Sobre la democracia y los votos
Se ha convertido en lugar común en los últimos años aludir a la capacidad de la democracia para resolver -o al menos paliar- nuestras ocupaciones y preocupaciones más urgente
El hombre ha nacido libre, por doquiera está encadenado
J. J. Rousseau
Se ha convertido en lugar común en los últimos años aludir a la capacidad de la democracia para resolver -o al menos paliar- nuestras ocupaciones y preocupaciones más urgentes. Lo más desafortunado del asunto es que ya en medio de un sistema con aspiraciones democráticas, esa promesa de solución no la hemos alcanzado. El resultado es una especie de desencanto de la democracia que se convierte en una nostalgia de las etapas previas en las que “estábamos mal, pero nos costaba menos” o “estábamos mal, pero las cosas sucedían”. Este fenómeno si bien es verificable en la sociedad mexicana en su conjunto, no es privativa de nuestro país: se trata de un fenómeno mundial.
La evidencia de esta percepción es elocuente en términos prácticos: se ha avanzado en muchos puntos, pero seguimos teniendo asignaturas pendientes que son además profundamente dolorosas: violencia, pobreza, desigualdad ofensiva, entre una larga lista de etcéteras más. Si la democracia nos prometió y nos costó tanto y no es lo que esperábamos ¿a qué podemos aspirar? ¿Qué es lo que realmente podemos considerar como posible?
Bueno, sin duda resolver esas preguntas ha sido también una constante desde tiempos aún más lejanos, pero a fuerza de dar alguna pista sobre el ideal democrático y lo que como sociedad extremadamente compleja queremos, es posible regresar algunos pasos y consultar a nuestros clásicos. Recuperarlos en su brillo original es un camino para tratar de deshacernos de lo que su vigencia oculta.
En su famoso Contrato Social, el ginebrino Jean-Jacques Rousseau, nos habla del concepto de ‘Voluntad general’. Esta idea, que el mismo Rousseau señala que no siempre ha sido bien entendida, implica dos cosas: una participación deliberativa e irrenunciable de un cuerpo de personas -que inclusive podría ser representativa-, así como una sujeción a sus determinaciones por parte de todo el mundo. La voluntad general tiene un fin y uno solamente: el bien común y, para no olvidar, mientras el poder puede ser susceptible de ser transmitido, la voluntad general no lo es.
Luego, es posible afirmar que a eso que llamamos democracia en estos días, en realidad se ha reducido a un ejercicio de elección por mayoría. Lo cual no es cosa menor ni debemos restarle importancia, pero necesitamos tener claro que su objetivo no es otro que buscar tener un voto más que el resto basado en el egoísmo individualista por parte de un grupo y no en el ideal del viejo Rousseau. La voluntad general como punto de partida implica que una elección es un mecanismo que puede legitimar el ejercicio del poder, no así las aspiraciones que la sociedad en su conjunto considera prioritarias. Así, la democracia podría ser entendida no como un ejercicio autocrático legitimado con votos por parte de un grupo, sino como el cuidado atento a los mandatos y esperanzas derivados de la construcción del bien común de esa sociedad en un corto, mediano y largo plazos.
*Alejandro Ocampo Almazán
Profesor de la Escuela de Humanidades y Educación del Tecnológico de Monterrey Campus Querétaro. Correo: aocampo@tec.mx