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La Divergencia

Por - 02/02/2016

“El martirio es una gracia de Dios que no creo merecer. Pero si Dios acepta el sacrificio de mi vida, que mi sangre sea la […]

 La Divergencia

El martirio es una gracia de Dios que no creo merecer. Pero si Dios acepta el sacrificio de mi vida, que mi sangre sea la semilla de libertad y la señal de que la esperanza será pronto una realidad.”

Mons. Óscar Arnulfo Romero, Arzobispo de El Salvador (Marzo 1980)

En 1983, en su primer visita a El Salvador, Juan Pablo II acudió de forma inesperada a la catedral de la ciudad capital, donde rezó sobre la tumba del arzobispo Óscar Arnulfo Romero y lo calificó como: “celoso pastor a quien el amor de Dios y el servicio a los hermanos condujeron hasta la entrega misma de la vida”.

En vida, las posiciones del pontífice y del arzobispo de El Salvador eran contrarias. En una visita al Vaticano en 1979, Romero fue severamente cuestionado por Juan Pablo II por su lucha frontal contra el gobierno de su país, e incluso llegó a pensar en removerlo de su cargo o en nombrar a un arzobispo coadjutor.

En sus inicios, Monseñor Romero se distinguió por su pensamiento conservador, pero el asesinato en marzo de 1977 de su amigo, el sacerdote jesuita Rutilio Grande, defensor de los campesinos de la zona, provocó un cambio en su posición ideológica. A partir de ese momento, el arzobispo salvadoreño se identificó con la opción preferencial por los pobres y con la teología de la liberación, corriente dentro de la Iglesia que sostiene que las enseñanzas de Cristo, justifican la lucha contra las injusticias sociales y que la redención sólo se alcanza con un profundo compromiso político.

Durante su mandato, Juan Pablo II condenó y combatió a la teología de la liberación, argumentando que si bien, el compromiso de la Iglesia con los pobres es total, la aceptación por parte de esta corriente de los argumentos marxistas y su lucha frontal en el ámbito político, no era compatible con la doctrina católica.

Las homilías dominicales de Monseñor Romero eran escuchadas a lo largo y ancho de la nación centroamericana, en ellas el prelado realizaba críticas al gobierno y denunciaba violaciones a los derechos humanos por parte de militares y para militares. Lo anterior, le granjeó enemistades y provocó que lo tildaran de cura comunista.

El 24 de marzo de 1980, mientras levantaba los brazos durante la consagración en una misa en la Iglesia de la Divina Providencia, una bala atravesó el corazón de Romero, matándolo de forma instantánea. Su asesinato se realizó un día después de que el arzobispo, desde el púlpito pronunció un duro discurso ordenando a los militares a que cesarán en la represión.

A diferencia de Romero, Juan Pablo II creía que la posición de la Iglesia frente a los conflictos políticos, era de mediación y distensión y no de confrontación. Esta actitud asumida y su condena a la guerra y al armamentismo, fueron vitales para la conclusión de diversos conflictos armados en el planeta. Asimismo, su rechazo al comunismo fue esencial para que en Polonia y en otros países del orbe se estableciera la democracia.

Óscar Arnulfo Romero y Karol Wojtyla son indudablemente de las figuras más influyentes y trascendentes de finales del siglo XX. Son patentes las diferencias ideológicas en ambos, pero no lo es, su determinación en hacer de este planeta un mejor lugar donde vivir.

Juan Pablo II fue canonizado en abril de 2013 por Benedicto XVI, quien había mantenido en suspenso el proceso de beatificación de Monseñor Romero. La ascensión de Francisco, como sucesor de San Pedro, permitió la reactivación del proceso y el 23 de mayo del 2015, Óscar Arnulfo Romero fue reconocido beato.

En la Iglesia convergen posiciones de derecha y de izquierda y es encomiable que se reconozca esta dicotomía y la contribución a la humanidad de estos dos hombres, que hoy en día comparten los altares.

Romero y Juan Pablo II nos dejan un ejemplo de que la divergencia de pensamiento en una organización, cuando hay apertura, tolerancia y altura de miras, enriquecen a la institución a la que pertenecen.

Las ideas, nos distinguen de las demás criaturas, guían nuestro andar por el mundo. Con base en ellas, tomamos decisiones, nos unimos a grupos sociales, cuestionamos, aprendemos, incluso peleamos y nos diferenciamos de otras personas.

Estimado lector, la libertad, la individualidad, el hecho de que cada hombre es único e irrepetible, condicionan múltiples formas de pensar, diversas rutas a seguir en nuestra andar por este mundo. Pero por más que éstas sean distintas, deben tener un objetivo común: el bien de la sociedad.

Mail:               miguelparrodi@hotmail.com

Tuiter:          @MiguelParrodi


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