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Contar historias en clave de dignidad

Por Expertos TEC - 19/06/2023

Las ideas expresadas en las columnas, así como en otros artículos de opinión, no necesariamente corresponden a la línea editorial de Códice Informativo, y solo son responsabilidad del autor.

La documentalista investiga, entrevista, encuentra o, con mayor suerte, se topa con personajes que viven una historia que se está contando

 Contar historias en clave de dignidad

En años recientes, el cine mexicano que se reconoce en festivales y plataformas internacionales es el documental. Nombres como Tatiana Huezo, Everardo González o Diego Enrique Osorno, entre otros, han llevado las historias de personajes y acontecimientos que cruzan las distintas realidades de nuestro país a las pantallas: desde las luchas sociales, pasando por revisiones de hechos que aún duelen, crónicas de búsquedas y encuentros, hasta el retrato de tradiciones originarias, de la diversidad y riqueza cultural. El documental es el puente para conectarnos de punta a punta del mapa, es el archivo para consultar, es el medio para mirarnos desde otros testimonios.

La documentalista investiga, entrevista, encuentra o, con mayor suerte, se topa con personajes que viven una historia que se está contando. Pero, ¿qué implica contar las historias de otres?, ¿qué derecho tengo yo de contar las historias de alguien más?

Aspirar a una neutralidad como creadora, genera resultados tibios que no logran conectar con una audiencia en espera de la conmoción. Son esas narrativas que solo son pensadas por unos cuantos, que no reconocen las diferencias y la multiplicidad de historias que habitan este mundo. Evidenciar prácticas de colonialidad y dinámicas de poder en la producción cinematográfica documental implica cuestionar desde qué posición de privilegio contamos los relatos de les otres y cómo lo hacemos; cuáles son mis técnicas, mis medios al servicio de otres; qué preguntas hacer para que surjan los relatos y cuál es mi posición de escucha.

Se trata entonces de reconocer que los pensamientos, los afectos y las experiencias que nos atraviesan son lo que dan sentido a nuestra identidad, y que los relatos compartidos nos interconectan. Esto nos coloca como documentalistas conscientes de que las personas tienen voz para contar su historia en términos propios, pues son expertas en su propia vida. Por ello, podemos empezar a cuestionar no en términos de derecho a contar, sino en términos de deseo: ¿qué intenciones tengo yo para contar historias de otres?, ¿qué me gustaría que esa historia hiciese en el mundo?, ¿qué quieres que haga yo con tu historia?

Hacer una película poniendo la dignidad al centro, es hacerla mientras se construye un vínculo. Es ofrendar algo de nuestra historia -de nuestro tiempo, conocimiento, medios- para entretejer con las de les demás e implicarnos en ellas. Es escuchar vigilando nuestros prejuicios, ignorancias e intenciones y preguntar desde un lugar de genuina curiosidad, con todos los sentidos alerta y dispuestos. Es reconocerse a veces ajenas al contexto, pero saber nutrirse de otras miradas que guíen; de saberse con la responsabilidad de documentar y sistematizar en la urgencia de los hechos, de descubrir nuevas maneras de mirar y escuchar. Es acercarse a las personas que cuentan sus historias con cautela, con cuidado, con reverencia, utilizando la pregunta como herramienta para descubrir y forjar vínculos, para poder hablar de lo difícil y al mismo tiempo nutrirnos de esperanza.

Si no solo nos centramos en contar, sino en poner atención a estos otros relatos, permitimos que también construyan sentido a nuestra experiencia, a crear historias que habitar. Es lograr una complicidad narrativa, pues no se puede hacer cine sola.

Y recordar, sobre todo, que somos falibles: nos estamos haciendo documentalistas en el proceso.

Jennifer Margain Salvador
Profesora docente asistente
Departamento de Medios y Cultura Digital
Escuela de Humanidades y Educación
jmargains@tec.mx

Expertos TEC


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