Incomodarnos, siempre traerá consigo un beneficio
Quiero compartir algunas de las historias, porque algunas fueron muy incómodas y no vi el resultado inmediato
Después de seis años de haberme inventado esta frase de “incomodidad, ahí te voy”, y de usarla repetidamente, hoy puedo asegurarte que cada vez que conscientemente salí de mi zona de confort, obtuve un beneficio. No siempre fue inmediato. En muchas ocasiones tuvo que pasar tiempo para poder cosechar los frutos de aquello que me atreví a incomodar.
En la publicación anterior, compartí que llegué a Querétaro en el 2018. Lo recuerdo bien porque fue para asistir a la boda de una amiga. A partir de ese momento, me quedé en Querétaro buscando oportunidades de crecimiento profesional, clientes y negocios. En esta dinámica, reconocí que para lograr aquello que buscaba, crecimiento profesional y económico, debía estar dispuesto a incomodar. Me inventé esta frase y empecé a utilizarla una y otra vez.
Esta dinámica me ayudó mucho porque llegué a un punto en el que, de forma automática o casi automática, cuando me sentía incómodo, en lugar de buscar razones para no hacerlo, excusas o cómo zafarme, me decía a mí mismo: “incomodidad, ahí te voy”, y actuaba. Quiero compartir algunas de las historias, porque algunas fueron muy incómodas y no vi el resultado inmediato. Hoy, en retrospectiva, puedo decir que cada vez obtuve un beneficio, directa o indirectamente, gracias a que estuve dispuesto a incomodarme.
Una de esas anécdotas es la siguiente: una persona que acababa de conocer y con quien hice buena química me invitó a un evento de emprendimiento. Acepté ir, pero una hora antes del evento, me canceló. Me dijo que fuera al evento y buscara a una persona. Sentí incomodidad porque no conocía a nadie y no tenía habilidades sociales para romper el hielo. A pesar del temor, tomé valor y fui al evento.
En este evento conocí a una persona que luego me pidió apoyo para diseñar y estructurar estrategias para su emprendimiento. Esta persona no solo me pidió ayuda a mí, sino a un grupo, y solicitó una sala para reunirnos una o dos veces por semana. En ese entonces, yo no tenía auto y estaba económicamente limitado. Había días en los que debía decidir entre pagar un Uber o enfrentar dificultades económicas. Entonces, si mi agenda lo permitía, salía de mi departamento dos horas antes, caminaba bajo el calor o la lluvia para llegar a la reunión. Esto se repitió por 2 o 3 meses consecutivos.
Comprendí que no podía cosechar donde no había sembrado. No podía esperar oportunidades de negocio y clientes sin haber construido relaciones. Sembrar relaciones requiere tiempo, dedicación y esfuerzo, y así lo hice. Hoy, esa persona es alguien a quien aprecio y con quien colaboro en temas de relaciones públicas. Más allá del beneficio directo, forjé mi voluntad para enfrentar lo que me incomodaba. Aunque no cobraba por la asesoría, esas frecuentes reuniones bajo condiciones adversas me permitieron fortalecer mi determinación para salir de la zona de confort.
Otra anécdota es cuando me invitaron a dar clases en una universidad. Al principio pensé en rechazar la oferta, pero recordé mi lema de “incomodidad, ahí te voy” y acepté. En la universidad, coincidí con una maestra con quien empecé a tener una relación cordial. Unos años después, esa maestra se convirtió en la madre de mi hija, y tenemos una relación extraordinaria. Este resultado positivo no habría sido posible si no me hubiera incomodado al aceptar dar clases.
A veces, salir de la zona de confort puede dar resultados inmediatos. Por ejemplo, invitar a alguien a bailar puede resultar en una aceptación o rechazo inmediato. Sin embargo, en otras situaciones, el beneficio puede tardar mucho tiempo en manifestarse. Esto no significa que no haya beneficios; simplemente significa que necesitamos continuar saliendo de nuestra zona de confort para que sea más claro ver esos beneficios.
Mi papá trabajó en el hospital de Pemex. Él es médico y trabajó allí hasta que hace algunos años se jubiló. En una ocasión, mis papás estaban platicando y haciendo un recuento de todo lo que habían vivido para lograr una plaza en Pemex en aquellos tiempos, establecerse en una ciudad y empezar a crecer la familia, así como ellos mismos, tanto como pareja como económicamente.
Recuerdo mucho que mi papá comentó que, de todo lo que había pasado, justo después de terminar su especialidad en Ginecología en la Ciudad de México, ya casado con mi mamá, se fueron a un pueblo en el estado de Puebla. Estuvieron allí mientras se abrían oportunidades para las plazas en un hospital en una ciudad, no en un pueblo.
Mi papá mencionó que, de todo lo que habían pasado, eso era lo único que no veía cómo había beneficiado en su camino recorrido. Mi mamá le hizo ver que los meses que estuvieron en ese pueblo fueron considerados parte de su vida laboral, lo que le permitió cumplir con el tiempo necesario para jubilarse. En otras palabras, de no haber estado esos meses en ese pueblo, no se habría podido jubilar en el momento perfecto.
Aquí estamos hablando de 35 años de trabajo. Pasaron 35 años para que mi papá pudiera decir que eso que vivió le trajo un beneficio. Al ser un pueblo, había algunos profesionistas que no deseaban mudarse de ciudad. Yo, por otro lado, me he movido muchas veces y no tengo problema en cambiar de ciudad. Sin embargo, hay gente que prefiere quedarse en una sola ciudad y trata de no moverse, lo cual también tiene sus beneficios.
Creo que este es un ejemplo extremo. Estoy seguro de que si mis papás profundizaran un poco más en el tiempo que estuvieron en aquel pueblo, encontrarían otros beneficios más cercanos. Muchas parejas se casan y siguen viviendo en la misma ciudad donde están sus familiares, lo cual a veces limita la convivencia entre ellos como pareja. Al mudarse a ese pueblito, sin distracciones sociales ni familiares, mis padres pudieron fortalecer su relación.
Una anécdota que mis padres comparten mucho es que, con el primer sueldo que recibió mi papá, se lo gastaron todo. Todavía no tenían hijos y nunca habían vivido fuera de casa, así que no tenían en mente pagar renta. Tuvieron que pedirle a la casera que les diera oportunidad, ya que gastaron el dinero sin pensar en la renta. Este tipo de detalles, como tener una casera comprensiva y vivir en un pueblo donde los gastos son menores, definitivamente les trajo muchos aprendizajes.
¿Qué te quiero compartir con todo esto? Varias cosas muy puntuales que ya he mencionado en este artículo. Primero, siempre que estés dispuesto a salir de tu zona de confort, obtendrás un beneficio. Puede que no lo veas de inmediato o que tarde en llegar, pero siempre habrá un beneficio, directo o indirectamente. Mi intención con esta filosofía es transmitir aquello que me ha ayudado a seguir incomodándome. Si no fuera capaz de ver estos beneficios, regresaría a mi zona de confort. Ver los beneficios me permite reforzar esta frase y el hábito de salir de mi zona de confort.
A lo largo de los siguientes artículos que estaré publicando en esta columna, mi intención es transmitirte todo lo que he aprendido y sigo aprendiendo, y cómo esta frase que me inventé se ha convertido en una filosofía. Te invito a suscribirte, estar pendiente de las columnas e incluso suscribirte al podcast en Spotify y en mi canal de YouTube, Gumaro Bracho
Gumaro Bracho
Es autor, conferencista y coach de negocios. Apasionado del crecimiento y desarrollo personal, trae a formato de columna "Incomodidad ahí te voy", un espació para profundizar en temas económicos y de emprendimiento.
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