Plaza de almas. DE POLíTICA Y COSAS PEORES / Catón
“¡Qué cursi! ¿Y para colmo se llama Margarita!” Así dijeron sus amigas cuando se enteraron de que tenía tuberculosis. Y rieron con risa que parecía […]
“¡Qué cursi! ¿Y para colmo se llama Margarita!” Así dijeron sus amigas cuando se enteraron de que tenía tuberculosis. Y rieron con risa que parecía hecha de cristales rotos. Ella no se angustió al conocer su enfermedad. Después de todo su madre había muerto de lo mismo. Le preocupó su padre. Y es que eran nada más los tres: él, ella y la sombra de la muerta. La difunta señoreaba la casa, oscura de tristezas y silencios. Desde su muerte el hombre dejó de ser quien era. Se hizo nadie. Y casi se hizo nada, de no ser por la rabia que nació en él, por el odio con que miraba al mundo, a la vida, a Dios, a todo.