Los “concheros”

A los mayores les llaman “capitanes”. Son los “Sánchez” y los “Aguilar” o los “Rodríguez” los que siguen la tradición, entre muchos otros grupos

Cada año y por estas fechas – 12, 13 y 14 de septiembre – las calles cercanas al Templo y Convento de la Cruz, en Querétaro capital, se vuelven un romeral.
Son los “concheros” que organizados en familias, en cofradías – les llaman “mesas” – inundan primero las calles para postrarse, tras horas y horas de danza, a los pies de la Santa Cruz de los Milagros, en una advocación que, iniciada por los padres franciscanos, se ha convertido en la más grande e importante de la fe católica en este estado.
Cualquiera de estos días, desde la Alameda Hidalgo se escuchan sus tambores y chirimías, huehueltl y teponaxtles, con sartas de cascabeles colocados en los tobillos, que marcan el ritmo incesante de la danza.
Todos los grupos tienen sus nombres, sus costumbres y ritos.
A los mayores les llaman “capitanes”. Son los “Sánchez” y los “Aguilar” o los “Rodríguez” los que siguen la tradición, entre muchos otros grupos. Vienen de San Francisquito, del barrio de San Sebastián y La Pastora. O de los muchos barrios que tiene La Cruz. Otros llegan con sus danzas y vistosos plumajes desde el barrio de El Tepe y algunos otros desde Santiago Mezquititlán o San Miguel Tlaxcaltepetl del municipio de Amealco.
Son cientos, son miles. Y no se cansan de danzar.
Por estos días, las calles aledañas al Convento se llenan de todo tipo de puestos. Los de comida son los más visitados. Olores y sabores que se mezclan. Guajolotes, bueñuelos y enchiladas queretanas inundan con sus aromas las calles de Reforma, Manuel Acuña, Venustiano Carranza, 20 de Noviembre e Independencia, parte de Damián Corona y Felipe Luna.
A diario, es un hervidero de personas.
Y el arroyo de las calles se adornan con el colorido plumaje de los danzantes y concheros. Y entre ellos – que todos se reconocen – los penachos dan mando y autoridad. Las largas plumas de faisán y pavorreal son las más preciadas, las más caras. En los grupos, no se mira ni la edad ni el género. Tampoco la condición social. Todos – y ante la Santa Cruz – son iguales.
Muchos van a pagar una manda, por algún favor recibido. Otros, por continuar la tradición de familia, pero todos danzan.
El sudor les hace perlar la frente, pero les aliviana el espíritu.
Cuando alguno de los “capitanes” muere en cualquier día del año, al mismo sitio donde danzaron llega la familia toda, con sus danzas y penachos. Frente a la torre mayor del Templo hasta donde les acompaña el sacerdote, ponen su cadáver. Le rezan y le bailan. Encienden incienso y lo rodean.
Es el adiós de un “capitán”. Es también su última danza.
Hoy las calles están copadas todas por estos grupos de concheros, elevados ahora a nivel de monumentales estatuas, que dan testimonio de la queretaneidad pero también de su fe.
De entre los grupos, acá vemos a un chamaco no mayor de diez años y a quién llamaremos Pepe. Lleva danzando una, dos, tal vez cuatro horas continuas. Cerca, sus padres y sus tíos…la familia toda.
“Tengo dos años viniendo con mis papás…me gusta y lo seguiré haciendo mientras tenga fuerzas” me dice Pepe que porta ya en sus tobillos pequeñas ensartas de cascabeles. Su penacho es pequeño con plumaje discreto. “Mi abuelo me lo hizo”.
“Para nosotros danzar es una manera de orar y de dar gracias a la Santa Cruz” me dice el papá del pequeño Pepe.
En el atrio del Templo y Convento de la Cruz, en costumbres que se pierden en el tiempo, se colocan enormes ofrendas de entre ocho y diez metros de altura, formadas con cientos de flores amarillas de cempasuchelt y blancas conchillas de cactáceas.
A muchos de estos les entreveran frutas o productos de la tierra misma, como mazorcas y espigas de trigo.
El ponerlos de pie representa también el fervor de su creencia religiosa. Tienen forma de cruz. “Son parte de nuestro rezo” me dicen.
En estos días – 12, 13 y 14 de septiembre – los amaneceres en la vieja colina del Sangremal ( desde donde se divisa toda la ciudad de Querétaro)se colma el cielo de cohetes; las tardes son de una continua danza que parece será eterna, la de los concheros; y cierran la noche, hincados y yendo de rodillas, con una sentida oración al pie de la Santa Cruz, que les tranquiliza el espíritu y les reconforta el alma.
Son los “concheros” queretanos.
Nuestros “concheros”.
Andrés González
Periodista de toda la vida, egresado de la escuela Carlos Septién García, catedrático en la Universidad de Guanajuato, analista político en radio y prensa escrita, además de Premio Estatal de Periodismo en el 2000.