MIRADOR / Armando Fuentes Aguirre
Íbamos los dos, tú mi perro, yo tu señor, por el campo que llaman de Rivera porque en un tiempo perteneció a un hombre apellidado […]
Íbamos los dos, tú mi perro, yo tu señor, por el campo que llaman de Rivera porque en un tiempo perteneció a un hombre apellidado así, y aquí, a diferencia de lo que sucede en la ciudad, los nombres y los hombres no se olvidan. Te detuviste de pronto, la vista fija en un punto. Luego me dirigiste una mirada como diciéndome: “¡Cuidado!”. No te entendí, y seguí caminando. Corriste y me empujaste hacia atrás. Fue entonces cuando vi la serpiente de cascabel que se escurría entre la hierba.