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Israel en el Consejo de Seguridad: ¿legado o tragedia?

Por Staff Códice Informativo - 13/12/2017

Texto: Juan Ascencio   Obtener un asiento no permanente en el Consejo de Seguridad (CS) de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) para el […]

 Israel en el Consejo de Seguridad: ¿legado o tragedia?

Foto: EFE / Gali Tibbon

Texto: Juan Ascencio

 

Obtener un asiento no permanente en el Consejo de Seguridad (CS) de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) para el periodo 2019-2020 podría ser la coronación de la audaz política exterior implementada por Benjamin Netanyahu durante su actual mandato como Primer Ministro de Israel. Sin embargo, ante la magnitud de los obstáculos para conseguir plena aceptación en la organización, el líder israelí ha mostrado un interés vacilante por conseguir lo que podría ser su máximo legado diplomático.

La política exterior de Netanyahu se ha propuesto sacar a Israel del aislacionismo en el que se ha visto atrapado a causa conflicto con Palestina. A lo largo de 2017, el primer ministro se ha acercado a África, Europa del Este y América Latina, con el fin de modificar el perfil del país y destacar su liderazgo en temas como el avance tecnológico y cooperación para el desarrollo.

En África, Nentanyahu participó en la cumbre de la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (ECOWAS) y realizó una gira de trabajo que incluyó Uganda, Kenia, Etiopía, Tanzania y Ruanda. También tenía previsto asistir a la primera Cumbre Israel-África, pero ésta no se concretó debido a las dificultades políticas que experimentaba Togo, país que sería anfitrión. En Europa del Este, Netanyahu participó en la cumbre del Grupo Visegrád, conformado por República Checa, Hungría, Polonia y Eslovaquia, mientras que en América Latina realizó una gira de trabajo (la primera de un primer ministro israelí en funciones) que incluyó reuniones con los mandatarios de Argentina, Paraguay, Colombia y México.

A su vez, ha visitado las grandes capitales políticas del mundo, incluidas Washington, Moscú, Beijing, Londres y París, y se ha esforzado por profundizar los vínculos comerciales con India, Japón, Australia y Singapur. Nentanyahu incluso visito Azerbaiyán y Kazajstán, dos países pertenecientes a la Organización de la Cooperación Islámica (OIC).

Pareciera que Netanyahu ha encaminado a Israel hacia una nueva etapa de vinculación con la comunidad internacional. Esta favorable coyuntura de política exterior podría aprovecharse para materializar la aspiración de ocupar un asiento en el CS, anunciada en 2005 por el entonces Primer Ministro Ariel Sharon. Dicha membresía significaría un cambio radical del papel de Israel en el mundo. Primero, implicaría reconocimiento internacional.

El CS es el órgano más importante de la ONU, con la facultad de adoptar medidas obligatorias para todos los miembros, incluyendo sanciones económicas y acciones militares en caso de amenazas a la paz y seguridad internacionales. Los miembros del CS tienen acceso a información privilegiada y a reuniones privadas de toma de decisiones, así como la oportunidad de influir en la agenda del órgano y de intercambiar su voto por prebendas políticas. Israel podría convertirse en un actor central para el funcionamiento de la ONU.

En temas particulares, Israel tendría un papel privilegiado en las discusiones sobre el mandato y estructura de la Fuerza Provisional de las Naciones Unidas para el Líbano (UNIFIL), a la cual ha criticado por su supuesta incapacidad para hacer frente a la amenaza de Hezbollah en la frontera Líbano-Israel. También podría incidir en los arreglos militares para el fin del conflicto en Siria. El CS le resultaría una plataforma excepcional para coordinarse con Rusia y otros actores para evitar que tropas iraníes o Hezbollah se establezcan permanentemente en territorio sirio como parte de algún mecanismo de cese al fuego.

No obstante, ingresar al CS traería aparejadas varias presiones para Israel. Teniendo que asumir un papel prominente en cuestiones de paz y seguridad, no faltarían los países que lo acusaran de hipocresía al no implementar las resoluciones que le imponen obligaciones específicas, como la resolución 2334 que condena todo lo relativo a los asentamientos judíos en Cisjordania. Además, cada mes el CS sostiene un debate sobre la situación en Medio Oriente, en el que el conflicto Israel-Palestina figura prominentemente. Para Israel sería políticamente agotador hacer frente a duras críticas, además de que las discusiones evidenciarían aún más sus diferencias en el tema con Francia, Rusia, China y Reino Unido, cuatro de los miembros permanentes del CS. Es un cálculo difícil y Netanyahu debe ser cuidadoso al evaluar si vale la pena exponerse de esa forma.

Dada su pertenencia al bloque conocido como ‘Estados Occidentales y otros’, Israel compite con Alemania y Bélgica por el mismo objetivo. Estos países expresaron su interés en el asiento desde hace más de diez años y han desplegado una activa campaña para conseguir los 128 votos requeridos en la Asamblea General. Aunque Israel pueda destacar sus renovados vínculos con África, América Latina y otros bloques, sus rivales tienen una larga historia de acercamiento con estas regiones que será difícil revertir.

Tradicionalmente, los votos en la Asamblea General no favorecen a Israel. El más claro ejemplo fue la votación de 2012 para elevar el estatus de Palestina de ‘entidad observadora’ (en referencia a la Organización para Liberación de Palestina) a ‘Estado observador no miembro’. En esa ocasión, 138 países favorecieron a los palestinos, 41 se abstuvieron y solo 9 votaron en contra (Canadá, Estados Unidos, Islas Marshall, Israel, Micronesia, Nauru, Palau, Panamá y República Checa).

Otro factor que juega en contra de la aspiración israelí es el cabildeo del liderazgo palestino, el cual ya solicitó a la Liga de Estados Árabes (LEA) que forme un comité encargado de prevenir que Israel logre un asiento en el CS. Además, para evitar que Israel obtenga votos suficientes, Palestina echará mano de sus históricos lazos con los países africanos, asiáticos y algunos latinoamericanos, basados en símbolos como resistencia al colonialismo y la ocupación militar y la lucha por la liberación.

Hasta ahora, la candidatura de Israel cuenta con dos paladines: el embajador israelí ante la ONU, Dany Danon, y su homóloga de Estados Unidos, Nikki Haley. De entre los políticos israelíes, Danon ha sido el más proactivo en la campaña, motivado por sus triunfos en las elecciones para ocupar la presidencia del Comité Legal de la Asamblea General y la vicepresidencia de la misma. Por otro lado, Nikki Haley, en su intento por figurar como futura candidata presidencial, ha abrazado las causas tradicionales de política exterior del Partido Republicano, que incluyen brindar respaldo absoluto a Israel. La embajadora se ha posicionado como la principal defensora de Israel en la ONU y sus agencias, como quedó evidenciado con su apoyo a la salida de su país y de Israel de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco).

Sin embargo, depender del cobijo de Haley y por ende, de Donald Trump, no necesariamente se traduce en una mejor imagen ante la ONU. Al igual que Netanyahu, el presidente estadounidense ha criticado a la organización por su supuesta ineficiencia y ha promovido importantes recortes a su presupuesto. Estar asociado con Estados Unidos podría representar un obstáculo para conseguir los 128 votos necesarios en la Asamblea General.

Estos factores mantienen con dudas a Benjamin Nentanyahu. El primer ministro es consciente de que poner a Israel en el CS transformaría el papel de su país en la comunidad internacional, sin embargo, no está convencido de poder conseguir esta victoria. El tema revela la contradictoria relación de Israel con la ONU; por un lado se busca desprestigiarla debido los embates que en ella surgen, pero a su vez, se le reconoce como un instrumento único para demostrar que Israel puede ser un miembro productivo de la comunidad internacional.

Obtener el asiento en el CS solidificaría el legado en Netanyahu en política exterior. Sin embargo, hay un miedo a perder no reconocido que se ha traducido en una campaña errática. La derrota solo confirmaría las inseguridades de Israel sobre su aislacionismo y dejaría claro que la comunidad internacional se niega a darle un lugar en los mecanismos colectivos de toma de decisiones. Quizás sea muy pronto para que el renovado activismo diplomático de Israel se traduzca en ocupar espacios en foros tan importantes como el CS. Pero hay que reconocer que Netanyahu ha logrado iniciar un cambio en la política exterior israelí que puede traerle muchos beneficios en el futuro.

De no conseguir el asiento, Israel al menos habrá ganado en términos de lecciones aprendidas. Deberá continuar la construcción de nuevas relaciones con países influyentes en votaciones en la ONU, lo cual es vital debido al peso que tienen las coaliciones basadas en ideales compartidos en las votaciones en la Asamblea General.

La estrategia de Netanyahu merece ser retomada por su sucesor. Modificar los patrones de voto requerirá seguir impulsando y financiando iniciativas de cooperación en ámbitos como el tecnológico y el de misiones humanitarias, además de encontrar la manera de defenderse de los ataques que esta genere sin caer en la hostilidad. 

Por múltiples razones, Israel es un caso particular. Enfrenta presiones muy específicas en el ámbito multilateral y enormes dificultades para hacerse de un lugar en la comunidad internacional. Su imagen en la ONU siempre estará ligada al conflicto con Palestina, un tema que se ha convertido en una preocupación común de los miembros de la organización. Por ello, para  generar un verdadero cambio en la forma en que se percibe a Israel, el liderazgo del país debe dar pasos concretos en el proceso de paz.


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