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De la realidad a la ficción, y viceversa

Por Staff Códice Informativo - 02/03/2017

En la quinta temporada de ‘House of Cards’, Frank Underwood se enfrenta a su propio destino mientras la realidad que vivimos es resultado de una clase política en crisis, a la cual él pertenece

 De la realidad a la ficción, y viceversa

Foto: Netflix

La perturbadora estética de House of Cards es parte esencial de su enorme éxito. Todavía recuerdo la imagen de Kevin Spacey –Frank Underwood- descansando la cabeza sobre su mano empapada de sangre, o el promocional en el que el personaje se postra en Lincoln Memorial, otra vez chorreando sangre que se escurre por los pilares que sostienen las manos de Abraham Lincoln.

Ambas son elocuentes referencias visuales a la idea de la política o el poder, y hoy en día resultan especialmente poderosas ante el momento que vive el mundo. House of Cards da una mirada a los entretelones desconocidos de la política; la frialdad con la que se desenvuelven los personajes principales evoca al líder político de cabecera, volviendo fácil para cualquiera aplicar a sus propios gobiernos la ficción que se desenvuelve en la trama.

«Como en aquél capítulo de House of Cards…» es común escuchar en la tertulia de ocasión cuando se trata de rememorar el episodio de la política real que ocupa las redes sociales y los medios del momento. Las quimioterapias falsas de Javier Duarte, los desvíos millonarios de Rodrigo Medina o los nexos criminales de Mario Villanueva bien podrían formar parte de una trama hollywoodense, y sin embargo, son solo algunas de las historias de ultratumba de la política local.

No por nada los guionistas de esta serie decidieron llevar la historia en un carril paralelo al del desarrollo de las elecciones para la presidencia de los Estados Unidos. En la última temporada, la número cuatro, pudimos ver a un ascendente Donald Trump pasar de ser una broma de mal gusto a un serio aspirante a la Casa Blanca, al tiempo que Frank Underwood lograba abrirse camino a pesar de todo y todos hacia su segundo periodo, luego de haber usurpado el cargo sin que prácticamente nadie lo notara.

Y con un hábil movimiento de marketing, el viernes 20 de enero, mientras Donald Trump y su esposa Melania se dirigían a la Casa Blanca para tomar el tradicional té con los Obama, en la página de Facebook de House of Cards, abandonada a su suerte desde junio de 2016, un pequeño teaser apareció: un lento zoom out, con el Juramento a la Lealtad recitado por un coro de niños al fondo, va revelando las barras blancas y rojas que forman la bandera de los Estados Unidos, hasta la aparición de las estrellas con su fondo azul. La bandera ondea boca abajo y en un segundo plano la Casa Blanca bordea el horizonte en un cielo nublado. Un día oscuro para la política estadounidense

Pero aunque se pretenda encontrar similitudes entre Trump y Underwood, lo cierto es que son muy distintos. Uno, millonaria figura de culto popular; el otro, un político de carrera. Uno republicano, el otro demócrata. Uno con una esposa anecdótica, el otro dependiente del poder de la suya. Uno, Donald Trump, producto de la descomposición de la clase política que representa el otro, Frank Underwood.

Populismo, le llaman los políticos de escuela. No importa el espectro ideológico del que provenga, la corrección política le llama populismo al discurso tendiente a reivindicar las visiones y aspiraciones del pueblo, generalmente desprovisto de la ‘visión de Estado’ que caracteriza a quienes son capaces de tomar las decisiones que necesitamos todos, por más dolorosas que estas sean.

Una nueva ola ‘populista’ pone en riesgo el dominio que la clase política global logró en el último cuarto del siglo XX en el mundo occidental. Los Frank Underwoods están en crisis y los populistas, sin importar si provienen de la extrema derecha de Donald Trump o la izquierda de laboratorio que subsiste con el moribundo chavismo en Venezuela, son los que están ofreciendo las respuestas.

Poco importa si esas respuestas son, de hecho, las correctas. Lo que motiva a los votantes de todo el mundo son los discursos disruptivos que ponen en entredicho la normatividad política. Me gusta pensar que Donald Trump es lo que nos hemos ganado por la desgracia aparejada a los políticos que, como Frank Underwood, han sobrepuesto sus intereses particulares y su afán de poder por encima del bienestar común.

House of Cards regresa el 30 de mayo próximo con su temporada número cinco, la primera en la que no estará involucrado Beau Willimon, su creador y showrunner durante casi toda la historia de la serie. El escenario no puede ser mejor, con un Donald Trump recomponiendo el quehacer de la política estadounidense, enfrentando la corrección imperante y redefiniendo la relación de los ciudadanos con su gobierno.

Netflix ha sabido conectar sus contenidos con la cotidianidad de sus espectadores, y el ambiente político estadounidense no puede ser mejor referencia para presentar la que bien podría ser la última temporada de una de sus series insignia, la primera que logró romper con la hegemonía de la televisión tradicional y que abrió un nuevo mercado para los contenidos que, por su irreverencia, poco espacio han encontrado en las frecuencias clásicas.

La incertidumbre nos hace sentir vulnerables y, ante la incapacidad de saber, House of Cards se presenta como la catarsis perfecta para acceder a una realidad que nos elude. No es que la serie diga algo de la ‘realidad política’, si es que semejante cosa existe, pero al menos nos da la sensación de que entendemos lo que pasa. Nos da el placer de conocer. Nos entretiene, pues.


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