Conoce el área COVID del Hospital General de Querétaro
Desinfección constante, equipo de seguridad completo, largos turnos, un aumento de la carga de trabajo, saber que cualquiera que ingresa al lugar se enfrenta a un alto factor de riesgo del enemigo invisible que a todos aqueja, esto es un poco de lo que vive el personal médico en el Hospital General de Querétaro
Al filo de las 9:15 comienzan a ingresar al Hospital General de Querétaro los familiares de pacientes con COVID-19 a la sala de espera para recibir informes, todos con cubrebocas, algunos, solo unos cuantos, con careta.
Para los medios de comunicación el ingreso es relativamente sencillo, a las 9:27, se hace un registro para después pasar a la dirección, donde el director del Hospital General de Querétaro, Hugo Daniel Cerrillo Cruz, cuenta que, para este jueves 27 de agosto, había 68 pacientes positivos en el hospital, 33 de ellos conectados a un ventilador.
Hugo cuenta que cuando un paciente llega al área de urgencias pasan, al menos, 24 horas para confirmar si tiene o no coronavirus; en tanto, es necesario mantenerlo aislado. De confirmarse, y según la gravedad de su situación, se suben a piso: en el uno es donde hay positivos y algunos sospechosos; en el dos hay pacientes positivos; y en el tres, con positivos más graves y terapia intensiva.
Así, con esta información, nos alistamos para comenzar el recorrido por un hospital que ha cambiado la vida de muchas, centenas de personas. “No toquen nada”, “usen bien su cubrebocas”, “desde ahora, en cualquier zona, hay carga viral”, nos dicen las enfermeras que nos acompañarán y el director del nosocomio.
El equipo de protección personal (EPP) se conforma por: batas, botas, overoles, gorros, guantes, cubrebocas, googles, todo lo necesario para nuestra protección. Las dan en varias bolsas, y ninguna de estas puede estar en el piso, cuando alguien lo hizo de inmediato reaccionaron: “no, se puede contaminar”. Alguien pregunta “¿por qué quieren entrar?”, y en realidad nadie lo haría por su propia voluntad.
Solo con el equipo listo se puede ingresar al piso uno, por fuera se ve cómo trabaja el personal, en una lista van anotando cada detalle de los pacientes. Después en las áreas de recuperación uno y dos, y de trasplantes; así como al vestidor de personal y la unidad de cuidados intensivos, las cuales, afirman, son las que habilitarán en caso de ser necesario.
Al llegar al área de terapia intensiva. “Ahora sí viene lo bueno”, dicen, y sí, al llegar esta Joaquín Aguirre Córdova, da instrucciones para la correcta colocación del EPP: primero verificar que esté completo, después lavado de manos, guantes, colocación de botas, overol, y un segundo par de botas para mayor protección, la mascarilla N-95, los googles, gorro, el gorro del overol, bata desechable, guantes externos y luego una careta.
Portar todo ese equipo de protección da seguridad al personal, pero también ocasiona un malestar, y es que es tanto el calor que genera, que hay quienes se han deshidratado tras llevarlo puesto, al menos, por ocho horas. Ir al baño no es una opción, por eso, una vez que entran, nadie come ni toma agua, son ocho largas horas.
Dentro hay cinco personas contagiadas y personal de salud limpiando a cada minuto, es el área de terapia intensiva, una de las zonas de mayor riesgo y la cual es higienizada constantemente. Hay posibilidad de tener hasta a seis pacientes, y hoy solo había cinco. Todos, todas, solo llevan puesto un pañal pues, en caso de tener un paro, quienes se encuentran ahí correrán y darán todo por salvar su vida.
El promedio de estancia de las personas en el hospital COVID es de 6 días y medio para quien no es intubado y de 16 días para quien sí lo requiere.
Quienes entran no pueden estar más de 10 minutos, estar ahí ocasiona una afectación emocional, nadie se imagina, siquiera, lo complicado que es para ambas partes: la atención especializada para cada paciente y los malestares generales de quienes ahí se encuentran.
Al salir, el proceso para retirarte el equipo es tardío: primero la desinfección del equipo, luego el retiro de guantes, desinfección, botas, por cada cosa que es retirada del cuerpo es importante desinfectar. Los primeros días era complicado este procedimiento, pero con el paso de los cinco meses se ha vuelto parte de una rutina de cada trabajador.
El personal del hospital coincide en tres cosas: cansancio, falta de personal y recibir un bono salarial por su ardua labor, el riesgo que implica tan solo ingresar al hospital y el desgaste físico y emocional, pues ahora es común ver, a diario, personas que fallecen a causa de este virus, personas que ingresaron y a las que no volverán a ver sus familias.
Nadie quiere trabajar ahí, nadie quiere arriesgar su vida ni la de sus familias para trabajar en este hospital. Y aunque el personal es suficiente, según dice el director Cerrillo, lo cierto es que al interior hay días que no se dan abasto, hay días que cada enfermera debe atender hasta a tres pacientes, otros días solo uno.
El director relata que el pico máximo de ocupación lo registraron la semana pasada, cuando hubo 79 pacientes hospitalizados, lo que significó un 40 por ciento de su capacidad. Afirma que no ha habido saturación, incluso dice que tienen 115 camas no censables, aunque estas se encuentran en una bodega, pues como autoridad solo han registrado 85 en la plataforma Red IRAG.
Y eso es visible, por ejemplo, en el área de urgencias que tan solo hoy se encontraba a un 89 por ciento de su capacidad. Al ingresar (con botas, bata, cubrebocas y gorro) todas las personas ahí se sorprendieron ‘¿qué hacen aquí?’, ‘¡por qué toman fotos!’, ‘¿quién les dio acceso?’; es raro que algún externo tenga autorización para entrar. Sin embargo, todos se mantienen amables.
El jefe de urgencias explica que ha habido días en que no se dan abasto; aunque al cabo de unas horas, algunos pacientes son trasladados a otras unidades médicas al no ser portadores del virus. De hecho, este día se referenciaron a tres al Hospital del Niño y la Mujer.
Cerrillo Cruz cuenta, también, que esta mañana revisó a dos pacientes post COVID, pues algunos, tras la recuperación, presentan secuelas: una fue una mujer mayor de edad, que no tuvo consecuencias, y el segundo, un hombre de aproximadamente 50 años que ahora tiene hipertensión pulmonar primaria. Todos los pacientes, sin excepción, requieren un seguimiento médico a los 14 y 30 días de ser dados de alta.
De salida, entre broma y broma, la jefa de enfermeras Cecilia hace mención que la empresa Coca Cola les regaló hace unos días electrolitos y que esperan que los vuelvan a enviar; y es que, por el desgaste de usar el equipo de protección, el agua no les sabe igual.
Previo a la despedida, Jorge Monroy, anestesiólogo, cuenta que este proceso ha sido difícil, no se quejan por falta de equipo médico, pero sí de personal, y exhorta a las autoridades a reforzar la contratación de más personas para dividir la carga de trabajo, esa que reconoce el director Hugo Cerrillo ha derivado en que enfermeras, enfermeros, doctores y doctoras perciban una saturación en el Hospital General de Querétaro.