clases de Derecho en las universidades. En este tiempo, hubo una transición de gobierno federal y con ello la Procuraduría General de la República (PGR) ha tenido al menos tres titulares, pero hasta la fecha ninguno le ha ofrecido una disculpa, y menos una compensación económica.

Ella, por su parte, se ha vuelto más desconfiada, pero también más solidaria. Ha alcanzado un nivel de conciencia social que anteriormente no tenía; y que la ha llevado a acompañar causas como las de los desaparecidos de Ayotzinapa o las manifestaciones de los maestros en contra de la reforma educativa, según lo comentó en la charla.

Como hace 10 años, Jacinta se gana la vida por medio de la venta de aguas, dulces y comida afuera de escuelas o en plazas públicas de la comunidad de Santiago Mexquititlán, ubicada en el municipio de Amealco, muy cerca a la zona limítrofe con el Estado de México. Su familia tiene también una paletería ubicada a pie de carretera en ese mismo poblado, justo a un lado de su casa.

Jacinta

«De niña yo estaba en México, vendíamos chicles en las esquinas, porque yo me quedé huérfana de madre desde los 2 años, entonces mi difunta madrastra, en paz descanse, nos llevó a México y ahí vendíamos los chicles. Ahí empecé a vender. No tengo estudios, ahorita ya se hablar (español) un poco bien, pero hace 10 años cuando ellos me llevaron, de todo me daba miedo, porque no entendía nada» reconoció.

Mientras estuvo presa, cuando le notificaban algún asunto de su expediente, no tuvo asistencia de un intérprete indígena, por lo que desconocía lo que le decían. No sabía qué era una prueba o un testigo y aún así la hicieron firmar documentos en español. Admitió que a la fecha no sabe a qué edificios fue trasladada en su detención. «Yo nada más sé que me decían que estaba a un lado del estadio. Llegamos de noche, había un montón de señores, todos altos, morenos y feos. Eran puros feos, morenos y gordos», dijo entre risas.

Y después de la risa, la tristeza y el coraje vuelven a su rostro. Sus palabras se entrecortan con lágrimas cuando narra que, mientras a ella la metieron a las instalaciones de la Procuraduría, a su esposo lo dejaron afuera, sin informarle qué sucedía. Le molesta que lo hayan engañado, mientras a ella la ingresaban al reclusorio. Le duele que dejaron a su marido sentado en la banqueta, esperando, sin poder hacer nada.

«Todo con mentira, todo con engaño y eso es lo que más a mi me da coraje» sentenció mientras se limpiaba el llanto de la tez morena. Reconoce que de aquellos días a la actualidad ha aprendido mucho sobre cuestiones legales. De entrada, ya sabe que tenía el derecho de contar con un abogado de oficio.

 

Los días en la cárcel

En la charla con Codicegrafía, que tuvo lugar en el patio de su casa, Jacinta admite que por su origen indígena en la misma cárcel vivió discriminación de parte de algunas compañeras, pero también tuvo el apoyo solidario de otras cuatro. Ahí adentro recibió más apoyo de los delincuentes que de la justicia. En ese entonces sólo hablaba otomí, su español era muy difuso y más en lo que se refería a términos jurídicos, sobre todo al considerar que sus estudios llegaron solo hasta el primer año de primaria.

«Como unas tres o cuatro eran las que me apoyaban más, porque las otras no me entendían o no les gustaba que me juntara con ellas. Una que llegó por homicidio fue la que siempre me defendía cuando las custodias me gritaban porque no entendía lo que me decían. Y una me comentaba: tú no llores, no estés triste, nosotros los delincuentes te apoyamos», recordó.

A la distancia, Jacinta reitera que su principal pensamiento dentro de la cárcel era: ‘Dios sabe por qué me tiene aquí’. Su fe la resguardó en los 37 meses que permaneció en prisión, donde incluso, fue víctima de abogados. «Muchas veces nos robaron dinero, y todavía seguimos pagando, porque mi familia pidió prestado», contó en la entrevista.

Después de ser sentenciada a 21 años de prisión, su caso fue tomado por el Centro Miguel Agustín Pro Juárez, que logró su absolución el 16 de septiembre de 2009.

Ataviada con su vestimenta tradicional otomí, Jacinta narra con emoción el momento en que se enteró de su liberación: «Ya me iba a ir al taller en el que trabajaba y escuché que en la tele decían que la indígena, la señora indígena Jacinta Francisco, pero yo ya no entendía y mi compañera me dice: tú ya te vas, ya dijo la tele que tú ya te vas».

 

¿Y la disculpa?

Jacinta sabe que la PGR debe ofrecerle una disculpa pública y la reparación del daño causado. Sin embargo piensa que eso de nada le servirá. «De qué me sirve, cuando ya no se puede recuperar el tiempo que estuve ahí. Dejé mis hijos, mi familia, mis nietos».

Cuenta que una de las cosas que más le dolieron de estar tres años en la cárcel fue perder la oportunidad de disfrutar a uno de sus hijos, quien murió en un accidente vehicular seis meses después de que ella saliera del reclusorio. «Los tres años que estuve ahí yo hubiera podido convivir con mi hijo, pero le doy gracias a Dios que todavía alcancé a tenerlo seis meses después de que salí. Esos tres años nunca se te van a olvidar» comentó.

Actualmente a Jacinta le lastima no solo la experiencia que vivió en el penal de San José el Alto, sino también casos como el de los maestros indígenas. En la plática con Codicegrafía no pudo ocultar las lágrimas al referirse a las condiciones que viven los maestros indígenas en algunos puntos de México.

«Si me piden disculpa o no me piden, a mi no me sirve nada, ojalá que haya justicia y paz para muchas personas, nuestros compañeros y hermanos indígenas que sé que sufren mucho. Y más me da coraje cuando escucho en la tele o en la radio que existe apoyo para los indígenas, y eso no es cierto» sostuvo. 

De siete años a la fecha, Jacinta precisa que, en lo personal y por lo que vivió, no ha recibido ningún apoyo federal, salvo los recursos que destinó el gobierno de México para los micro negocios de su comunidad. En su caso fueron alrededor de 10 mil pesos, que sirvieron para la compra de un refrigerador para la paletería familiar. Esta mujer otomí asegura que no confía en la justicia en México, tampoco en la policía, ni en los políticos.

«Yo le digo a mi esposo que no voy a votar. Como quiera, si voy a ir a votar, voy a comer, si no voy a votar, también voy a comer. Ellos no me van a dar de comer. Además, los políticos cuando ganan tienen que hacerme caso, vote o no por ellos. Ahora ya se hablar poquito, ya no es fácil que llegue y me tengan como mensita, pero a muchos así los tienen porque no saben hablar».

Jacinta afirma que en estos años fuera de la cárcel se ha convertido en una defensora de los indígenas, sabe que hay muchas personas que viven lo que ella vivió. Pero hoy su nombre ya tiene una relevancia y un alcance nacionales en la opinión pública. Hoy Jacinta está dedicada a trabajar para apoyar a la gente. Se dice feliz de su vida actual, con la venta de aguas, paletas y dulces.

«A mi me gusta apoyar a la gente, lo mucho o lo poquito económicamente, porque yo conozco a personas que ‘de veras’ lo necesitan. Lo poquito que yo gane entonces lo comparto con otras personas. No me alcanza, pero por eso estoy trabajando ahora que puedo. Ya cuando no pueda, pues entonces alguien me apoyará», concluyó. A pesar de todo, su esperanza en la bondad de las personas permanece intacta.

Fotos: Karen Munguía
Fotos: Karen Munguía

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