El ascenso de los Ultras en Alemania

Los resultados de las elecciones en Alemania han dejado en claro que la polarización no es un fenómeno exclusivo de América Latina ni de Estados Unidos

Los resultados de las elecciones en Alemania han dejado en claro que la polarización no es un fenómeno exclusivo de América Latina ni de Estados Unidos. Europa, con su tradición de estabilidad política y gobiernos de consenso, enfrenta hoy una realidad que hace apenas una década parecía improbable: el ascenso imparable de los extremos, particularmente de la ultraderecha. Más allá de los porcentajes y las negociaciones de coalición que ahora dominan los titulares, el trasfondo de esta elección es una sacudida a los cimientos del orden político alemán y, con ello, a la estabilidad de la Unión Europea.
La irrupción de Alternativa para Alemania (AfD) como la segunda fuerza política del país no es un accidente ni una anomalía pasajera. Es el síntoma de una transformación profunda en el electorado, un reflejo de la frustración, el desencanto y la radicalización de un sector cada vez más amplio de la sociedad. La AfD, antes relegada a la periferia del espectro político, ha sabido capitalizar el hartazgo de una población que percibe a los partidos tradicionales como distantes, desgastados y, sobre todo, incapaces de resolver los problemas reales de los ciudadanos. Su discurso, centrado en la inmigración, la seguridad y el nacionalismo económico, ha calado hondo en una sociedad que, tras años de estabilidad, comienza a sentir el vértigo de un mundo cambiante.
No se trata solo de Alemania. En Francia, Marine Le Pen está más cerca que nunca de la presidencia. En Italia, Giorgia Meloni gobierna con un discurso que combina conservadurismo y populismo. En los Países Bajos, Geert Wilders acaba de demostrar que su movimiento no es solo una fuerza testimonial. Europa se enfrenta a una tendencia que ya no puede ser ignorada: la ultraderecha ha dejado de ser un fenómeno marginal y se ha convertido en una opción real de poder. Y lo ha hecho, paradójicamente, con la complicidad de los partidos tradicionales, que han fallado en dar respuestas a las preocupaciones de la gente y han subestimado el descontento que ha ido creciendo bajo la superficie.
La narrativa dominante de los partidos tradicionales ya no convence. En Alemania, la socialdemocracia de Olaf Scholz ha sufrido una de sus peores derrotas, incapaz de conectar con una clase trabajadora que ya no se siente representada en su discurso. Los Verdes, que hace poco eran vistos como el partido del futuro, han perdido terreno ante una ciudadanía más preocupada por el costo de vida que por la agenda climática. Incluso la centroderecha de la CDU/CSU, aunque victoriosa en estas elecciones, ha quedado lejos de una mayoría clara y ahora se enfrenta al dilema de cómo contener el avance de la AfD sin ceder a su retórica.
Es un error simplificar este fenómeno como un mero repunte del fascismo o una reacción irracional del electorado. La realidad es más compleja. La globalización, la crisis migratoria, la inflación y el sentimiento de pérdida de identidad cultural han creado el caldo de cultivo perfecto para que los partidos ultras exploten el miedo y la inseguridad. No necesitan ofrecer soluciones concretas; les basta con señalar culpables y prometer recuperar un pasado glorioso que, en muchos casos, nunca existió. Y en un mundo donde las redes sociales amplifican los discursos de odio y la desinformación, su mensaje encuentra cada vez más eco.
Alemania, con su historia marcada por el nazismo y la posterior reconstrucción democrática, parecía ser el último bastión inmune a este tipo de movimientos. Pero la realidad ha demostrado que nadie está exento. La gran pregunta ahora no es quién gobernará en los próximos años, sino si los partidos tradicionales serán capaces de reinventarse antes de que la marea ultra termine por arrasar con el centro político. La democracia alemana, como la de muchos otros países, se encuentra en una encrucijada: o encuentra una forma de reconectar con los ciudadanos o seguirá cediendo espacio a quienes venden soluciones simples a problemas complejos.
Estas elecciones han sido mucho más que una contienda entre candidatos; han sido el reflejo de una sociedad que se siente cada vez más fragmentada, más desconfiada y más dispuesta a probar alternativas radicales. La polarización no es solo una palabra de moda; es la nueva realidad política de Occidente. Y mientras sigamos ignorando sus causas profundas, la ultraderecha seguirá avanzando, no porque sea la mejor opción, sino porque, para muchos, se ha convertido en la única respuesta visible a un sistema que ya no los escucha.
Paul Ospital
Diputado local por la LX Legislatura del Estado de Querétaro. Maestro en Gobierno y Políticas Públicas y licenciado en Ciencia Política y Administración Pública. Se ha desempeñado en diversos cargos dentro del Partido Revolucionario Institucional a nivel local y nacional. Ha participado en paneles de análisis y discusión en distintos medios de comunicación y actualmente participa en una veintena de medios como columnista y colaborador.