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Venezuela no es un ejemplo a seguir

Por Staff Códice Informativo - 18/10/2017

Venezuela es un país que levanta pasiones. Siempre ha llamado la atención de propios y extraños por sus atractivos naturales, con sus playas caribeñas de […]

 Venezuela no es un ejemplo a seguir

Foto: Juan Pablo Guanipa

Venezuela es un país que levanta pasiones. Siempre ha llamado la atención de propios y extraños por sus atractivos naturales, con sus playas caribeñas de vibrante color azul, por su gastronomía mestiza y hasta por el estereotipo de sus bellas mujeres. Pero desde hace 20 años las pasiones de Venezuela están vinculadas en buena medida a su vida política.

Hugo Chávez Frías es, con toda certeza, el político más importante de Latinoamérica desde Fidel Castro. Su importancia radica sobre todo en el impacto que su figura tuvo en el mundo político, más allá de las consideraciones positivas o negativas que pueda despertar. Su legado, el chavismo, el llamado socialismo del siglo XXI y que tuvo como consecuencia la administración de Nicolás Maduro, es un tópico obligado en las tertulias políticas del mundo. La barra temática de las secciones internacionales de los noticieros pasan por los desvaríos de Donald Trump, las tensiones con Corea del Norte, el conflicto de Medio Oriente, el terrorismo y Europa, alguna ocasional tragedia, y la situación política de Venezuela.

Lamentablemente, es muy difícil encontrar abordajes objetivos sobre el momento que vive Venezuela, pues el enfoque suele venir contaminado por las filias y las fobias propias de la dicotomía ideológica de la izquierda y la derecha. Para los primeros, Venezuela es una soberanía vilipendiada por el poder del capital internacional, mientras que para los segundos, su régimen ya roza los bordes del genocidio.

El chavismo ha entregado resultados. Sus políticas de redistribución económica dieron oportunidades de desarrollo a los históricamente más pobres. Su posición anti Estados Unidos regresó dignidad al discurso político latinoamericano, preso de una posición benevolente con el gigante imperialista que moldeó a su antojo y designio la realidad política latinoamericana desde la década de 1970. Pero sus errores son, a estas alturas, inadmisibles. Enardeció el poder militar para controlar, desde el uso de la fuerza, todos los sectores de la vida pública en el país. Ensanchó la burocracia y creó un sistema de recompensas que utiliza al servicio público como moneda de cambio. Desaprovechó el mayor bono petrolero en la historia del país al financiar un enorme clientelismo político a nivel interno y al proveer a otros países que comparten visiones ideológicas. A partir de esta política financiera, destruyó la economía y sumió al país en una crisis sin precedentes en su historia.

Y lo más grave, estiró los límites del sistema democrático y se agenció suprapoderes para mantener en pie los cimientos del régimen. No son menores las voces que acusan al gobierno de Venezuela de ser una dictadura formal, con el uso descarado del sistema de justicia para fines políticos, pero sobre todo tras el golpe de Estado que supuso borrar por decreto la Asamblea Nacional opositora y crear una nueva Asamblea Nacional Constituyente, creada expresamente para servir al poder central, con el objetivo de construir una nueva constitución que le dé una pizca de legitimidad.

Llegar a un punto de mayor entendimiento de lo que pasa en Venezuela es fundamental para el momento que viven países como México, en el año previo a una elección presidencial que empieza a configurar un escenario similar al de 2006, cuando se utilizó a Venezuela como un arma política para intoxicar el ambiente electoral. Como en 2006, se quiere generar en la mente del elector mexicano que existe algún tipo de similitud entre el chavismo y la propuesta política de Andrés Manuel López Obrador, y que elegir a este último sería la piedra angular de una nueva realidad política tendiente al chavismo en Venezuela.

Es imposible prever si existirá algún tipo de causalidad entre un hipotético triunfo de López Obrador y una posible ‘venezolanización’ de México, pero al menos sí se pueden analizar las premisas, y a partir de ello, concluir en que es poco probable.

Hugo Chávez fue un militar de medios vuelos que construyó su capital político fuera del sistema. Lideró un golpe militar fallido en 1992, fue capturado y encarcelado, y posteriormente negoció con la cúpula política su liberación. A esas alturas, se constituyó como una opción política formal y supo capitalizar el hartazgo ciudadano en elecciones abiertas. A partir de entonces utilizó su influencia en el fuero militar, desarrolló sus dotes de carisma político, y se allegó de ideólogos como Heinz Dieterich (creador del concepto del socialismo del siglo XXI, hoy en día crítico acérrimo del régimen de Maduro) y constituyó la conocida Revolución Bolivariana, que ha marcado los designios políticos de Venezuela en el nuevo milenio.

Andrés Manuel López Obrador no podría ser más distinto. Es un personaje surgido del propio sistema, que proviene exactamente de la misma clase política. Su izquierda bastante moderada, es más bien un hijo del Estado de Bienestar, jamás ha planteado políticas económicas antineoliberales y su postura sobre política exterior es bastante endeble.

A pesar de las marcadas diferencias, en el discurso político se insiste en construir similitudes más bien ficticias que al final tienen mucho impacto en el electorado. Pero las partes, sobre todo la izquierda, que al menos en México ha sido sumamente indolente con el régimen dictatorial de Maduro y ha fallado en señalar los excesos de su gobierno, ayudan mucho a construir esa percepción. Si bien no se ha inscrito, tampoco se ha desmarcado, y sus rivales políticos lo han utilizado para deslegitimar al movimiento e insertar en el debate, como en el 2006, la advertencia de un peligro similar para México.

En su afán por sostener y promocionar eso que llaman ‘izquierda’, como si este concepto fuera inequívoco y estable, en México quienes profesan este espectro ideológico han creado un manto alrededor de Venezuela para ocultar o, al menos suavizar, la realidad política que se vive en el país sudamericano. Que si Estados Unidos ha desestabilizado al país, que si los grandes consorcios mediáticos mundiales ofrecen una cobertura tendenciosa del conflicto, que si los sublevados no son más que pequeñoburgueses desclasados que intentan mantener sus privilegios; todas verdades a medias que de cualquier manera, no justifican el espíritu antidemocrático que Nicolás Maduro ha instaurado en Venezuela.

Conforme la crisis política de Venezuela se profundice, su papel como función discursiva de la diatriba electoral mexicana será más latente. Para la derecha es muy fácil usarlo como lanza política contra López Obrador, quien por tercera vez consecutiva tiene serias posibilidades de ganar las elecciones presidenciales. Lo interesante será ver cómo gestiona la izquierda este discurso frente al electorado mexicano y qué tanto permea, como hace 12 años, el «López Obrador es un peligro para México». Lo primero y principal es hacer gala de cordura y reconocer, abierta y airadamente, que Venezuela no es un ejemplo a seguir para ningún gobierno en el mundo. 


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