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Reseña: El espíritu de la ciencia-ficción

Por David Eduardo Martínez - 18/04/2017

Reseña de la recientemente publicada novela del escritor chileno Roberto Bolaño.

 Reseña: El espíritu de la ciencia-ficción

Foto: Rodrigo Fernández

El 2017 nos recibió con la noticia de que un nuevo libro de Roberto Bolaño había sido publicado, esta vez por la editorial Alfaguara. Este cambio repentino (Bolaño tenía dos décadas publicándose en Anagrama), generó una polémica bastante peligrosa en la que no faltaron acusaciones de todo tipo. Desde señalamientos contra Carolina López, viuda del autor, hasta insinuaciones oscuras contra los propietarios de ambas casas editoriales; ningún involucrado en la publicación de este nuevo libro quedó incólume. Lejos de abonar esa polémica, el objetivo de este artículo es otro. Quisiéramos resaltar, ante todo, la importancia de esta publicación al margen de las consideraciones extraliterarias.

Primero que nada, será necesario que planteemos una postura contundente respecto a una cuestión muy específica, ¿era necesaria una obra más de Bolaño? A un nivel muy personal, diremos que sí. Las razones vendrán más adelante. Es importante recordar que esta pregunta ha generado un sinnúmero de respuestas, en algunos casos bastante agrias. No son pocos los que consideran que Bolaño ha devenido en una marca editorial y que sus publicaciones nuevas no hacen sino sobreexplotar una mina de oro de la que terceros, ya sean albaceas o editores ambiciosos, esperan sacar sus tajadas personales. Quienes asumen esta posición por lo general lo hacen desde un papel de ‘redentores de la literatura’. Algunos son escritores, la mayoría no. Pero todos recriminan la aparición de inéditos de Bolaño como si su publicación fuera un ultraje a la literatura y como si la literatura, de un modo casi bartlebiano o rulfezco, debiera permanecer siempre cerca del silencio para ser de calidad.

Esta apreciación podría ser acertada en muchos casos, pero no en el de Bolaño, ni en el de autores semejantes. La razón fundamental de esto es la siguiente: Bolaño, si nos atenemos a la imagen canónica que tenemos de ese autor, se preocupaba mucho por la estructura total de su obra. No era un autor que ejecutara cada libro de manera individual y no porque le pareciera malo, sino porque su ambición personal era la de construir un mundo con una coherencia total. Como no podía suceder de otra manera, ese mundo que ambicionó construir desde sus años de juventud, cuando recorría con sus amigos poetas la Ciudad de México, luego Barcelona, París y Blanes, murió junto con él en julio de 2003.

Si el autor en efecto tuvo esa concepción de su trabajo, eso significa que la obra de Bolaño siempre va a estar incompleta y por ende, todo libro nuevo, toda pieza literaria publicada de este autor, aportará nuevos elementos para comprender la totalidad de lo que Bolaño quiso construir. En este sentido, tenemos múltiples razones para creer en esta concepción estructural de Bolaño respecto a su obra. En primer lugar, está el hecho de que todos sus textos parecieran orbitar en torno a un centro común. El centro común, es decir, el modelo ‘gravitacional’ como estructura narrativa, ya fue explotado por el narrador dentro de su gran novela 2666. Ahí, hay dos centros de gravedad, uno humano y otro, llamémosle, circunstancial. El centro humano en 2666 no es otro que Beno Von Archimboldi, el escritor alemán evasivo, candidato eterno al Nobel. El otro centro, el circunstancial, lo constituyen los hechos violentos de Santa Teresa, el trasunto de Ciudad Juárez que Bolaño imaginó para narrar la violencia de los feminicidios.

En la narrativa de Bolaño, entendida como un todo, los centros de gravedad son similares. El centro humano, es él mismo como autor. Bajo la figura de Arturo Belano, el protagonista de Los detectives salvajes, Bolaño se autoficcionalizó para garantizar que su trabajo pudiera ser vinculado, aunque fuera de manera tangencial, a la figura de Belano. Con esto quiero decir que si Bolaño es el narrador de Belano, Belano es el narrador de todo lo demás y todo lo demás es a su vez una nueva ficcionalización de Bolaño que se repite incesantemente, ad infinitum. El otro centro dentro de la narrativa de Bolaño, el centro circunstancial, lo constituye un elemento al que él mismo hizo referencia en incontables ocasiones. Hablo, por supuesto, del mal. Nunca nos queda del todo claro a que se refiere Bolaño con ‘el mal’, pero sabemos que este tema recorre su obra y su concepción de la literatura. No existe, para Bolaño, una literatura sin mal y este mal cobra muchas formas y se relaciona con múltiples personajes y lugares dentro de su obra.

Uno de estos lugares es la Universidad Desconocida. Este centro educativo, si se le puede llamar así, aparece en diversos pasajes de la obra de Bolaño. Uno de estos pasajes es precisamente el libro de poemas que lleva ese nombre y cuya publicación también fue criticada por quienes piensan en la literatura en meros términos de calidad, como si fuera un producto (por eso acusan a estas publicaciones de esconder un interés mercadológico) y no una intrincada combinación de símbolos que se funden con la vida, y que además guardan un misterio. Es verdad que Bolaño aceleró la publicación de sus últimas obras con cierto espíritu mercantil, pero sería un acto temerario acusarlo de haber perseguido siempre estos fines. Aquí conviene recordar otro pasaje donde el autor hizo presente a la Universidad Desconocida. Hablamos, por supuesto, de El espíritu de la ciencia-ficción, el libro que le publicó Alfaguara este año y que tanta polémica generó.

Dicho libro tiene como centro, precisamente, al narrador de la Universidad Desconocida: un tal Jan Schrella. Schrella, según nos explica Bolaño, es un joven, casi adolescente, recién llegado a la Ciudad de México cuyo tiempo se escapa entre los paseos solitarios que da, sus lecturas de ciencia ficción  y las cartas con las que atosiga a los autores más célebres dentro del género. Que Bolaño haya recurrido a la ciencia ficción para conformar un registro literario dentro de esta novela, no es nada casual. Él mismo, en otras obras, dejó importantes pistas sobre su predilección por el género. Evidencia de esto es su ensayo Los mitos de Cthulhu, donde el autor expone su visión particular sobre la literatura y sobre la relación que debe existir entre ésta y las vidas de quienes la producen. La gran referencia en la ciencia ficción, para Bolaño, es Lovecraft y, junto con él, según se dice en el nuevo libro, Philip K. Dick y Ursula K. Le Guin. Lo que caracteriza a estos autores, en particular a Lovecraft y a Philip K. Dick, es la visión oscura que comparten en su trabajo.

Donde Lovecraft habla de un horror cósmico ineludible, Dick sugiere que lo que llamamos realidad es más bien una simulación que nos mantiene dormidos, engañados. Ambos sintieron terror, un terror verdadero, de dimensiones infinitas y ese terror abarca toda la obra de Bolaño y de manera muy puntual El espíritu de la ciencia-ficción. Desde el título, el narrador chileno nos ofrece una pista nada despreciable. El espíritu… ¿Qué espíritu es ese? Ya lo hemos dicho, es un espíritu de terror que, como lo deja en claro el personaje de Schrella, se relaciona de forma directa con la violencia (la ‘gran violencia’ era otra obsesión del autor y, quizá, otra nomenclatura que utilizaba para referirse al ‘secreto del mal’). En esta novela en particular, la violencia se hace sentir de dos formas. En primer lugar dentro de la narración que Jan Schrella hace de su propia escritura. En segundo lugar, en las correrías que encabeza Remo Morán, compañero y trasunto de Schrella y del propio Bolaño, para investigar los secretos de la producción poética mexicana.

La dicotomía que existe entre Jan Schrella y Remo Morán es interesante. Por un lado, se puede leer como una yuxtaposición de los personajes Felipe Muller y Arturo Belano de Los detectives salvajes. Por el otro, y esto es aún más complejo, como un desdoblamiento de la personalidad de Bolaño. Schrella sería, en este sentido, con su configuración de genio atormentado, el ideal que Bolaño (Belano) traza de sí mismo, mientras que Morán sería el narrador más real, es decir, el de más carne. No es casual que, en la novela, Schrella rechace salir acompañado, ni es casual que las aventuras corran por lo general por cuenta de Morán. Uno es la vida, otro es la obra. La vida, claro está, es mucho más imperfecta que la obra, y aun así, en la obra, hay algo que no termina de cerrar.

Sin problema podemos afirmar que la parte más intrigante de la novela son los soliloquios que un Jan Schrella posterior discute con una periodista. En ellos se menciona un premio literario, otorgado a Schrella, evidentemente, por la composición de una novela cuyo tema es la Universidad Desconocida. Esta novela, cuya verdadera trama se nos escapa por completo y se pierde dentro de la narración, posee sin embargo una virtud que es capaz de escapar a la historia que la contiene. Esa virtud, que además es una virtud difusa, podría ser calificada sin problema como la virtud del horror, pero no del horror espectacular fácil. Aquí hablamos de un horror pesadillesco que nos remite a una atmósfera en descomposición. Eso es lo que encontramos en la obra de Jan Schrella: descomposición, violencia, desapariciones, ruidos eléctricos y soledad. Junto con las cartas que el protagonista envía a los escritores de ciencia ficción, estos diálogos sobre la novela imaginaria constituyen sin lugar a dudas, el centro de la narración de Bolaño.

Aun así, nos atrevemos a afirmar que no son lo mejor dentro de El espíritu de la ciencia-ficción y no lo son porque, aunque prometen, en realidad no conducen a nada. Lo que sí conduce, o parece conducir en una dirección, son las correrías de Remo Morán por la Ciudad de México. Esas correrías, que culminan en un maravilloso capítulo erótico al final de la novela, también tienen muy presente ese terror, solo que en formas mucho más concretas. Ya lo decíamos hace un momento: Schrella es espíritu y Morán carne. La carne de Morán es además trémula, insegura, indecisa y hasta temerosa. Pero eso mismo, esas características tan humanas dentro de ese personaje, son las que hacen de los episodios que protagoniza, los más exquisitos desde el punto de vista de la sensualidad.

Bolaño mismo dijo alguna vez que su poesía era platónica, su prosa aristotélica y que ambas abominaban de lo dionisiaco. En las primeras dos afirmaciones le damos toda la razón y en la tercera también, siempre que por dionisiaco el autor se refiera a un manejo desbordado de la lengua. Nada más lejos de él, que siempre intentó ser transparente. Lo interesante aquí es que si Schrella es el espíritu puro, el ideal, y Morán es el acto, la realidad, sin problema podemos decir que el primero es la poesía de Bolaño, mientras que el segundo es la prosa. Esto, claro, significa que en el ‘arcón’, como lo llama Domínguez Michael, del autor, el corazón fue la poesía, pero también que el futuro, la forma final de su obra, fue la prosa. En este sentido, Remo Morán y sus aventuras, cargadas de sombras, dioses y basílicas-dinosaurio, no es sino un preámbulo a lo que vendrá después: Los detectives salvajes, y quizá el resto de las obras narrativas del autor, que orbitan en torno a esta.

Por este motivo, insisto en que es necesaria esta novela. Tiene errores, es verdad, pero a veces intuyo que parte del genio de Bolaño consistió en utilizar esos errores a posteriori, de tal modo que después quedasen enmendados y adquiriesen un sentido final. Es verdad, que quizá Bolaño nunca habría consentido entregar esa novela a la editorial, pero también hay que ser algo maliciosos y preguntarnos si en serio el autor estaba seguro de que esa obra nunca vería la luz. Es célebre la instrucción que Kafka dejó para sus albaceas respecto a lo que debía suceder con su obra una vez fallecido, pero sería muy insensato suponer que el narrador checo estaba seguro de que Max Brod cumpliría con la instrucción al pie de la letra y se desharía de todo. Lo mismo podemos decir de Bolaño. Pasaron más de 20 años entre la escritura de la novela y s publicación con la editorial Alfaguara. No es posible entonces, afirmar con seguridad que Bolaño quería deshacerse de su obra menor. Recordemos, ante todo, que Bolaño era un iconoclasta y que, como todo iconoclasta, era relativamente inconsciente de que las imperfecciones son una parte de la vida. Una cosa es ser un autor exigente. Otra, vivir en la irrealidad…


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