Heridas de la infancia: rechazo
En mi columna anterior expuse la importancia de entrar en contacto con nuestro niño interior y sanar nuestras heridas de infancia para evitar que sean […]
En mi columna anterior expuse la importancia de entrar en contacto con nuestro niño interior y sanar nuestras heridas de infancia para evitar que sean éstas las que dirijan nuestra personalidad y repercutan en cada aspecto de nuestra vida adulta. Una de las teorías más comunes es que son cinco las heridas emocionales las que pueden presentarse y dejar huella en nosotros: rechazo, abandono, humillación, injusticia y traición. La no aceptación y no sanación de éstas a su vez puede llevarnos a la depresión, la ansiedad, los pensamientos obsesivos, la constante sensación de insatisfacción, entre muchos otros.
No hay nadie que esté libre de batallas internas y de una voz interior que continuamente nos atormenta. Nacemos con un libro de vida en blanco y es en nuestra infancia cuando se comienzan a escribir las páginas y a forjar esta voz interior.
Se dice que la más profunda de las heridas de infancia es el rechazo, pues quien la sufre percibe el propio rechazo a su derecho de existir. La palabra rechazo hace alusión a la no aceptación, a negar, a rehusar. De ahí que, dicha herida explica la dificultad para aceptarnos y amarnos a nosotros mismos. Es una herida que puede surgir en una etapa muy temprana, un ejemplo sería el caso de los bebés no deseados, o el bebé que nace del sexo contrario al que han querido sus papás. O bien, puede ser el caso que los padres o cuidadores no hayan tenido la intención de rechazar al niño, pero que éste haya percibido alguna experiencia o comentario como rechazo desde su mente vulnerable de niño. En este caso, la lectura que hace el niño es la de no ser valioso o suficiente.
La persona que se siente rechazada interpreta lo que sucede en su vida a través del filtro de su herida y se puede sentir rechazada aun cuando no lo sea. Para no sufrir, la primera reacción de aquel que se siente rechazado es huir y se crea este tipo de máscara o personalidad. La persona huidiza se infravalora, de ahí que busca continuamente la perfección para obtener el reconocimiento y aprobación de los demás.
La persona con esta herida generalmente prefiere la soledad y tiende a alejarse de la gente para no sufrir cuando se siente rechazado. Siente miedo a las relaciones por el temor a mostrarse como es o incluso a dar su opinión, pues no se percibe como un individuo completo y es muy sensible al mínimo comentario. De tal manera que toma todo personal para reforzar que no es suficiente.
Para reconocernos y sanar, primero es necesario hacer consciente la herida y aceptarla; y actuar desde el amor propio y la confianza, no desde el perfeccionismo y la auto exigencia. Tenemos que convertirnos en cuidadores y padres de nuestro niño interior herido para poder trabajar en nuestra autoestima, lo que conllevará a dejar a un lado aquella máscara y personalidad que adoptamos únicamente como coraza para no sufrir y que nos impide ser nosotros mismos, creando bloqueos en nuestra vida, incluso provocándonos enfermedades. Además de ser de vital importancia sanar dicha herida para no heredarla a futuras generaciones.
Paulina Fol
Licenciada en Contaduría por la Universidad Latinoamericana y egresada de estudios de Derecho del ITAM. Sin embargo, desde hace tres años me describo como una buscadora incansable de la paz interior y la salud mental, emocional y espiritual; a través de la formación y entrenamiento en estudios de Desarrollo Humano, Autoconocimiento, Mindfulness, Angeloterapia y diversas disciplinas relacionadas con el crecimiento personal.