Ejercer la libertad de expresión

Si bien es un tema profundamente ligado a la cotidianidad en nuestras sociedades, la crisis por el COVID-19, la situación política y la imperante asignatura pendiente de atención a grupos vulnerables, nos han devuelto la pertinencia de revisar el concepto de ‘libertad de expresión’.

La libertad de expresión es un derecho consagrado desde la Primera Generación de Derechos Humanos, que parte a su vez, de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789, en plena Revolución Francesa.

La libertad de expresión, si bien vinculada fuertemente con el pensamiento occidental, va más allá de ser un instrumento que permite al individuo compartir sus puntos de vista respecto a la circunstancia que lo rodea, sino que se hace necesario considerarla como condición de posibilidad de la propia potencialidad del individuo frente a sus semejantes y, muy especialmente, frente al poder. Esto es, no sólo se trata de compartir el disentimiento frente a los otros, sino hacer ver lo que no está, pero debería estar, de imaginar lo que podría ser de otra manera y hasta de plantear utopías.

La libertad de expresión, por otra parte, va indisolublemente unida también al concepto de Democracia. En las sociedades occidentales, en las que el individuo es el centro y el ejercicio del poder siempre queda bajo sospecha, la libertad de pensamiento y de expresión representan un límite y un derecho inalienable no sólo de la persona, sino de la sociedad en su conjunto para su propia sobrevivencia.

Frente a la tentación autoritaria que busca la uniformidad, la repetición y la tradición ortodoxa, la democracia necesita cambio, diversidad y hasta de cierto conflicto interno. Dada la complejidad de las sociedades como las nuestras, la libertad de expresión requiere, en una primera instancia, de una reglamentación que la proteja, pero en una segunda, de un marco de referencia que la encauce. La reglamentación debe proteger la existencia de esa libertad, que debe estar garantizada para todas las personas que forman parte de la sociedad, pero no puede imponer un punto de vista específico sobre el contenido.

Así pues, es posible afirmar que la única manera en la que una libertad puede ejercerse de manera plena es con conciencia de sus límites, que van más allá del derecho positivo y que tienen que ver con la responsabilidad que como agente tiene la persona, pero, sobre todo, con lo que considera valioso. Para el caso específico de la libertad de expresión, la reflexión ética es necesaria en tanto la orienta, le otorga un sentido y, en una circunstancia de dilema, la proporciona a la persona la capacidad de tomar una decisión informada, reflexionada y responsable. Se trata de que al compartir mi visión enriquezca y no sólo fortalezca pensamientos, creencias y hasta temores.

Por: Alejandro Ocampo Almazán, Profesor del departamento de Estudios Humanísticos del Tecnológico de Monterrey, Campus Querétaro.