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Abraza a tu niño interior

Por Paulina Fol - 15/12/2022

Las ideas expresadas en las columnas, así como en otros artículos de opinión, no necesariamente corresponden a la línea editorial de Códice Informativo, y solo son responsabilidad del autor.

Todos tenemos un niño interior profundamente lastimado, pues la propia dinámica psicológica genera traumas en nosotros, es parte de nuestro proceso y no hay nada para evitar esto

 Abraza a tu niño interior

Foto: tomada de internet

Una tarde en la que salí a caminar decidí hacer un ejercicio de sanación personal y de compasión a través de las demás personas, y no me refiero a la compasión desde una connotación negativa, sino desde la capacidad de reconocer el dolor del otro. Decidí ver en cada cuerpo y rostro de adulto que cruzaba frente a mí a un niño herido. Traté de reconocer aquellos rasgos infantiles que creía podían haberlos caracterizado tiempo atrás y los imaginé experimentando situaciones de rechazo, de miedo, de abandono, de humillación, de injusticia y sobre todo de carencia de amor en su infancia que posteriormente los impactaría en su vida adulta.

Una vez que llegué a casa, decidí llevar a cabo el mismo ejercicio conmigo misma y con mis seres queridos, sobre todo con aquellos que consideraba que la vida los había puesto en mi camino para mi mayor aprendizaje. Imaginé a mi pequeña niña y a mis seres más cercanos viviendo experiencias de dolor de infancia y cargando una pesada mochila emocional. En el caso de nuestros padres y abuelos, su mochila seguramente es aún más pesada pues vivieron en una generación en la que incluso la palabra “emocional” debió haber sido casi imperceptible.

A través de este ejercicio pude comprender que una parte fundamental de nuestra evolución interna radica en verdaderamente COMPRENDER todo el bagaje que hay detrás de cada persona con la que nos relacionamos, sobre todo detrás de aquellos que percibimos nos generaron esas heridas. Cuando somos capaces de concebirlo de esta manera, podemos comenzar a cultivar al adulto maduro que hay dentro de nosotros, de lo contrario, seguiremos relacionándonos con nuestro entorno desde el niño herido que espera que los demás lo acepten, lo apoyen, lo entiendan y lo quieran.

De acuerdo a la psicoterapeuta y escritora Margarita Blanco, las heridas de infancia son el núcleo de nuestro ser emocional, y entrar en contacto con nuestro niño interior no solo nos ayudará a comprendernos más, sino que nos hará entrar en contacto con emociones reprimidas. Sin embargo, la mayoría de estas heridas las tenemos de manera inconsciente y mientras no las sanemos seguramente seguirán ejerciendo un gran poder sobre nosotros, pues constantemente vivimos experiencias que las detonan y generan en nosotros sufrimiento. Acudir al rescate de nuestro niño interior implica cambiar nuestra programación emocional.

Cuando nuestro niño herido crece, se convierte en un adulto con miedos, inseguridades, sensaciones de insatisfacción, ansiedad y con muchas situaciones incapaces de afrontar; perpetuando incluso este ciclo a nuestras siguientes generaciones, si no somos capaces de aceptar y enfrentar todo lo que dolió en nuestra infancia. De ahí la importancia de nutrir y recuperar en amor a aquel niño vulnerable que absolutamente todos conservamos.

La mayoría solemos culpar a nuestros padres de gran parte de nuestros problemas y tendemos a victimizarnos. El “y si mi mamá no me hubiera hecho…”, “y si mi papá hubiera sido…” no funciona para crecer y evolucionar. Pues, cada uno de nosotros tenemos los padres que necesitamos para confrontarnos con aquello que tenemos que sanar. Y es nuestra responsabilidad sanar esas heridas, sólo depende de nosotros. Se trata de salir de la culpa y entrar en la responsabilidad.

Lise Bourbeau en su libro “Las 5 heridas que impiden ser uno mismo” señala que los seres humanos de manera inconsciente nos creamos ciertos mecanismos de defensa, ciertas máscaras para protegernos de dolor que nos generan estas heridas. Y de esta manera, vamos por el mundo juzgando y culpando a los demás sin darnos cuenta que todos somos niños heridos atrapados en el cuerpo de adultos.

Tal vez, si cambiáramos el enfoque y viéramos a los demás no como culpables, sino como personas viviendo sus propias experiencias de aprendizaje, es decir si viéramos al otro desde la parte humana, entonces podríamos decir que hemos comenzado un proceso de trabajo personal interior que nos llevará a sanar nuestras propias heridas y de igual manera, podríamos ser más tolerantes y amorosos con quienes nos rodean.

Cabe resaltar que con heridas de la infancia no me refiero a cuestionarnos acerca de si tuvimos infancias felices o infelices, sino a reconocer que cada persona tiene su propio libro de vida y que independientemente cómo haya sido nuestra infancia siempre habrá una necesidad emocional no cubierta o una emoción reprimida que hoy genera cierta inestabilidad o inseguridad en nosotros.

Todos tenemos un niño interior profundamente lastimado, pues la propia dinámica psicológica genera traumas en nosotros, es parte de nuestro proceso y no hay nada para evitar esto. Todos pasamos por situaciones que percibimos con nuestra mente de niño como dañinas, impactantes o simplemente no comprensibles para nuestra capacidad cognitiva y emocional. Sigmund Freud decía que “hagamos lo que hagamos, nuestros hijos crecerán con algún trauma por la manera en la que interpretaron las cosas que hicimos”.

El sanar nuestras heridas no nos llevará evidentemente a un estado de luz permanente, pero el trauma dejará de tener poder sobre nosotros y entonces seremos capaces de relacionarnos con nosotros mismos y con nuestro entorno de manera más saludable.

Aquel adulto que decide sanar sus heridas de infancia es capaz de comprender el valor intrínseco de cada una de sus experiencias vividas. Por el contrario, la culpa implica quedarnos inmersos dentro del problema y entregarle nuestro poder. Si bien debemos de otorgarnos el permiso de validar cada una de las emociones que nos generan dichas heridas, es importante aprender a perdonarnos y perdonar a los demás.

Regresar a la infancia es doloroso, pues nos confronta con muchas cosas, pero solo entonces podremos recoger los frutos de un adulto emocionalmente sano, pues ser adulto se trata de un estado de madurez que únicamente nos lo dará el trabajo personal, no los años vividos.

Paulina Fol

Licenciada en Contaduría por la Universidad Latinoamericana y egresada de estudios de Derecho del ITAM. Sin embargo, desde hace tres años me describo como una buscadora incansable de la paz interior y la salud mental, emocional y espiritual; a través de la formación y entrenamiento en estudios de Desarrollo Humano, Autoconocimiento, Mindfulness, Angeloterapia y diversas disciplinas relacionadas con el crecimiento personal.


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