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¿Se le hunde el barco a AMLO?

Por Staff Códice Informativo - 11/07/2019

Ayer, martes 9 de julio, el país amaneció con una noticia que afectó las fibras más profundas del Gobierno Federal: Carlos Urzúa Macías, hasta entonces […]

 ¿Se le hunde el barco a AMLO?

Foto: EFE/Presidencia

Ayer, martes 9 de julio, el país amaneció con una noticia que afectó las fibras más profundas del Gobierno Federal: Carlos Urzúa Macías, hasta entonces secretario de Hacienda y Crédito Público, renunció al cargo debido a «discrepancias económicas» con su jefe, el presidente Andrés Manuel López Obrador.

El hecho sería irrelevante o fortuito si no fuera porque la de Urzúa Macías, que además ocurrió en una secretaría importante, no es la primera renuncia con la que se enfrenta el actual gabinete federal; en poco más de seis meses, once funcionarios federales de alto nivel han abandonado la Cuarta Transformación impulsada desde el Palacio Nacional.

El primer abandono de navío al que se enfrentó López Obrador tuvo lugar el 28 de febrero, cuando Gaspar Franco Hernández dejó la Comisión Nacional de Hidrocarburos. Esta renuncia fue particularmente polémica porque se produjo poco después de la crisis gasolinera desatada por el combate entre el Gobierno Federal y los ladrones de combustible o huachicoleros, la mayoría de los cuales están afiliados al crimen organizado.

Un mes y medio después de esta renuncia, Simón Levy dejaba una subsecretaría en Turismo y apenas cuatro días luego de eso, la Comisión Reguladora de Energía perdía a su titular, Guillermo Zúñiga. Después vino Mayo, uno de los meses más catastróficos en cuanto a renuncias para Andrés Manuel López Obrador. Todo comenzó el día 15 con la renuncia de Patricia Bugarín como subsecretaria de Seguridad, continuó el 21, con la dimisión del director General del IMSS, Germán Martínez y concluyó el 25, cuando Josefa González Blanco abandonó la Semarnat.

Energía, Seguridad, Salud y Medio Ambiente. Si algo tienen en común todas estas áreas, es que son las que más polémicas han desatado durante el sexenio actual. Situaciones como la activación de la Guardia Nacional, o la construcción de la Refinería en Dos Bocas, así como los recortes al sector salud en nombre de la “austeridad republicana”, han sido detonantes de innumerables dudas y conflictos en todos estos sectores, lo que podría explicar las constantes renuncias de sus titulares y subsecretarios.

La situación, lamentablemente, no se contuvo aquí y un mes después, en junio, se incrementó de manera dramática el número de bajas. En un solo día, tres altos funcionarios dejaron la Comisión Reguladora de Energía (otra vez), la Agencia de Investigación Criminal y la Subprocuraduría Especializada en la Investigación de Delitos Federales. Once días más tarde, Tonatiuh Guillén dejaba el Instituto Nacional de Migración, donde también estaba desatándose una crisis, en parte como consecuencia del endurecimiento de las medidas antimigración en los Estados Unidos.

La cereza del pastel llegó con la renuncia de Urzúa. Hasta ese día, el acorazado de AMLO tenía agua en cinco compartimentos: Medio Ambiente, Seguridad, Energía, Salud y Migración. Con la última renuncia, el agua entró en Economía, que era lo que más temían los críticos del actual gobierno. Carlos Urzúa tenía un perfil conciliador que garantizaba seguridad para los inversionistas tanto nacionales como extranjeros. Este perfil no está muy alejado del de su sustituto, Arturo Herrera quien, no obstante, también ha tenido amplios y profundos desencuentros con el presidente.

El panorama se torna todavía más turbio cuando se consideran otros factores, como el estancamiento de la generación de empleos en mayo, o el recorte constante a las expectativas de crecimiento económico nacional por parte de las calificadoras e instituciones bancarias.

Todos estos hechos, renuncias, expectativas cortas y la amenaza constante de una recesión, serían motivos suficientes para preocupar al ejecutivo federal si no fuera por una razón: a pesar del panorama ‘oscuro’ que pintan algunos desde la oposición y de las evidentes carencias organizativas que hay en el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, su aprobación a nivel nacional sigue siendo una de las más altas de la historia con un 70 por ciento de los mexicanos ratificando su gobierno.

¿Por qué, se preguntan algunos, tantos mexicanos y mexicanas insisten en apoyar un proyecto tan ‘peligroso’? ¿Es ignorancia, como señalaban los manifestantes del pasado 5 de mayo? ¿Resentimiento social? ¿Envidia hacia quienes tienen más que ellos? La respuesta es mucho más compleja y tiene que ver con el desgaste institucional al que se enfrentaba la política tradicional y que, ahora, por lo menos en el discurso, viene a enmendar Andrés Manuel.

Desde el inicio de su gestión, el actual presidente de México realizó gestos simbólicos muy importantes, como la apertura de Los Pinos, que lo alejaron del esquema, casi imperial a decir del pópulo, en el que se desenvolvían todos sus predecesores. Su misma autoconcepción como un presidente ‘del pueblo’, hace que se le perciba por un amplio sector de la población como una persona dispuesta a escuchar su situación y a enfrentar a quienes, en el imaginario popular, se han aprovechado de la mayoría para enriquecerse. Porque, seamos honestos, AMLO no polarizó a México, como todavía señalan algunos. La polarización ya estaba puesta. Lo que él hizo fue sacar provecho de eso e insistir en darle cacería a un monstruo al que las mayorías ya tenían bien identificado.

¿Significa esto que el presidente puede descansar tranquilo confiando en que el ‘pueblo bueno y sabio’ seguirá de su lado? Por supuesto que no, pensar eso sería ingenuo y ridículo. Hay motivos de alarma y las renuncias, en particular la de Urzúa, son uno de los más pesados. Sería conveniente para Andrés Manuel, si desea conservar cierta calma y garantizar que la macroeconomía no se desplome, escuchar un poco más a los más profesionales dentro de su gabinete y renunciar un poco a su imagen de ‘gran hombre’.

Aún así, la perspectiva de ‘venezuelización’ que ven algunos sigue siendo una posibilidad ridícula. México no es Venezuela, ni Cuba y nunca lo va a ser por la sencilla razón de que, al día de hoy, está entre las veinte economías más poderosas del mundo y, además, tiene como vecino a Estados Unidos. Indicadores como el aumento en producción vehicular y en las exportaciones manufactureras, así como el relativo control en la valuación internacional del peso, hacen absurdo el colapso hacia socialismo con el que fantesean ciertos sectores de la población.

Lo que sí podría suceder es lo que ahora pasa en Rusia: el país tiene una posición internacional relativamente estable, conducida por un líder autoritario y personalista con grandes índices de aprobación, pero lleva en recesión desde 2013. La diferencia, no obstante, que hay entre los dos países está en que el bono demográfico de México está integrado por jóvenes a los que difícilmente caería bien una recesión. En otras palabras, no faltará el papel de baño en el supermercado, pero el consumo al que está acostumbrado un sector de la población se resentirá y entonces votarán por quienquiera que les prometa sacarlos de ahí.

Al final, aunque el barco de AMLO se hunda, tiene botes salvavidas que, a diferencia del fifí Titanic, alcanzan, según el mandatario, para resguardar a toda la población. Lo que temen muchos y muchas a lo largo del país es que, al final, esto solo sea demagogia y, más que el Titanic, México sea la Balsa de la Medusa.


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