Hoy hace 32 años en la Plaza de San Pedro…

Meses antes de sentarse en la Plaza de San Pedro a escribir postales mientras esperaba la llegada de su víctima, el joven turco Mehmet Ali Ağca había recorrido la costa europea del Mediterráneo usando diferentes pasaportes e identidades para no dejar rastro ni de su lugar de origen ni de la ruta en sí, sólo así podría llegar a esa tarde del 13 de mayo de 1981 con una pistola semiautomática Browning Hi-Power en el bolsillo a un lugar público tan concurrido sin levantar sospecha alguna. A Ağca le acompañaba un cómplice, Oral Çelik. Juntos tenían una misión: debían instalar un explosivo que estallaría después de que dispararan en contra de su objetivo, posteriormente, aprovechando el pánico colectivo, huirían a la embajada búlgara en Roma. Era un plan con un margen de error alto, pero factible hasta cierto punto.

El objetivo se aproximaba. La gente se iba acercando al camino por el que pasaría el Papa Juan Pablo II rodeado de una protocolaria comitiva inconsciente de que un pistolero apuntaba en contra de su custodiado. Se escucharon varias detonaciones, cuatro balas alcanzaron al sumo pontífice hiriéndole un brazo, una mano y el abdomen, específicamente en el intestino. Dos civiles más también resultaron heridos. Algunos de los testigos que se encontraban en la Plaza de San Pedro al momento del atentado impidieron más disparos y aprehendieron a Ağca mientras Çelik se daba a la fuga, la misión había fracasado. Las autoridades se apuraron a arrestar al francotirador mientras Juan Pablo II era atendido de las heridas que más tarde serían calificadas como graves. El joven Mehmet, que en 1981 tenía tan sólo 23 años, fue hallado culpable de intento de homicidio y condenado a cadena perpetua por la justicia italiana. Aunque algunas fuentes lo vinculan con el servicio secreto búlgaro en los tiempos de la Unión Soviética (Juan Pablo II se opuso siempre a la ideología comunista), las causas que motivaron a Ağca a disparar en contra del entonces Papa continúan siendo un misterio.

A petición del Juan Pablo II mismo, Mehmet Ali Ağca fue indultado de su cargo y extraditado a su natal Turquía en el año 2000. Mientras estuvo preso en la cárcel romana de Rebibbia, el joven recibió varias visitas de su víctima, quien le otorgó el perdón y con quien incluso llegó a entablar una amistad. Hoy Ağca se encuentra cumpliendo una condena por crímenes cometidos en su país previos al intento de asesinato y se estima que será puesto en libertad hasta el 2017. En abril de 2005, cuando el Papa Juan Pablo II falleció a causa de complicaciones de la salud, Ağca declaró: «he perdido al Papa, mi hermano espiritual».

Estos 10 niños se ganaron un lugar en la historia por los logros que alcanzaron a una corta edad.