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El regreso de “La Colección”

Por David Eduardo Martínez - 31/08/2016

Nunca volverá a cerrar este lugar, pienso, quizá con demasiada esperanza

 El regreso de “La Colección”

Acaban de abrir pero ya no hay lugar. Si quieres sentarte tienes que esperar hasta que se desocupe una silla. Podrías no hacerlo. Podrías esperar a que alguien se levante al baño y sus amigos borrachos se distraigan para quitarle su silla, pero mejor no. No es que sea muy arriesgado. No pasaría de un “oye, compa, esa es mi silla”, pero para qué calarle.

De todos modos, la espera no es tan mala. Veinte minutos. A lo sumo, media hora. El lugar vale la pena. Ha pasado poco más de un mes desde que lo clausuraron por contar con una licencia apócrifa.

La reapertura, por desgracia, no fue en el mismo local bajo el tradicional hotel la Luna, ese edificio cayéndose sobre la calle Escobedo. La nueva sede es en Morelos número 160. Ahí hubo dos bares antes. Uno de ellos fue de “chicas”, como evidencia está el tubo junto a la rockola.

El edificio de al lado es una clínica de Alcohólicos Anónimos. Del otro lado, hay un “Super Six” para los que quieren seguir la peda. Más adelante está el clandestino “Los Gómez”. No es clandestino en realidad, pero su diminuto tamaño le ha ganado ese adjetivo a la cantina.

El barrio es, como vemos, un lugar de alcohol y desintoxicación; un lugar de círculos (y no solo humanos) viciosos. Como el círculo en el que estamos ahorita, por ejemplo. Se desocupó una mesa y procedemos a tomarla sin preguntar. Está sucia. Hay cerveza derramada por encima y servilletas mojadas, pero no importa. Es mejor que estar parado otros veinte minutos.

En unas dos o tres horas, puede ser que más, si la generosidad con la botana lo amerita, nos tendremos que parar y ceder nuestros lugares a otros bebedores angustiados por una silla y una promoción de dos cervezas por 40.

Por fortuna, la botana es excelente, el servicio igual. Los meseros van de un lado a otro con cervezas y chabelas con clamato. Su caminar es curioso. Sin buscarlo, obviamente, mueven las caderas al compás de Juan Gabriel, que suena una y otra vez desde la rockola.

Apenas he dado dos sorbos y ya tengo frente a mí un platón con tres sopes. El sabor es excelente. Migajas con queso y muchos litros de crema. Un pedazo de sope cae sobre mi playera. Me dejó una mancha muy grande. Primera herida de guerra.

Cuando terminan los sopes, llegan las quesadillas, luego una gordita. Nunca para de fluir comida hacia nuestra mesa. Eso me preocupa un poco porque no sé muy bien cuanto deba dejar de propina, pero no importa. Ese problema, supongo, quedará para después.

Mientras suena por segunda vez la del “Noa Noa”, un mesero recorre las mesas y reparte papelitos. Son papelitos de rifa. Cada uno trae el nombre de un regalo. Una pieza original de “La Colección” que el consumidor podrá llevarse hasta su casa.

Abro mi papelito, me sale un servilletero. A un amigo mío le sale una pluma, a otro, un destapador. Ese regalo lo celebramos porque nos evitará esperar a los meseros o abrir cervezas con los dientes, como ya lo hacen varios desesperados en otras mesas.

Desde el San Judas que nos mira junto a la barra, hasta las luces estroboscópicas de la rockola, todo aquí es resplandeciente. Incluso los baños, recién pintados, aunque ya con algunos graffiti y estampitas de arte urbano.

Por primera vez en toda mi vida, veo un baño público con papel y un dispensador de jabón líquido bien lleno.

Afuera, todos están celebrando. El espíritu de Juan Gabriel se siente en el aire. Doña Corazón, la cigarrera oficial de la cantina, tropieza conmigo y me lanza un “hoy vienes bien chula” que me hace ruborizar.

La feminización de mi persona me causa un placer extraño. Es el espíritu del divo de Juárez que se apoderó para siempre de La Colección.

Nunca volverá a cerrar este lugar, pienso, quizá con demasiada esperanza. No puede cerrar un lugar cuya inauguración fue también un homenaje para Juan Gabriel, justo un día después de su fallecimiento. Un lugar así tendría que ser eterno, como el amor de la madre. No imagino una bendición mejor que esa


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