A dos meses de su liberación, las gasolinas no han bajado ni un centavo
Y es que aquí, en México, los dueños de las gasolineras pueden hacer teóricamente lo que deseen, desde dar litros incompletos, hasta pactar un precio base del que ninguno de los ofertantes habrá de disminuir
Han pasado dos meses desde que el precio de las gasolinas fue liberado, sin embargo, el costo de los combustibles no ha disminuido como se prometió en su momento, y sí, en cambio, ha ido aumentando paulatinamente de forma tal que en 60 días la Magna y la Premium han aumentado cerca de un peso con 20 centavos.
De acuerdo con Pemex, el 30 de noviembre del 2017 en Querétaro la Magna tuvo un precio de 16 pesos, y la Premium se cotizó en 17.70 por litro; mientras que, al 1 de febrero, el precio promedio se situó en 17.29 para la Magna y 18.92 para la Premium.
Las promesas de contar con un precio de los combustibles competitivo se han quedado de nueva cuenta en el tintero, de la misma forma que ocurrió en su momento con la reforma energética o con la apertura del mercado a nuevas compañías.
Las explicaciones de este comportamiento pueden ser muchas, pero todo parece indicar que la razón del costo tan elevado de los combustibles que hay en el país obedece a una carga tributaria excesiva, que entre el IVA y el IEPS representan casi el 40% del costo final, como a los posibles acuerdos entre los distribuidores para mantener un margen de ganancia homogéneo.
Esto más difícil de comprobar que lo primero, pero que se puede sospechar debido a que el precio de las gasolinas no obedece a las fluctuaciones del mercado internacional, que debería ser el principal indicador del comportamiento del precio de los combustibles en nuestro país ahora que ha sido liberado.
Parece increíble, y hasta cierto punto ingenuo, que haya alguien en el gobierno federal que aún siga creyendo en la mano invisible de Adam Smith y que el mercado se autorregulará a sí mismo gracias a la competencia: no es posible, o al menos no es posible en un país donde existe un capitalismo de amigos, como lo afirmó James J. Heckman, Nobel de Economía en el 2000, sobre México.
Y es que aquí, en México, los dueños de las gasolineras pueden hacer teóricamente lo que deseen, desde dar litros incompletos, hasta pactar un precio base del que ninguno de los ofertantes habrá de disminuir, siempre bajo el amparo de organismos reguladores que no cumplen a cabalidad su función de asegurar y salvaguardar los intereses del consumidor final.
Lo primero es una certeza comprobada a través de videos que circulan en las redes sociales sobre litros de 900 mililitros, pero también reafirmada en el día a día, en la elección de los ciudadanos de una gasolinera específica para cargar combustible porque en esa “sí rinde más”.
El costo actual de los combustibles asegura un ingreso fijo y seguro para la Federación, pues la evasión por esta causa debe ser mínima, y para los distribuidores, pues, sin un precio tope, el costo se irá ajustando a las necesidades de este sector.
En medio quedan los ciudadanos, quienes habrán de recordar las promesas de una gasolina más barata a la hora de votar en la próxima elección.