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Inquietud

Por - 28/06/2015

En días pasados entrevisté al ministro de la Suprema Corte José Ramón Cossío, quien apuntaba como preocupación mayor la creciente separación entre ciudadanía y políticos. […]

 Inquietud

En días pasados entrevisté al ministro de la Suprema Corte José Ramón Cossío, quien apuntaba como preocupación mayor la creciente separación entre ciudadanía y políticos. Una especie de desatención de los últimos a las inquietudes de los primeros, así como cierta ceguera frente a los actos que, realizados por personajes encumbrados o sus parentelas, molestan a la comunidad (varios “gentelman” y “ladies” vienen a la memoria).

Palabras más o menos, he escuchado de muy distintas personas la misma reflexión. Proveniente de diferente estrato social y de un amplio espectro ideológico, la misma preocupación me hace pensar en que algo sucede. Existe una cierta inconformidad soterrada, desarticulada pero presente.

Me recordó los movimientos de “Podemos” y “Ciudadanos” en España, que lograron canalizar el descontento social con la clase política (toda, no solo de un partido) y ahora son fuerzas políticas cuyo peso es tal, que obligaron a negociar a los grandes partidos tradicionales las investiduras de cargos públicos. Invito al amable lector a que consulte quienes son las nuevas alcaldesas de Madrid y Barcelona, así como las fuerzas políticas que las postularon. Se llevará una sorpresa.

Más a la izquierda, “Syriza” en Grecia.

Por otra parte, existen claros síntomas de descontento. El movimiento de los 43 de Ayotzinapa, la propuesta de un nuevo constituyente del obispo Raúl Vera, entre otros. Pero sobre todo, ese cierto malestar indefinido pero presente, como la sensación previa a una enfermedad, que nos hace percibir un desajuste en el cuerpo sin aún experimentar dolor.

Apunto una de las posibles causas o agravantes del malestar: el exceso de las campañas de contraste. Estas constituyen un método muy usado por todos los participantes en el certamen electoral, y consiste en el señalamiento de los errores, las desviaciones y enriquecimientos posiblemente ilegítimos de los contrincantes, en un afán totalmente legal de reducir el caudal de votos del contrario, esperando a su vez aumentar el propio.

Insisto, en general es una estrategia legal, que además tiene la virtud para algunos, de fomentar la reflexión de los ciudadanos. Sin embargo, a un plazo corto, ¿no implica desacreditar a toda la clase política? Cuando se critica con dureza a otro político, ¿no se ataca a toda la profesión?, ¿no implica corroborar la frase “todos son iguales”, aunque se trate de demostrar que uno no lo es?

¿Hay que ocultar los errores, las promesas incumplidas? No. Pero tal vez deba encontrarse la forma de señalar sin socavar como tal la práctica de la política.

Habrá quien diga que, desacreditada la política y sus participantes, serán los ciudadanos quienes tomen las decisiones. Creo que no necesariamente sería así. Firmemente, estoy convencido de la necesidad de revalorizar la política y sus participantes.

No hay democracia sin elecciones. No hay elecciones sin ciudadanos…, y sin políticos.


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