El brío de antaño. Juan Villoro
Hace casi cuarenta años conocí a Sergio González Rodríguez en la encarnación artística que antecedió a su fecunda trayectoria literaria. Militaba en las huestes del […]
Hace casi cuarenta años conocí a Sergio González Rodríguez en la encarnación artística que antecedió a su fecunda trayectoria literaria. Militaba en las huestes del rock como bajista del grupo Enigma, fundado con sus hermanos. Cada integrante había sustituido su apellido por su signo zodiacal y él se presentaba como Sergio Acuario. Eran los tiempos de los hoyos fonquis, galerones sin acústica donde un coche hacía las veces de taquilla (la ventana se bajaba unos centímetros para recibir billetes y despachar boletos). En ese ámbito precario, Sergio imaginaba inauditos viajes sonoros. La aventura le costó el oído y lo convenció de que el arte no necesita otro estímulo que la pasión para ocurrir.