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Turismo y algo de cultura para los queretanos: el Hay Festival

Por Staff Códice Informativo - 01/06/2017

Por: Juan Carlos Franco   1 El Hay Festival es una celebración de la cultura que empieza y termina con la literatura. El Woodstock de […]

 Turismo y algo de cultura para los queretanos: el Hay Festival

Foto: A. Noriega

Por: Juan Carlos Franco

 

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El Hay Festival es una celebración de la cultura que empieza y termina con la literatura. El Woodstock de la mente, la llamó un expresidente de Estados Unidos. Una franquicia exitosísima de festivales de arte y pensamiento en medio de contextos fotogénicos. El festival literario más importante del mundo occidental, lo llamó el New York Times. El autor Alain de Botton aseguró que, dada su enorme capacidad para agendar artistas huraños, no dudaría si en el cartel de la próxima edición estuvieran Virginia Woolf o Montaigne. El Hay Festival es una mezcla entre una conferencia internacional y una boda de pueblo, dijo Joseph Heller, autor de Catch-22. La alegría del festival es que te hace encontrarte con cosas que no sabías que querías saber, dijo Nick Robinson, el editor de política de la BBC.

Este evento se llevará a cabo por segunda vez en Querétaro, y no muchos queretanos lo saben.

 

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Este año, el Hay Festival cumple 30 años. De 1988 a la fecha ha pasado de ser un pequeño evento en un pueblo galés a uno de los encuentros artísticos más importantes.

Hay-on-Wye es una localidad cualquiera del centro de Gales, muy cerca de la frontera con Inglaterra, no muy lejos de Birmingham. Richard Booth, fundador del festival, fue también el fundador, en 1962, de la primera librería en Hay-on-Wye. A partir de ese momento, el pueblo fue convirtiéndose en una especie de meca británica para los amantes de los libros.

De lo que casi no se habla es de la transformación enorme que significó el festival para esa pequeña villa a orillas del Wye, hoy un referente del turismo cultural a nivel internacional. En la primera edición, mil personas se congregaron en alrededor de 25 eventos; en 2012, un estimado de 100 mil personas asistieron a más de 700 eventos. El impacto ha sido enorme, tanto en visibilidad como en la impresionante derrama económica: el visitante promedio gasta 250 libras esterlinas en una visita. Ahí, donde empezó todo, se ha convertido en una visita obligada. De boda de pueblo a acontecimiento internacional.

 

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Tan solo este año están programados festivales en Cartagena, Querétaro, Segovia, Aarhus, Arequipa y dos en la sede galesa original. Ha tenido ediciones también en Nairobi, Belfast, las Maldivas, Kells, Budapest, Beirut, entre muchos otros. En México, un año en Zacatecas y dos en Xalapa. Una franquicia que se ha extendido al mundo con el apoyo de numerosos patrocinadores y los gobiernos de cada ciudad. Una apuesta por la cultura, pero también por el turismo.

Este conjunto, el de cultura y turismo, es mucho más común de lo que pensamos. Las industrias culturales están ligadas a tal nivel al turismo que en muchos estados de la República la institución responsable de la cultura y las artes no sólo no es autónoma, sino que depende de la Secretaría de Turismo y no de la de Educación. Parecen ser un matrimonio indisoluble. El problema, en todo caso, está en el equilibrio. ¿Qué tanto énfasis está puesto en la derrama económica y qué tanto en la difusión de las ideas? ¿A quién va encaminado: al público local o a un hipotético visitante foráneo? ¿Qué busca el gobierno de una ciudad al gastar sumas millonarias en un evento como éste?

 

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Algunas críticas que se le han hecho al festival en sus distintas ediciones: la falta de diversidad en el cartel de invitados, el elitismo de sus eventos —en la sede original, las entradas cuestan en promedio 7 libras (170 pesos) más una cuota por reservación de tres libras (72.50 pesos), sin contar el transporte y el hospedaje—, las argucias publicitarias —como Bogotá39, la reciente lista de «los mejores escritores latinoamericanos de ficción»— y la colonización intelectual europea en las sedes latinoamericanas y de oriente.

Algunas de ellas aplican para la edición queretana, pero la más preocupante es el elitismo. El Hay Festival es, por definición, un evento elitista, y sus invitados son, exceptuando algunos de los que lideran la alineación, autores que no están en la mesa de novedades o en la lista de los más vendidos, cuyo nombre no es referente de nada y cuyos temas, en muchos casos, están alejados de los intereses nacionales. En ese sentido, el Hay ha hecho una labor importante en acercar a otros públicos al festival; en la edición del año pasado en nuestra ciudad, el cartel contenía a autores como Benito Taibo y a booktubers (jóvenes que hablan sobre libros en YouTube), así como a un jam de moneros con Jis y Trino y un programa de acercamiento a las universidades.

El evento más concurrido fue, por mucho, el de Carmen Aristegui, que llenó el Teatro de la Ciudad, con capacidad de más de mil personas (y dejó un número considerable de gente afuera). Ninguno de los demás autores —Le Clézio, Nooteboom, Poniatowska, Millás, Enrigue, Piñón— lograron llenar siquiera la mitad del recinto.

 

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¿Por qué hacer el Hay Festival en Querétaro? Normalmente tendríamos que remontarnos a una serie de casualidades, a la labor profunda de gestión de funcionarios locales o a la inevitabilidad de pensarnos como referentes culturales a nivel nacional. Ninguna de las anteriores es verdad en este caso, sino algo mucho más sencillo. Y mucho más triste.

El Hay Festival se llevó a cabo en la ciudad de Xalapa de 2012 a 2014. Después del asesinato de (demasiados) periodistas, un grupo de intelectuales decidió pedirle al comité del festival que retiraran la sede a la ciudad en protesta por las acciones y omisiones del entonces gobernador, hoy detenido, Javier Duarte. Muchos otros intelectuales y artistas, particularmente los veracruzanos, rechazaron la petición y eventual decisión de retirar el festival de Xalapa. En una ciudad que sufre de violencia, decían, lo que más se necesita es cultura. ¿Qué sentido tiene protestar ante la violencia privando a la ciudad de un gran festival cultural donde las ideas sobre la realidad convergen de manera decisiva?

Y entonces llegó Querétaro. Nadie sabe a ciencia cierta cómo es que vino a parar a acá, pero es casi una decisión lógica: frente al peligro y corrupción de una ciudad azotada por la violencia, una ciudad tranquila, en desarrollo, sin mayor relevancia en el plano cultural nacional, pero pintoresca y turísticamente atractiva. Un Hay-on-Wye mexicano.

 

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Marcos Aguilar le entrega las llaves de la ciudad a los dos ganadores del Nobel asistentes a la primera edición del Hay en Querétaro, el escritor J.-M. G. Le Clézio, y el vicepresidente de la Liga Tunecina de los Derechos Humanos Ahmed Ben Tahar Galai. ¿El alcalde ha leído algún libro, siquiera uno, de Le Clézio? ¿Conoce la labor de Galai en la Revolución de los Jazmines? ¿Está al tanto, si quiera, de la Revolución de los Jazmines? Nunca lo sabremos, y sospecho que en este punto no importa mucho.

El oportunismo es parte de la labor política. No tenerlo en cuenta sería pecar de ingenuidad. Pero el acto simbólico del alcalde se inscribe en un contexto más amplio. ¿En dónde estaba cuando se presentaron los otros autores? ¿Por qué no asistió a oír a cuatro de nuestros más importantes periodistas —Sanjuana Martínez, Sergio González Rodríguez, Carmen Boullosa y John Gibler— hablar sobre Ayotzinapa? ¿Por qué no reunirse también con grandes autores nacionales como Elena Poniatowska, Margo Glantz, Mario Bellatin, Álvaro Enrigue y Valeria Luiselli? Pero sobre todo: ¿por qué no enfatizar la labor artística en el municipio y la creación de públicos locales en medio de un evento tan importante como este?

Sus declaraciones sobre el festival se han centrado en el número de asistentes, en la derrama económica y en ubicarse en la foto junto a los más importantes invitados. En la conferencia de prensa para presentar los resultados de la primera edición en Querétaro, asistieron numerosos directores y oficiales además del propio Aguilar, incluidas las titulares de Turismo y Desarrollo Social. A nivel simbólico esto es muy potente: nadie que represente a la cultura o a las artes, ni del municipio ni del estado. Nadie de la comunidad artística. Nadie que muestre que el Hay Festival es también un evento de los artistas queretanos para el público queretano. Nadie que haga notar siquiera que el Hay es un evento sobre las artes y las ideas, y no para hacer que —como dijo el edil en conferencia de prensa hace unas semanas— el sector hotelero y empresarial incrementen la fortaleza de la ciudad en términos de turismo.

 

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Los artistas queretanos, hay que decirlo claramente, no tienen las circunstancias mínimas para su labor creativa. Y no solo ellos, tampoco los gestores. Hemos recibido tantas veces como respuesta la ausencia de espacios o, ante todo, la falta de recursos. «En general el Hay Festival, que cuesta millones, es un insulto para los que llevamos años intentando crear una escena local», dice Horacio Warpola, poeta queretano. Y en cierta manera lo es. Después de haber sido golpeados hasta el hartazgo con el argumento de que la cultura no tiene dinero, hay un festival externo que es apoyado incondicionalmente.

«Celebro la presencia del Hay Festival, pero también es innegable que los recortes impactan a los creadores», dice Fernando Jiménez, narrador queretano. «El Programa de Estímulos a la Creación y Desarrollo Artístico (PECDA) lleva dos años sin aparecer en nuestro estado. Antes de que llegara el Hay Festival a la ciudad, las cosas no estaban mejor. Nunca sobra, pero no recuerdo un momento dorado de la cultura en Querétaro». Y es ese el problema: el municipio pone como bandera cultural un evento que mira siempre hacia afuera, nunca hacia adentro. Los creadores y gestores locales hemos sido abandonados a nuestra suerte desde hace mucho tiempo en nuestro intento de generar una literatura más sólida, lo mismo que teatro, danza, artes visuales, cine y un largo etcétera. Lo hemos hecho a través de peticiones de apoyo a la creación individual, a festivales en nacimiento, a iniciativas de vinculación nacional y muchas otras cosas. Casi siempre hemos recibido un no por respuesta.

A pesar de que todos los escritores, así como un gran número de artistas, coinciden en que el Hay Festival en nuestra ciudad es un evento importantísimo que vale la pena en muchos sentidos, esto no es suficiente. «No va a consolidar nuestra literatura, ni siquiera va a aportar a nuestra literatura», opina Anaclara Muro, escritora y slamera queretana. «Nuestra literatura la hacemos nosotros, no famosos que vienen un fin de semana. Tenemos que exigir el apoyo a eventos y programas locales porque es nuestro derecho como ciudadanos. De hecho, apoyar a los eventos locales y a la comunidad artística y literaria ayudaría a que eventos así de grandes fueran mejor aprovechados».

Otro problema. Un evento así está siendo desaprovechado en dos sentidos: (1) no tiene la pertinencia social que podría tener porque (2) no hay una infraestructura cultural sólida en el estado, tanto como una cercanía con los creadores y un énfasis programático en la generación de públicos y lectores. Si, contra lo que nos ha hecho saber simbólica y explícitamente el municipio en sus declaraciones sobre el Hay Festival en la ciudad, este es un evento cultural más que turístico, el gobierno del municipio —¡y qué decir de la novísima Secretaría de Cultura del estado, más alejada de su misión que nunca!— no debería pensar el Hay como una forma de levantarse el cuello mientras se toma una foto con los dos únicos Nobel invitados y de atraer más dinero a una ciudad cada vez más llena de oferta turística. El gobierno, en este caso, debe pensar más allá de lo evidente. El Hay no es solo un producto, es la oportunidad de volver a la ciudad algo que, a diferencia de destino turístico, nunca ha sido: un referente cultural a nivel nacional. Sólo falta voluntad.


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