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Los gobernadores (Primera parte)

Por Andrés González - 27/05/2013

Las ideas expresadas en las columnas, así como en otros artículos de opinión, no necesariamente corresponden a la línea editorial de Códice Informativo, y solo son responsabilidad del autor.

Ayer por la tarde trascendió una reunión no muy usual pero que retomaría una vieja costumbre, queretana y llamémosle, institucional. La reunión de ex gobernadores, […]

 Los gobernadores (Primera parte)

Ayer por la tarde trascendió una reunión no muy usual pero que retomaría una vieja costumbre, queretana y llamémosle, institucional. La reunión de ex gobernadores, con el mandatario en turno.

Impuestos al poder, los mandatarios tienen entre si más enemistades que afectos. Y también se hacen públicos, inocultables.

En el Querétaro moderno, así fueron estas relaciones, aunque también hay lazos –intereses– que los unen.

Para el queretano que supera la media centuria, no fue desconocido el distanciamiento entre los gobernadores de la década de los setenta´s. Rafael Camacho Guzmán nunca hizo click con su antecesor, el Arq. Antonio Calzada Urquiza. 

Se recuerda que Calzada intentó dejar – casi a como diera lugar – a su sucesor en la persona de quién fuera su poderoso secretario de gobierno, Fernando Ortiz Arana. 

A Camacho, como podía, trataba de bloquearlo en el Querétaro de aquellos años. El senador Camacho – a quién aquí era conocido como “El Negro” más en tono despectivo que con cariño – se había identificado con el líder nacional del sindicalismo, con don Fidel Velázquez Sánchez. Y este le estimaba.

Una anécdota que narro en el libro “Los Ruidos del Poder” de mi autoría, describe como era la rivalidad entre Camacho Guzmán, con Fernando Ortiz Arana. Quién me la confío, cercano a José, todavía vive. Aquí anda entre nosotros, por fortuna. Y todavía activo en la política.

Se las narro:

Rafael Camacho Guzmán con su antecesor, con Antonio Calzada, nunca escondió sus resentimientos.

Ya en el gobierno, fue Camacho Guzmán el que le tapó toda posibilidad de figurar. Lo sabía perfectamente Fernando, lo sufría; lo sabía la familia, lo sabíamos todo Querétaro.

Eran los primeros meses del gobierno de Camacho.

La rivalidad entre ambos – Camacho y Fernando – estaba en su apogeo.

“Al otro día en el lugar en que habíamos quedado, vi que Pepe venía con prisa. Lo saludé.

– Vámonos. Me dice.

Y alargamos el paso por la calle de Madero. Nada me platica. Subimos a grandes zancadas la escalera central de Palacio, donde está hoy el Archivo Histórico. Y nos fuimos derechitos a la oficina del gobernador.

Nos recibe la secretaria.

– ¿Se encuentra el gobernador?

– Si, ahorita lo anuncio ¿De parte de quién?

Pepe no esperó la respuesta – me dijo mi fuente -. Abre la puerta y se mete hasta el despacho del gobernador Rafael Camacho Guzmán. Y yo – mi fuente – con él.

– “Quihubo” compadre, como estás, que milagro…

– Compadre una chingada. Vengo por lo de mi hermano, por lo de Fernando.

– ¿Qué pasa con él? Le pregunta Camacho.

– No te hagas pendejo. Te quiero decir claramente que no te metas para nada con Fernando. No te metas, cabrón, con mi hermano. No lo toques.

Camacho se había quedado, extrañamente, callado, porque Pepe tampoco le dio oportunidad de hablar. Y le dice:

– Si te sigues metiendo con Fernando, te voy a incendiar Querétaro. Te voy a levantar todo el estado y lo pongo políticamente en tu contra. Y sé cómo hacerlo. Y te lo voy a decir claro y una sola vez. Si te sigues metiendo con mi hermano…te mato…cabrón.

Y salimos. Camacho no habló ni dijo nada”.

Hasta ahí el relato, al pie de la letra, tal y como aparece en el libro “Los Ruidos del Poder” de mi autoría.

Pero este relato tiene continuación, a posteriori. Y también hay testigos.

Sucede que, de vez en cuando y hasta la fecha, nos juntamos un grupo de amigos para desayunar, para platicar de todo. Bueno, de política muy particularmente.

Esa vez y ya en el 2009, quién convoca me dice: Oye Andrés, fíjate que invité a este desayuno a Pepe Ortiz Arana y te quiero preguntar si no tienes inconveniente en que nos acompañe…por lo de tu libro, tú ya sabes.

– No, de ninguna manera, por supuesto que no.

En esta parte de la plática estábamos cuando llega al lugar – un restaurante de las calles de Ezequiel Montes – Pepe Ortiz Arana, conocido de todos los que ya estábamos en la mesa. Y nos saluda a cada uno, muy a su tradicional estilo.

– Bueeenos días, como han estado.

– Bien. Contestamos algunos.

Y se va uno a uno, a saludarnos. Cuando llega con mi persona, quién le invitó le dice:

– Mire licenciado, él es Andrés González Arias, periodista y es el autor de este libro, que me permito obsequiarle.

– Ah, Andrés, si como no, el de Radar. Y si, de este libro ayer que estuve con algunos amigos, me leyeron una parte.

Y es que la parte que seguramente le habían leído, está justamente en la contraportada.

Ahí es en donde yo tomo la palabra.

– Gusto en saludarle licenciado. Y quiero manifestarle que los doctores, cuando se equivocan, entierran sus errores, pero los periodistas, cuando escribimos, podemos corregirlos. Dígame licenciado ¿Qué hago con este capítulo?

Pepe Ortiz Arana se me queda mirando fijamente a los ojos. Y me dice.

– Nada, Andrés, nada. Así déjalo…así déjalo.

Y en ese desayuno, comenzó la charla, muy amena por cierto. Ya se imaginará usted de que nos platicó ahí José Ortiz Arana a todos los comensales. Y ellos también dan testimonio.

Algún día se los platicaré.

Lo narrado en ese libro – “Los Ruidos del Poder” – se queda corto.

¡Que memoria la de Pepe Ortiz Arana!

Continuará.

Andrés González

Periodista de toda la vida, egresado de la escuela Carlos Septién García, catedrático en la Universidad de Guanajuato, analista político en radio y prensa escrita, además de Premio Estatal de Periodismo en el 2000.


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