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¿Hacia dónde van los memes?

Por David Eduardo Martínez - 21/09/2016

En 1976, el biólogo británico Richard Dawkins desarrolló una hipótesis que cambió para siempre el rumbo, no de la biología, sino de los estudios culturales. […]

 ¿Hacia dónde van los memes?

En 1976, el biólogo británico Richard Dawkins desarrolló una hipótesis que cambió para siempre el rumbo, no de la biología, sino de los estudios culturales. Lo que el entonces joven científico se proponía, era demostrar que la evolución de los seres vivos tenía mucho más que ver con la genética que con la paulatina mutación global de los individuos. Aunque en cierta manera podríamos decir que Dawkins logró su cometido, decimos que su principal impacto se produjo en el mundo de la cultura debido a un término que acuñó en ese momento y que no cobró relevancia sino hasta el siglo XXI: Los ‘memes’.

Según Richard Dawkins, un meme es una unidad de información elemental que, por sus características, es trasmisible de una generación a otra. En esta teoría, los memes, cuya etimología deriva de ‘memoria’ y ‘genes’, tendrían una función similar a la de los últimos solo que dentro de un plano intelectual. Este neologismo, cuyo uso se vio limitado a la academia durante por lo menos tres décadas, cobró especial relevancia luego de 2010, tras el auge de nuevas redes sociales basadas en tecnología digital.

A la par que Dawkins publicaba su teoría sobre los memes, se produjeron muchos cambios en la forma de producir y procesar información. Internet, cuyo auge fue notorio a partir de la década de los noventa, permitió acelerar el intercambio cultural y estableció cierta hegemonía en las maneras de pensar, sentir y expresarse de quienes vivían como jóvenes el cambio de milenio. No obstante, internet no se quedó estático y, mientras la cantidad de personas conectadas a la red se incrementaba en todo el mundo a pasos agigantados, la red reveló su capacidad para evolucionar y adaptarse a las nuevas necesidades y peticiones de los usuarios. Entre el internet anárquico y primitivo que había en los noventa, rico en leyendas urbanas y percibido como un territorio hostil, y el internet más versátil que se desarrolló diez años después, existe una cantidad de diferencias demasiado significativas como para pasarlas por alto.

Una de estas diferencias se hizo patente en el desarrollo de las llamadas ‘redes sociales’. Las primeras redes sociales eran muy primitivas: plataformas como Metroflog o MySpace donde podías subir muy poca información y la interacción con otros usuarios era mínima. No existía todavía la noción de las redes sociales como un ágora pública. Para eso estaban los foros de discusión, donde usuarios de diferentes países se ocultaban tras avatares ridículos para discutir cosas que iban desde el Mundial de Alemania 2006 hasta la validez del Concilio Vaticano II, pasando por temas como el feminismo, medio ambiente, arquitectura, Andrés Manuel López Obrador, la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO) o la inmigración. Los niveles de energía invertidos para discutir en esos foros eran asombrosos. Era común que en algún momento los ánimos se caldearan y la discusión terminara con insultos, seguidos de la suspensión definitiva de algún forista. En un entorno así, no era rara la irrupción de buscapleitos más o menos profesionales cuyo único interés estaba en pasar un buen rato a costa de la estabilidad emocional de los demás.

Estas personas, llamadas ‘trolls’ en el incipiente lenguaje digital, aprendieron poco a poco a pasar desapercibidas y de lo que en sus inicios era una forma de bullying (carrilla, dirían algunos) más o menos inofensiva pero siempre muy impertinente, surgió un nuevo tipo de humor que moldeó las interacciones sociales dentro del entorno digital. Del humor que estamos hablando es precisamente del humor de los ‘memes’, que en el entorno digital consisten básicamente en una imagen acompañada por un texto cuyo contenido es por lo general irónico. Aunque algunos autores citan el nacimiento de los memes entre 1996 y el año 2002, su popularidad no fue tal sino hasta la segunda década del siglo XXI, cuando pasaron del marginal y segmentado espacio de los foros, al más versátil y fluido de plataformas como Facebook, Twitter y Youtube. El fenómeno de la ‘viralización’, que en el caso de México se hizo patente a partir de 2006 con un video titulado La Caída de Edgar, no habría sido posible sin este tipo de plataformas, sencillamente porque mientras no todos tenían una cuenta en 4Chan, Taringa, JustinTV o hasta los rayanos en la comicidad ForosDeLaVirgen, todos tenían acceso a Youtube y una cuenta en Twitter o Facebook.

De acuerdo con la hipótesis de Dawkins, los memes se llaman así porque encierran un significado mínimo pero contundente y pueden trasmitirse de manera sencilla entre diversos usuarios que a veces pertenecen a generaciones distintas. Su potencial irónico y sarcástico los ha vuelto herramientas muy buenas para su uso dentro de la política. También en 2006, poco después de la viralización de La Caída de Edgar, Youtube se llenó de videos críticos con Andrés Manuel López Obrador, quien aseguraba que le habían hecho fraude en las elecciones para presidente. Aunque todavía no eran memes como tales, los videos anticipaban el uso político de los mismos porque su mensaje era sencillo y ridiculizador, algo totalmente dentro del espíritu del troll.

Fue entonces común ver al dinosaurio Barney insultar con su propia voz al ‘Peje’ o una imagen alterada de un billete de 20 pesos con la imagen del político de izquierdas y la leyenda ’20 pejos’, en presunta alusión a lo que habría sucedido en el país de haberse convertido él en presidente. En las elecciones de 2012, la ridiculización de figuras públicas mediante los memes continuó, aunque se volvió mucho más compleja, pese a su origen relativamente simple y vinculado con el trolleo, al grado de que era posible no solo burlarse de los candidatos, sino también señalar contradicciones dentro de los mismos e incluso actos ilícitos dentro de sus carreras. La enorme cantidad de memes destinados a comprobar la supuesta ineptitud de Enrique Peña Nieto, son una fuerte evidencia en este sentido. Conforme avanzó el siglo XXI, los memes dejaron de ser simples unidades gráficas de información para hacer chistes y desarrollaron la capacidad de generar verdaderos discursos complejos.

La complejidad que los meses han alcanzado se volvió particularmente notoria dentro de Facebook, donde no solo aparecieron cientos de páginas dedicadas a ironizar distintos aspectos de la vida cotidiana, sino que también las discusiones se tornaron cada vez menos textuales al grado que fue posible ver a algunos usuarios replicar a un meme con otro en un diálogo cada vez más icónico y atextual. En el mismo sentido, se desarrolló la idea de que los memes también podían funcionar como expresiones artísticas sometidas a la implacable dialéctica hegemonía vs. vanguardia.

Bajo la idea de que los memes evolucionan y cuentan con un ciclo de vida muy limitado, aparecieron los memeros vanguardistas. Estas personas, generalmente jóvenes ansiosos por separarse de lo anterior y lo ‘viejo’ (para ser viejo en términos de internet, se necesita en realidad muy poco tiempo), se alinearon en torno a conceptos como el de los ‘Dank Memes’. Un Dank Meme, es un meme que todavía no se ha quemado. Quienes comparten Dank Memes son la vanguardia dentro de internet, lo más cool, están en una sintonía perfecta con el tiempo digital, al cual por poco le profesan culto.

Los Dank Memes dejan de serlo cuando se comparten fuera de los espacios en donde surgieron y se viralizan. Lo que es viral ya no está dentro de la vanguardia. Se ha masificado y por lo tanto no es vigente. Compartirlo es vergonzoso, aunque no tanto como cuando sale del círculo de la viralización ‘juvenil’ para caer en ese triste submundo de internet habitado sobre todo por las tías solteronas y los papás generación X que no tienen ningún empacho en compartir saludos para los meses y publicaciones de la Arrolladora Banda Limón. Un meme que cae ahí, es un meme muerto, un chiste viejo y sin gracia que no puede aportar ya nada.

¿Qué pasa entonces con los memes? ¿Hacia dónde van? La respuesta a estas preguntas es compleja. Todo parece indicar que, como toda expresión cultural, la oferta de los memes se ha diversificado. Ahora hay memes para todo: para reírse de las profesiones, para deprimirse, para llorar, para reflexionar sobre el sinsentido de la vida (las aporías y contradicciones lógicas son un tema recurrente entre los memeros Dank). Desde el existencialismo digital, hasta la nostalgia de mejores tiempos, los memes cumplen con diversas funciones y satisfacen a diferentes tipos de usuario.

Es verdad que la lógica vanguardista en términos de memes los ha tornado oscuros y complejos, pero también es cierto que esto ha traído resultados interesantes como la estetización de los perfiles digitales más allá de los parámetros impuestos por las empresas (no compartas ese meme de la Rana René en mi muro porque se ve mal, es algo muy 2013), si eso no es un grado, aunque sea mínimo, de autonomía digital, entonces no sé qué sea. Al final, es difícil saber cuál es el rumbo que tomarán los memes cuando las plataformas cambien (si es que cambian, tampoco el cambio permanente es una garantía). Lo que sí es un hecho es que ya han incidido en nuestras relaciones como especie y que, como dijo Dawkins, se han vuelto una parte importante dentro de nuestra evolución.


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