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La vida a través de un filtro

Por - 26/08/2015

Es que no es la falta de noticias. Digo, si de escribir un breve resumen de acontecimientos importantes se tratara, sería muy simple. Bastaría con […]

 La vida a través de un filtro

Es que no es la falta de noticias. Digo, si de escribir un breve resumen de acontecimientos importantes se tratara, sería muy simple. Bastaría con acudir al sitio informativo de su preferencia, navegar unos cuantos minutos entre los encabezados de los últimos días y tan tan. Pienso que es algo más que eso.

Honestamente no me jacto de contar con muchos lectores. Quizá incluso decir “muchos” ya de por sí es pretensioso. Pero pienso que es precisamente eso lo que me hace sentir una gran responsabilidad.

Y es que si son solo un puñado los que inician estos párrafos (menos aun los que lo concluyen) espero que algo puedan llevarse del contenido. Digo, desde luego no les cambiara la vida pero sí al menos que sea mejor que la etiqueta del champú en un momento de necesidad.

Es por eso que he decidido que estas líneas no las dedicaré a la relación peso-dólar, al encantador Virgilio Andrade (Secretario de la Función Pública) o incluso a las calcetas del Presidente (mucho menos a él mismo) sino al increíble momento –en su más literal acepción– que vivimos. Los seres humanos hemos estado por aquí alrededor de 200 mil años. Entonces (y durante muchos siglos) la única preocupación fue entender dónde estamos. Nuestra especie contemplaba el espacio, aprendía a usar el fuego, trataba de entender los fenómenos meteorológicos… en fin. Fueron miles de años dedicados al lugar que llamamos hogar. Simplemente entender la secuencia de las estaciones tomaba al menos 365 días de contemplación y estudio. Eran tiempos en que el conocimiento estaba disponible para todos pues bastaba solamente observar.

Pero todo eso es historia antigua. Es más, ¿a quién le importa verdad? Hace unos días escuchaba en el radio una sección de datos curiosos que me sorprendió mucho. El internet (como dominio www) fue inventado en 1991. Hace 15 años no existía. Hoy el internet está disponible para un poco más de 1 billón de usuarios ¿suena mucho o no? Ese número corresponde alrededor del 17% de la población en el mundo. Entonces, según Pitágoras y yo, el 83% de la población del mundo no tiene acceso a internet. ¡El 83%! Eso es, para ponerlo en perspectiva, por cada 10 personas en el mundo, 1.7 tienen a su alcance esta magnífica herramienta (siéntanse en la libertad de verlo con sus dos manos frente a ustedes y bajando 8 dedos).

Es un tema que da mucho que pensar. Sobretodo tomando en cuenta que quienes tenemos acceso la hemos ocupado principalmente para seguir la vida de las Kardashian. Y es impresionante pues el 81% de los jóvenes se conectan diario a esta red mundial y, de acuerdo a encuestas recientes, el 99% del contenido de YouTube es considerado aburrido.

Y desde luego no propongo presionar el switch y apagar todo pero algún sentido debe tener todo esto. Hoy, las distancias son cortísimas. Uno podría tener una relación sentimental con un residente de Timbuktu si así lo quisiera pero, dejando de lado la frivolidad del tema, ¿cuál es el objetivo? O más aún, ¿cuál es el límite?

Pensemos cualquier ejemplo de tecnología sorpréndete que tenemos hoy operada por internet. Estoy seguro que por cada uno de nosotros hay un supuesto que, de haberlo descrito hace tan solo 20 años, hubiera sido considerado ciencia ficción. Eso significa que al mismo ritmo desbocado de desarrollo, ¿Qué estaremos viendo en 15 años? ¿Y en 30? ¿Y en 100? Es algo que, usando el lenguaje pueril del que soy capaz, me pone la piel chinita.

Hace unos meses había una luna magnífica. El cielo estaba despejado y las luces de la ciudad eran incapaces de opacar la luz que adornaba el firmamento. Era una cosa realmente digna de ver. Al día siguiente, mi timeline en Facebook pululaba con fotos de lo que parecía ser un foco a media luz en un borroso fondo negro con publicaciones en idiomas extranjeros que hablaban de lo infinito del universo y que inspiraron la foto de los orgullosos usuarios. Y pensé en un día que acampé con mis amigos. Uno de ellos, un entusiasta bienintencionado de las redes sociales, tomó una bonita foto del paisaje y orgulloso agitaba el celular frente a mí presumiéndome el resultado. Entre risas le decía que no era necesario ver su pantalla pues el paisaje estaba frente a mí. Sí, pero con este filtro se ve fantástico, me dijo.

Si algún lector me honra con continuar la lectura hasta el final sé que comprenden de lo que hablo. Y estoy seguro que, mientras mejor comprendamos esos límites, mejor lograremos recobrar la esencia de lo que somos: pacientes contempladores en busca de sentido.


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