La Masacre en el Bar Cantaritos; conmoción en Querétro por ser ataque directo contra civiles desarmados
El reciente ataque armado en el bar “Los Cantaritos” en Querétaro, que dejó diez muertos y trece heridos, ha conmocionado a la comunidad local, marcando un antes y un después en la historia de violencia en el estado
La violencia en México ha tocado muchas puertas, también aquí, pero lo ocurrido la noche del sábado en el bar “Los Cantaritos” en el Centro Histórico de Querétaro es un recordatorio doloroso de que el crimen organizado no distingue entre víctimas. Este ataque armado, en el que 10 personas fueron asesinadas y 14 más resultaron heridas, marca un antes y un después en la historia reciente del estado.
Nunca antes se había vivido un ataque masivo, indiscriminado, y tan cercano al corazón de la vida cotidiana de los queretanos. Los videos del ataque son claros; hombres con armas largas entraron y dispararon en ráfaga contra un establecimiento repleto de comensales en una de las zonas de la ciudad más concurridos por la vida nocturna en bares que caracteriza el centro de la ciudad.
Este podría ser un ataque dirigido a un grupo específico, o a negocio relacionado con actividades ilícitas, como hemos sido testigos en otras ocasiones en diversas partes del país. Pero además aquí el objetivo parece haber sido simplemente sembrar el caos, el terror, el sufrimiento entre los habitantes de la ciudad. Este acto de violencia brutal, ejecutado sin compasión según puede verse en los videos de seguridad, tiene la huella de un crimen organizado que, como un cáncer, se extiende más allá de las fronteras de los estados más afectados por la violencia.
Lo que ocurre en Querétaro es mucho más que un hecho aislado; es un reflejo del desplazamiento de la violencia desde estados como Guanajuato, donde la lucha entre cárteles ha sumido a comunidades enteras en un estado de desesperación. Los empresarios y ciudadanos de esos lugares buscan refugio en Querétaro, un estado que hasta ahora se había considerado “relativamente tranquilo”. Pero imágenes de masacres que no eran comunes en Querétaro están siendo cada vez más comunes a los ojos de todos.
La comunidad, devastada y desconcertada, ha respondido al ataque de manera silenciosa: veladoras, flores y un altar improvisado han sido colocados en el sitio como símbolo del dolor compartido. La ciudad, que por años gozó de una relativa calma en medio de un país en llamas, se enfrenta ahora a una realidad difícil de asumir: la violencia ya no respeta fronteras ni clases sociales tampoco en Querétaro.
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Este ataque debe hacernos reflexionar sobre la creciente impunidad y la falta de eficacia de las políticas de seguridad pública, tanto a nivel local como federal. Los queretanos, como cualquier otra comunidad en México, merecen vivir en paz, sin la sombra del crimen organizado sobre sus cabezas. Pero más allá de las cifras, las políticas de seguridad, las reacciones de las autoridades, lo que realmente queda en el corazón de la gente es la sensación de vulnerabilidad, de que cualquier lugar, cualquier momento, puede convertirse en un objetivo.
El dolor y el miedo que ahora embargan a Querétaro son el precio de una guerra sin sentido que nunca debió haber llegado a este punto. El ataque al bar “Los Cantaritos” no es solo un acto criminal más; es una llamada de atención brutal para una ciudad que no estaba acostumbrada a la barbarie. La violencia, que antes se veía como un mal lejano, ha llegado para quedarse si no se toman medidas urgentes y efectivas.