AMLO, el último llamado para la izquierda mexicana
A medio año de que se realicen los comicios electorales del próximo 1 de julio del 2018, la izquierda en México, de la mano de […]
A medio año de que se realicen los comicios electorales del próximo 1 de julio del 2018, la izquierda en México, de la mano de Morena y Andrés Manuel López Obrador, se perfila como la favorita para ganar la presidencia del país, o al menos así lo reflejan la mayoría de las encuestas publicadas hasta el momento.
El escenario no es desconocido, pues en 2006 López Obrador, candidato presidencial en ese entonces por el Partido de la Revolución Democrática (PRD), también contaba con la aprobación de las encuestas, que lo llegaron a colocar hasta 20 puntos por encima de su más cercano competidor, Felipe Calderón Hinojosa del Partido Acción Nacional (PAN), quien a la postre, como sabemos, terminó convirtiéndose en el presidente de México.
Hablar sobre las posibilidades que tiene la izquierda en México de ganar la presidencia de la República es complicado; plantea, por principio, la necesidad ontológica de definir qué izquierda estamos abordando.
De izquierdas a izquierdas
Clarificar de qué izquierda hablamos es esencial para comprender las posibilidades reales de contar con un presidente del país emanado de esta corriente ideológica, en sus distintas acepciones.
Rumbo al 2018, tenemos en la palestra a la izquierda de Marichuy Patricio, que enarbola la añeja lucha zapatista por la reivindicación indígena; la izquierda del PRD, ahora aliada del PAN en un intento desesperado por sobrevivir; y la izquierda que representa Andrés Manuel López Obrador, líder nacional de Morena, y eterno candidato a la presidencia de la República.
Hacer esta aclaración, por principio, pone en evidencia una característica que tal vez sea la mayor debilidad de esta corriente política: la izquierda en México es muchas izquierdas, diferentes y, sobre todo, divididas. La izquierda no irá en bloque a contender por la presidencia, y la causa no son los matices ideológicos que encarnan sus diferentes representaciones, sino la incapacidad de reconocer coincidencias en el proyecto de nación al que aspiran.
De estas izquierdas, quien tiene posibilidades reales de hacerse con la presidencia López Obrador con Morena, quien será el abanderado por este partido, aunque los tiempos del Instituto Nacional Electoral no permitan aún hacerlo oficial.
AMLO vs. AMLO
A pesar de las grandes expectativas que Andrés Manuel ha generado como candidato, estas no se han logrado capitalizar en un triunfo que permita, por primera vez, a un gobierno emanado de la izquierda determinar el rumbo del país. Este fallo obedece, sí, a una intervención de los poderes fácticos del país que ven en el tabasqueño una amenaza a su status quo, pero, principalmente, a los errores del propio López Obrador.
Rumbo al 2006 AMLO abanderó un discurso que, aunque bienintencionado, generó aversión entre un importante número de ciudadanos. «Primero los pobres» fue el mantra que repitió el político para ganar las voluntades de una buena parte de la población, sin embargo, no pudo atrapar a esa otra parte, también importante, que considera que en México el que es pobre, es porque quiere, porque no se ha esforzado demasiado, como lo revela un estudio realizado por Parametría en 2013 que establece que el 31 por ciento de la población considera que los pobres se encuentran en esa situación porque no han hecho lo necesario para salir de ella. Muchos pobres también concuerdan con esta postura.
Si, desde su perspectiva, los culpables de su condición son los propios pobres, ¿por qué este grupo de ciudadanos habría de verse interesado en el cambio de las políticas públicas, si este aspecto no figura en su imaginario como determinante para reducir la pobreza en el país? Y sin mencionar a todos los mexicanos que no se reconocen a sí mismos como pobres, aunque deban su casa a 20 años, su auto a cinco, y mantengan una lucha constante por salir avante de sus gastos ordinarios.
El discurso de «primero los pobres» solo fomentó la división y la polarización entre, por un lado, los simpatizantes de Andrés Manuel y, por el otro, todos aquellos que, con aversión, desaprueban las políticas paternalistas de apoyo a los más necesitados. Esto, sumado a una bien orquestada campaña sucia, terminó por impedir que el tabasqueño se colgara la banda presidencial hace 11 años.
La República del Amor
Para contrarrestar la dinámica negativa de polarización de las elecciones del 2006, en las de 2012 Andrés Manuel dio un giro radical a su estrategia a través de un discurso amoroso que quedó para el olvido.
«Cuando hablamos de una república amorosa, con dimensión social y grandeza espiritual, estamos proponiendo regenerar la vida pública de México mediante una nueva forma de hacer política, aplicando en prudente armonía tres ideas rectoras: la honestidad, la justicia y el amor. Honestidad y justicia para mejorar las condiciones de vida y alcanzar la tranquilidad y la paz pública; y el amor para promover el bien y lograr la felicidad», explicaba AMLO en un artículo publicado en La Jornada el 6 de diciembre del 2011.
Con menos fuelle que en 2006, esta nueva estrategia le sirvió de poco contra la maquinaria del voto duro y la compra de votos que realizó el Partido Revolucionario Institucional (PRI) para encumbrar a su candidato Enrique Peña Nieto hasta la presidencia.
En esta ocasión, aunque denunció las distintas irregularidades que se habían presentado en el proceso de elección, AMLO lució más resignado a su derrota y comenzó a consolidar el proyecto denominado Movimiento de Regeneración Nacional, el cual en un primer momento fue pensado como plataforma de promoción y defensa del voto en favor del tabasqueño, pero que a la postre se convirtió en su propio partido.
Morena, la utopía democrática
Cuando López Obrador planteo la idea de un partido de los ciudadanos, por los ciudadanos y para los ciudadanos, simpatizantes y no simpatizantes vieron con buenos ojos la constitución del Movimiento de Regeneración Nacional en un partido, situación que finalmente sucedió, sin embargo, lo que no se cristalizó fue la apertura política para el ciudadano común.
En su afán de sumar voluntades, AMLO ha dado cabida dentro de Morena a un sinfín de políticos que no han podido encontrar un espacio en sus partidos de origen, a quienes en el argot político se les conoce como ‘chapulines’, esta situación ha generado críticas, no solo por parte de la oposición, también de los mismos militantes, que ven traicionadas las premisas por las que se constituyó el partido.
Pese a esto, el tabasqueño se mantiene a la cabeza de las preferencias, sin que esto sea una garantía de que en esta ocasión podrá vencer al PRI o al PAN; pese a su innegable liderazgo, AMLO no ha podido capitalizar la unidad de izquierda que tan esencial se percibe para generar una victoria apabullante; tampoco ha dejado atrás sus propios yerros, la fe ciega en su propio juicio y la negación constante a la autocrítica.
Aún con sus desatinos, Andrés Manuel sigue pareciendo una opción viable, entre un porcentaje importante de la población, para gobernar el país, e incluso se percibe como saludable, pues una nación democrática no es donde más ciudadanos votan, sino en donde confluyen las posturas ideológicas más distintas. Un gobierno de izquierda beneficiaría, sin duda, la consolidación de este último aspecto, ya que forzaría a los otros partidos a mejorar sus prácticas a fin de recuperar la administración del poder público.
La moneda está en el aire y los meses que vienen servirán a AMLO para reforzar la tendencia a su favor, o, por el contrario, abandonar la delantera y concretar el que sería su tercer fracaso en la carrera presidencial.