Rompiendo el silencio
Hay temas que estremecen el alma. Temas que preferimos evitar porque duelen, porque asustan, porque reflejan una realidad que nos confronta. El abuso sexual infantil […]
Hay temas que estremecen el alma. Temas que preferimos evitar porque duelen, porque asustan, porque reflejan una realidad que nos confronta. El abuso sexual infantil es uno de ellos. Un tema escalofriante, incómodo, pero innegable. Ayer, 19 de noviembre, se conmemoro el Día Internacional para la Prevención del Abuso Sexual Infantil, y aunque las cifras y testimonios nos atormentan, la negación solo perpetúa el daño. Hoy, más que nunca, debemos hablar de ello. No por morbo, sino por responsabilidad.
La ONU lo llama el crimen encubierto más extendido de la historia. Los datos lo corroboran: una de cada cinco niñas y uno de cada diez niños sufre abuso sexual antes de cumplir los 18 años. Pero lo más alarmante no es solo la prevalencia, sino la oscuridad en la que estos actos se ocultan. Apenas el 2% de los casos se denuncian. ¿Por qué? Porque el abuso sucede mayoritariamente en los espacios más íntimos, más cercanos, aquellos que deberían ser seguros.
Siete de cada diez abusos son perpetrados por familiares directos. Dos de cada diez, por conocidos cercanos. Solo en uno de cada diez casos el agresor es un desconocido. Esto significa que, en el 90% de los casos, el abuso ocurre en lugares donde los niños deberían estar protegidos: en casa, en la escuela, en la iglesia, bajo el cuidado de alguien de confianza. Esta realidad duele, y más cuando pensamos que los responsables de velar por la seguridad de los menores a menudo son quienes más los traicionan.
El impacto del abuso sexual infantil es devastador. No se trata solo de un acto atroz en un momento específico; las secuelas persisten para toda la vida. Las niñas y niños que sobreviven al abuso enfrentan trastornos psicológicos, dificultades para establecer vínculos saludables, alteraciones en la percepción de su propio cuerpo y, en muchos casos, un trauma que los acompaña como una cicatriz invisible pero profunda. Organizaciones como Corazones Mágicos en Querétaro trabajan para sanar esas heridas, pero la tarea es titánica y el daño, muchas veces, irreparable.
¿Qué podemos hacer? Hablar del tema es un primer paso, pero no basta. Es hora de pasar de la indignación a la acción. Por eso propuse una ley para la creación de un padrón de agresores sexuales en Querétaro, una herramienta que, aunque polémica, podría marcar un antes y un después en la protección de nuestras niñas y niños. Países como Canadá, Estados Unidos, Reino Unido y Costa Rica ya cuentan con registros similares. Sin embargo, en México, las iniciativas enfrentan resistencias.
La Suprema Corte de Justicia ha señalado que un padrón público podría vulnerar derechos fundamentales, pero dejó abierta la posibilidad de un registro controlado por autoridades, accesible a víctimas y utilizado con fines preventivos. Este enfoque equilibrado permitiría a las víctimas ejercer un legítimo derecho a la información.
Paul Ospital
Diputado local por la LX Legislatura del Estado de Querétaro. Maestro en Gobierno y Políticas Públicas y licenciado en Ciencia Política y Administración Pública. Se ha desempeñado en diversos cargos dentro del Partido Revolucionario Institucional a nivel local y nacional. Ha participado en paneles de análisis y discusión en distintos medios de comunicación y actualmente participa en una veintena de medios como columnista y colaborador.