×

Busquedas Populares


×

Opinión



Secciones




¿A quién culparemos de nuestra incapacidad intelectual?

Por Raúl Mendoza Bustamante - 10/03/2017

Con la conceptualización de la Web 2.0, hecha por Tim O’Reilly en 2005, una ola de ciberentusiasmo generalizado llevó a escritores, investigadores y hasta periodistas […]

 ¿A quién culparemos de nuestra incapacidad intelectual?

Con la conceptualización de la Web 2.0, hecha por Tim O’Reilly en 2005, una ola de ciberentusiasmo generalizado llevó a escritores, investigadores y hasta periodistas a dedicar extensas líneas que tratan de describir una nueva era y una nueva sociedad definida por el conocimiento y el dominio de la información; sin embargo hoy, a casi 12 años de estos planteamientos, más que una sociedad informacional, aún somos una sociedad lúdica y hedonista, advocada principalmente al entretenimiento.

La premisa de que internet democratizaría los contenidos al convertirse en contrapeso de los medios de comunicación tradicionales es cada vez más difusa. Las mismas historias sosas que se transmitían en la televisión o, en su momento, en la radio, ahora están presentes en el ciberespacio, aunque con otro formato; la popularidad en redes sociales de los XV años de Rubí o de Eduardo Arias, mejor conocido como ‘Lady Wuuu’, son ejemplos de que las historias simplonas son las más susceptibles al éxito, y una prueba de que los consumidores tienen un grado de responsabilidad sobre la baja calidad de los contenidos que se publican en medios de comunicación.

Por muchos años se acusó a la televisión de ser un instrumento para mantener a la sociedad alienada y enfocada en cuestiones superfluas, así como de estropear a las generaciones que habían sido criadas bajo su amparo, al privarlas de una capacidad crítica por la constante exposición a una programación que poco abonaba a su desarrollo intelectual. Estos preceptos, sin embargo, cobran cada vez menos validez al confrontarse con la evidencia de la realidad: los millenials, la generación que creció más bajo el cobijo de internet que de la televisión, ha encontrado en el ciberespacio un lugar para potencializar su entretenimiento y hedonismo.

En México, de acuerdo con datos publicados en 2015 por la Asociación Mexicana de Internet (Amipci), cerca de 54 millones de personas acceden de manera cotidiana al ciberespacio, las cuales emplean este recurso, primordialmente, para cuestiones de ocio, pues la principal actividad online, para el 85 por ciento de los usuarios, es acceder a redes sociales. Y aunque no existen datos estadísticos que indiquen el tipo de actividad que se realiza en las redes sociales, es sencillo darse una idea por el tipo de contenidos que se consumen en las plataformas sociodigitales.

En Facebook, por ejemplo, tan solo hay que comparar el número de seguidores que tienen diferentes páginas de acuerdo con su temática. La página de El Universal, uno de los principales periódicos del país, cuenta con poco más 3 millones 250 mil seguidores, mientras que la página de La Jornada, otro periódico nacional, es seguida por alrededor de 2 millones 430 mil personas; estos números palidecen cuando se comparan con páginas de bloggueros o cómicos que se han forjado en los espacios virtuales: Miltoner cuenta con más de 15 millones de seguidores, mientras que Werevertumorro es seguido por más de 21 millones 264 mil personas.

En algún momento, dentro del furor ciberentusiasta, se llegó a plantear que las redes sociales estaban destinadas a convertirse en la nueva esfera pública, el lugar donde las personas discutirían los aspectos más relevantes de la sociedad que a la postre definirían su rumbo, pero, como bien lo explica Christian Fuchs en su obra Redes sociales, una introducción crítica, no hay nada más alejado de la realidad. En las plataformas sociodigitales lo que más se discute no son los aspectos trascendentales para el tejido social, sino aquellos temas que se prestan para el chascarrillo ocasional o para el pitorreo.

Los XV años de Rubí es un caso curioso que apela al más puro sinsentido, en el que converge no solo el espíritu hedonista y lúdico de los usuarios, sino también el intento desesperado de los medios de comunicación tradicionales por aparecer en el imaginario público después de que se han visto desplazados por el ciberespacio.

La invitación en video a la fiesta de una adolescente en el estado de San Luis Potosí se hizo viral porque a alguien le pareció gracioso que el padre de la chica finalizara con un «quedan todos cordialmente invitados», frase que, interpretada como una hipérbole, abrió la puerta a innumerables chistes y memes en los que la gracia consistía en ser uno más de los que acudirían al festejo.

Si la mayoría de las personas tuviera otro tipo de intereses, Rubí y su fiesta de XV años no se habrían convertido en tendencia nacional y habrían quedado en el olvido. El que los medios de comunicación tradicionales hayan retomado el caso es una señal de la batalla que estos libran para poder captar la atención de las personas, que ahora prefieren seguir a un youtuber que a un periódico nacional.

Pasado el furor, diversos analistas se tomaron un tiempo para criticar esta situación, pero, ¿por qué nos sorprende que este tipo de contenidos cobren tanta notoriedad? ¿Será, acaso, porque ahora ya no podemos culpar a la televisión de los contenidos basura?

En aquellos tiempos en los que la televisión era vista como el monstruo que devoraba la inteligencia de los niños con programación mediocre, algunas voces se atrevieron a afirmar que no era la televisión quien obligaba a las personas a consumir pésimos contenidos, sino que eran los mismos espectadores quienes los demandaban.

Hoy en día esta última afirmación es más evidente: los propios usuarios crean y consumen contenido basura en un ciclo en el que ya no necesitan de la intervención de los grandes medios de comunicación para enajenarse. No es coincidencia que la escolaridad promedio en México sea la secundaria terminada; ¿cómo podría una sociedad, con este desarrollo educativo, producir, consumir o exigir mejores contenidos?

Hace años acudí a alguna manifestación en la que, recuerdo, una de las principales consignas que coreaban las personas era «¡Televisa te idiotiza!»; ahora que esta empresa ha perdido terreno frente al ciberespacio y ha registrado pérdidas importantes en su audiencia ¿a quién culparemos de nuestra incapacidad intelectual?


Otras notas



De nuestra red editorial