Roosevelt, López Obrador y la inversión pública como palanca de la economía
Franklin D. Roosevelt, presidente de los Estados Unidos, impulsó, a partir de 1933, una estrategia económica ‘intervencionista’, que posicionó al Estado como actor principal de la recuperación económica
Durante su discurso de toma de protesta, Andrés Manuel López Obrador planteó una fórmula simple para reactivar la economía del país: se comprometió a impulsar una importante estrategia de obra pública que tiene como objetivo allegar recursos a las zonas más vulnerables.
En el Zócalo capitalino, frente de miles de seguidores, AMLO aseguró: “En este mes iniciamos la construcción de caminos de concreto en municipios olvidados de Oaxaca, Guerrero y otros estados. Estos caminos se van a construir con trabajadores de las mismas comunidades para lograr un efecto multiplicador: el presupuesto quedará allí mismo, se reactivará la economía desde abajo, se crearán empleos con salarios justos y se harán las obras en beneficio de los pueblos”.
La estrategia no es nueva. Históricamente la inversión pública en rubros de infraestructura se ha convertido en un método válido y efectivo para impulsar el crecimiento económico en distintos países; uno de los casos más emblemáticos es la Gran Depresión en Estados Unidos.
A principios de la década de 1930, las filas de personas que buscaban un trabajo se extendían por cuadras en la mayor parte de las ciudades de Estados Unidos, una crisis económica mundial azotaba el país norteamericano, así como a otras naciones del mundo. Miles de estadounidenses sufrían hambre y los recuerdos de la bonanza económica que se tenía años atrás habían desaparecido del imaginario colectivo.
A principios del siglo XX, la extensa industrialización de los procesos productivos había creado condiciones de crecimiento económico sin igual en diversos países del mundo, incluido Estados Unidos, lo que había permitido que las transacciones en Wall Street ofrecieran dividendos nunca antes vistos para las empresas que cotizaban en la bolsa y, por supuesto, para todos aquellos especuladores que se beneficiaban de la compra y venta de acciones.
Sin embargo, todo este crecimiento exponencial provocó, al poco tiempo, una burbuja bursátil que finalmente explotó en 1929; la caída de la bolsa en octubre de ese año crearía una de las peores crisis de las que se tiene registro, ahora conocida como ‘La Gran Depresión’. A la caída de la bolsa, le siguió la de los bancos, y la recesión alcanzó los niveles más altos de los que se tuviera registro.
Esta situación puso en duda las máximas del libre mercado y el lassaiz faire que por décadas habían dominado las políticas económicas a nivel internacional. Franklin D. Roosevelt, presidente de los Estados Unidos, impulsó, a partir de 1933, una estrategia económica ‘intervencionista’, que posicionó al Estado como actor principal de la recuperación económica. Los nuevos esfuerzos tenían como objetivo primordial abatir el desempleo por medio de la inversión pública en distintas variantes, entre ellas la realización de obras de infraestructura.
A la política de Roosevelt se le denominó New Deal (Nuevo Trato), y aunque en los primeros años de su aplicación los resultados fueron moderados, sí hubo una mejora sustancial en la vida de muchos estadounidenses que pudieron integrarse a la economía formal del país. Los resultados a largo plazo de esta política se vieron coartados por el inicio de la Segunda Guerra Mundial, que sirvió de palanca económica a nivel mundial y permitió salir de manera definitiva de la recesión.
No es, entonces, de extrañarse que Andrés Manuel apunte a una política de estas características, donde haya una intervención activa del Estado en la economía de la nación a través de distintos proyectos sociales.
Una de las críticas más fuertes que hay sobre este tipo de políticas es que los efectos no son duraderos, pues la reactivación económica durará mientras el Estado mantenga la inversión en una zona determinada, sin embargo, en la medida de que estas acciones se acompañen con estrategias a mediano y largo plazo, se podrán consolidar los beneficios en las zonas intervenidas.
La moneda está en el aire y solo el tiempo podrá definir si esta estrategia traerá la reactivación económica necesaria para los pueblos de zonas marginadas o si, por el contrario, solo trae efectos paliativos a un problema vigente por décadas.