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AMLO y el INE, una rivalidad añeja

Por Staff Códice Informativo - 06/04/2022

En la narrativa de AMLO, muy distinta a la del activismo ‘ciudadano’ que buscaba el fin de la hegemonía priista a fines del siglo XX y que en realidad tenía detrás a sectores importantes del empresariado y el clero católico.

 AMLO y el INE, una rivalidad añeja

En víspera de la polémica consulta para la revocación de mandato, la rivalidad entre el presidente Andrés Manuel López Obrador y el Instituto Nacional Electoral está en uno de sus momentos más álgidos desde el inicio del presente sexenio. Por todo el país, son muchas las voces morenistas que vapulean al organismo electoral. Aquí en Querétaro, por ejemplo, legisladores y personajes clave de Morena han cuestionado la forma en la que se distribuyeron las casillas para la consulta.

Estos cuestionamientos llegaron a tal extremo que incluso el delegado en funciones de presidente local, Mauricio Ruiz Olaes, sugirió que la reforma debía implantarse con tal radicalidad que incluso se suprimieran los órganos electorales de cada estado.

Para justificar esta embestida sistemática que sostienen el presidente y personas de su partido, se han esgrimido un millar de argumentos: el INE es costoso, es ineficiente o responde a intereses particulares. El último gran ataque lanzado contra el organismo que vela por la democracia en el país es el intento por modificar la forma en que se eligen a los consejeros electorales. De acuerdo con el presidente y en línea con su discurso popular y nacionalista, el actual método para designarlos es, de hecho, poco democrático, por lo que lo ideal sería que se eligieran por votación.

Sin embargo, los críticos de esta propuesta han señalado preocupación por lo que miran como un intento de recuperar el control absoluto del poder ejecutivo sobre los procesos electorales. El esquema propuesto por AMLO y Morena, dicen sus críticos, deja la puerta abierta a que el INE sea tomado por personajes cercanos al poder, lo que le quitaría la capacidad para tomar decisiones autónomas y lo dejaría a la merced del partido mayoritario, tal como sucedía en la era del antiguo régimen, por el cual AMLO nunca ha dejado de manifestar nostalgia.

No olvidemos, después de todo, que más que contra el PRI, su cruzada personal es contra una ‘herejía’ en el seno del mismo: la herejía neoliberal arrancada por Miguel de la Madrid, llevada a su punto máximo durante la presidencia de Carlos Salinas y, finalmente, cristalizada en el triunfo de la derecha en las elecciones de la alternancia en el año 2000.

Más aún, la desconfianza de AMLO hacia el INE se acentúa por la actuación del organismo durante los procesos electorales de 2006 y 2012. Al día de hoy, él insiste en que le hicieron fraude y aunque no es posible demostrar eso, sí es verdad que el organismo electoral permitió, sobre todo en 2006, el uso de propaganda agresiva y en ocasiones próxima a la calumnia contra el entonces candidato de la Alianza por el bien de todos, integrada por el PRD, el PT y Convergencia, que después se convertiría en Movimiento Ciudadano.

En la narrativa de AMLO, muy distinta a la del activismo ‘ciudadano’ que buscaba el fin de la hegemonía priista a fines del siglo XX y que en realidad tenía detrás a sectores importantes del empresariado y el clero católico, hay una continuidad entre la caída del sistema de 1988 y el triunfo de Enrique Peña Nieto en 2012. En esa continuidad, la ruptura se produce cuando él toma el poder en 2018 y arranca la ‘Cuarta Transformación’, que no sería otra cosa que retomar el rumbo trazado por los procesos de independencia, reforma y revolución.

Bajo ese esquema, él es progresista y aún siendo titular del Ejecutivo federal, sigue siendo un activista político. No hay, en la forma de gobernar de AMLO, el menor trazo de sospecha de que él mismo pueda convertirse en un obstáculo para la democracia porque, sabiéndose ‘víctima’ de fraudes electorales, para él y para todos sus seguidores, él mismo es el demócrata por antonomasia, demócrata di tutti demócratti.

Aún cuando puede haber algo de razón en las sospechas que despierta para Andrés Manuel López Obrador el activismo ‘ciudadano’ en torno al INE, el hecho es que él ya no es opositor ni activista, sino titular de un gobierno que es democrático y cuya democracia, precisamente, solo ha podido construirse de forma tambaleante. Darle una patada al INE, por mucho que pueda tener abierta la puerta a los ‘adversarios’ de AMLO, no abona sino a garantizar mayor opacidad en la forma en que se gestiona la democracia en este país.

Eso, al final del día, no es otra cosa que el camino allanado para la tiranía y el totalitarismo, algo de lo que México, no deberíamos volver a probar nunca más.


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