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La literatura de Querétaro

Por David Eduardo Martínez - 09/06/2016

La pequeña ciudad de provincia se sorprendió repentinamente con más de un millón de habitantes. Este crecimiento implicó no solo un mayor desarrollo económico, sino también la aparición de nuevas propuestas en lo que a literatura se refiere y, sobre todo, cierta universalización de dichas propuestas, es decir, el abandono de las escrituras provincianas aptas solo para el consumo local.

 La literatura de Querétaro

Se sabe que en el siglo XIX, las calles coloniales de Querétaro albergaron al poeta Efrén Rebolledo. Casi un siglo más tarde, figuras como Salvador Alcocer (1930-2013), Francisco Cervantes (1938-2005) o Hugo Gutiérrez Vega (1934-2015), se encargaron de hacer de la vieja ciudad conventual un importante centro de producción literaria donde no solo se hacía poesía y se llevaba una vida bohemia, sino que también se traducía a Pessoa y se presentaban, pese a la oposición de los sectores más recalcitrantemente conservadoras, obras vanguardistas como La Cantante Calva y Esperando a Godot.

No obstante, fue hasta al siglo XXI cuando la creación literaria explotó como una actividad importante entre los queretanos. La pequeña ciudad de provincia, donde todo ocurría lentamente y era fácil encontrar a conocidos, se sorprendió repentinamente con más de un millón de habitantes. Este crecimiento implicó no solo un mayor desarrollo económico, sino también la aparición de nuevas propuestas en lo que a literatura se refiere y, sobre todo, cierta universalización de dichas propuestas, es decir, el abandono de las escrituras provincianas aptas solo para el consumo local.

Un momento indispensable para Querétaro como centro de una importante producción literaria, fue la fundación por estudiantes de la UAQ de la editorial Herring Publishers, responsable de la publicación de por lo menos media docena de plaquettes tanto de cuento como de poesía. Bajo la impronta editorial de Oliver Herring (n. 1980), todo un grupo de escritores jóvenes dio sus primeros pasos dentro de la literatura. Entre estos escritores destacaron particularmente los Neónidas, quienes entre 2006 y 2008 publicaron en conjunto un blog que luego se convirtió en libro, en el que experimentan con un género que está entre la narrativa, el ensayo, la crónica y la poesía.

Con la evidente influencia de autores como Vila Matas, Sergio Pitol, Ítalo Calvino y Roberto Bolaño, los Neónidas inventaron Komandrovia, una isla situada en algún lugar indeterminado del Océano Atlántico. La importancia de Komandrovia, y de su capital, Ciudad Hermes, un trasunto europeizado de Querétaro, radica en haber engendrado a figuras tan interesantes como el periodista Kiddo Grant, quien entrevistó prácticamente a cada personaje significativo del siglo XX, o el poeta Iosep Trinidad, quien ha dejado pequeños vestigios de su obra en revistas digitales perdidas y ahora difíciles de localizar.

Tanto Trinidad como Kiddo Grant son producto de la imaginación de Horacio Lozano Warpola (n. 1982), poeta queretano caracterizado por su interés en la experimentación y la obtención de diversos reconocimientos que van desde el primer lugar en un concurso de relato organizado por el ayuntamiento de Villaviciosa, España, hasta una publicación en Tierra Adentro que se malogró debido a problemas económicos dentro de la editorial.

Muy cercano a Lozano Warpola. y también reconocido a nivel internacional, fue Gerardo Arana (1987-2012), quien a pesar de su brevísima vida logró una obra muy sólida que abarca un libro de cuentos, uno de poesía, dos novelas y diversos textos sueltos que oscilan entre varios géneros. Tres años después de su muerte, la obra de Arana fue seleccionada por diversos escritores de prestigio para ser traducida al inglés y presentada en el Marco de la Feria Internacional del Libro de Londres. Su habilidad con las palabras, unida a una portentosa imaginación (con perdón del lugar común) sin temor de plantear ante los lectores el mundo tal como lo concebía en su interior, le han ganado a Gerardo Arana el elogio de figuras del nivel de Juan Villoro y Cristina Rivera Garza.

Este boom literario en Querétaro, no se limita a quienes pertenecieron a los Neónidas, sus alcances están mucho más allá. Un ejemplo de esto es Fernando Jiménez (n.1990). En sus ratos libres, este egresado de la Licenciatura en Psicología por la Universidad Autónoma de Querétaro compone décimas según el método tradicional de los huapangueros. Cuando no compone décimas, ni arregla psiques, ni se manifiesta como activista social, ni hace pan (sí, también hace pan), Fernando Jiménez gana premios de narrativa. Solo en 2015, la fortuna le sonrió dos veces, una cuando ganó el Primer Premio Nacional Amparo Dávila de cuento fantástico, y otra cuando se llevó el Premio Nacional Salvador Gallardo Dávalos por su antología Ensalada Western.

La narrativa de Jiménez se caracteriza por introducir elementos pop en contextos absurdos para despertar en el lector una sensación humorística. No obstante, el humor de Fernando Jiménez es todo menos inocente. Pese a que el autor no tiene ningún empacho en citar a Bob Esponja entre sus principales influencias, en sus cuentos hay mucha crítica, crítica ácida. Ni la religión, ni el dinero, ni los jóvenes con pretensiones artísticas están fuera de los dardos de Jiménez. En su obra, a todo se pasa revista, todo es susceptible de ser criticado, distorsionado e introducido en un mundo macabro de colores donde la risa y la ironía se funden con la tragedia.

Además de Fernando Jiménez, desde Querétaro han escrito figuras como Liliana Blum (n.1974), quien nació en Durango pero radica entre esta entidad y Tamaulipas; Víctor Santana (n. 1982), académico especializado en la literatura de Roberto Bolaño y autor de un libro de cuentos muy interesante; Ismael Velázquez Juárez (n. 1960), considerado una voz muy importante en la poesía mexicana contemporánea; Benjamín R. Moreno (n. 1980) en quien la escritura sale del estrechísimo margen de lo meramente lingüístico y se convierte en imágenes y sonido; Romina Cazón (n. 1981), originaria de argentina, pero asidua de la escena poética queretana con una voz muy original que se atreve a poetizar desde las más ásperas grietas.

Por otra parte, al esfuerzo de los escritores habría que sumar el de las casas editoriales. Aparte de Herring Publishers, la ciudad ha visto nacer otras propuestas como Calygramma, responsable también de la revista Separata; Aldvs, antologadora de la obra de Francisco Cervantes, y Par Tres, que ha promocionado el despegue de ensayistas como Eloy Caloca Lafont (n. 1987), destacado autor de Ocio y Civilización. Todo esto sin mencionar el papel que han desempeñado revistas como La Testadura o Prosvet para dar a conocer nuevas voces dentro del panorama literario de la entidad.

No obstante, pese a todo el desarrollo que hay en la ciudad en lo que se refiere a la literatura, las ofertas académicas son muy pobres. De todas las universidades que hay en el estado, solo la UAQ ofrece una licenciatura en Estudios Literarios. El problema es que dicha licenciatura está entre las que presentan mayores índices de deserción en toda la universidad. Lo sorprendente en este caso sería como tanta gente ha hecho de la literatura su modus vivendi sin contar con una infraestructura académica especialmente sólida en ese sentido. Las políticas oficiales tampoco han abonado mucho en ese sentido. Fuera de la organización del Hay Festival, anunciada por la presente administración municipal, las iniciativas para potencializar la literatura en el estado han sido más bien grises, lo cual ha provocado importantes críticas por parte de académicos como Luis Alberto Arellano, docente en la Facultad de Lenguas y Letras de la UAQ.

Del modo que sea, lo que parece evidente con figuras como Gerardo Arana o Fernando Jiménez, es que así como se habló de una ‘literatura del norte’ hace diez años, o de una ‘literatura de Jalisco’, en los tiempos que Agustín Yáñez, Rulfo y Juan José Arreola dominaban la escena literaria nacional, probablemente pronto se comenzará a hablar de una literatura hecha en Querétaro. Algunos elogiarán este hecho, otros quizá no, pero eso no importa, lo único que en verdad importa, supongo, es seguir escribiendo.


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