COVID-19: A cinco meses, ¿qué hemos aprendido de la pandemia?
La pandemia tomó por sorpresa a la humanidad y la hizo enfrentarse a una situación sin precedentes en su historia. En un contexto de crisis sanitaria e incertidumbre económica, por mencionar solo uno de los efectos de la misma, el 2020 quedará marcado como el año en el que rompimos todo paradigma de socialización y explotamos la conectividad digital. En la mesa de redacción de Códice Informativo realizamos un ejercicio de reflexión sobre lo que hemos aprendido a lo largo de los últimos meses, en los que la enfermedad COVID-19 ha sido la protagonista universal.
Algo que aprendimos durante la pandemia fue que quizá hemos sobrestimado las capacidades del mundo moderno para resistir a los fenómenos naturales. Como los constructores del Titanic, los gobiernos de todo el mundo pensaban que las tragedias de este tipo eran una cosa del pasado a la que ya no había que temer.
Lamentablemente, si algo molesta al destino es que se le tiente y el pecado de hibris es el único que quizá nunca queda sin castigo. Las experiencias con el SARS en 2002 y el MERS en 2006, así como el brote de H1N1 durante la primavera de 2009, hicieron que gobiernos y organismos internacionales bajaran la guardia y creyeran que las epidemias eran siempre fáciles de controlar.
Autoridades epidemiológicas de todo el mundo tenían años advirtiendo sobre el inminente riesgo de una pandemia masiva. Incluso Netflix sacó en 2019 una serie sobre el tema aunque hoy, por supuesto, su tono apocalíptico y amenazador ha quedado rebasado por la realidad.
Pocas personas pensaban en febrero que el letal virus que se diseminaba por Wuhan, China, tendría consecuencias en todo el mundo. Incluso, cuando se reportaron los primeros brotes en occidente hubo quien pensó que la normalidad sería cosa de unos meses. Si bien es cierto que la pandemia que vivimos ahora está lejos de provocar las escenas dramáticas que se vivieron durante la gripe española o la peste negra, también es verdad que nadie estaba preparado para esto.
Una cosa es leer sobre pandemias, otra, habitar un país donde los muertos a causa del virus rozan ya los 60 mil, es decir, unas 200 personas diarias.
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Hemos aprendido que el coronavirus puede llegar a nuestras vidas sin que nos demos cuenta, que, pese a seguir las recomendaciones sanitarias, ser parte de las cifras es casi inevitable. Se pueden adoptar todos los protocolos sanitarios, y aún así contagiarse. Por ello, también hemos aprendido que es importante seguir cuidándonos y hacer uso del cubrebocas y el gel antibacterial, porque en la medida que cada persona se tome en serio esta epidemia, serán las probabilidades que tendremos de salir adelante.
Asimismo hemos aprendido que la educación a distancia es complicada, pues tanto para docentes y directivos, como para estudiantes y sus familias, hacer uso de herramientas tecnológicas para la impartición de clases ha sido un reto.
En el primer día de clases online se escucharon voces de niñas y niños entusiasmados por volver, pero sorprendidos por la forma en que ahora tendrán que convivir; las maestras en cambio, tuvieron que adoptar distintas medidas para tomar control sobre las plataformas en las que las clases se llevarán a cabo.
El proceso de adaptación apenas comienza, pero todas las personas hemos aprendido y, sin duda, saldremos fortalecidas.
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Hemos aprendido que somos más responsables y eficientes de lo que suponíamos. Por muchos años, la reticencia de los empleadores hacia el llamado teletrabajo o home office se basaba en el supuesto de que el mexicano, aprovechándose de la situación, relajaría sus esfuerzos y disminuiría su productividad laboral.
Sin embargo, durante estos meses de pandemia, México se ha convertido en el país latinoamericano en el que el trabajo en casa ha tenido mayor aceptación, y en donde las expectativas de continuar esta modalidad son más altas, según una encuesta encabezada por la IAE Business School.
Los datos son contundentes: al 84 por ciento de las personas encuestadas les ha gustado vivir la experiencia de trabajar en casa, y el 56 por ciento estaría dispuesto a seguir laborando de este modo de manera permanente. Ya por el ahorro de tiempo y de combustible en los traslados, ya por la comodidad hasta de poder trabajar en piyama, lo cierto es que, obligado por las circunstancias, el mexicano se ha adaptado bien a esta —ni tan nueva— forma de trabajar, demostrándole a los empleadores que, de ahora en adelante, esta modalidad es una opción más que viable para implementar en sus empresas y negocios.
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Hemos aprendido que la virtualidad no es todo lo bueno que nos habían contado.
Durante los últimos años, un importante número de avances tecnológicos han estado enfocados a hacer un mundo en el que el ‘contacto real’ sea cada vez más prescindible; trabajar desde casa, conversar con los amigos desde el teléfono, el chat o la videollamada, e incluso conocer ciudades sin la necesidad de viajar.
Pero la pandemia llegó de golpe a demostrar cuan necesario es interactuar con nuestros pares. Después de algunos meses de trabajo a distancia forzoso, es mucho más claro que poder conversar y debatir frente a frente con un compañero de trabajo, a veces es esencial para lograr un mejor resultado.
Si antes de la cuarentena existían retos para que en las reuniones la gente no estuviera revisando su celular de manera frenética, hoy queda claro que las redes sociales no sustituyen la realidad ni la interacción humana que se da en ella. Hoy, más que nunca, sabemos que la virtualidad puede esperar un poco más.
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Hemos aprendido que parte importante de nuestros patrones de comportamiento y socialización están regidos por el consumo, y que desapegarnos de ese patrón de conducta es muy improbable.
El cierre temporal de centros comerciales, restaurantes, bares y establecimientos dedicados al entretenimiento no detuvo nuestro ímpetu consumidor durante las semanas de más estricto confinamiento, sino todo lo contrario; las plataformas digitales de comercio reportaron repuntes en sus números de usuarios y ventas, mientras que aquellos negocios que no habían incursionado en esta modalidad se vieron obligados a implementar formatos ‘a domicilio’ para evitar cierres permanentes.
Esta misma perspectiva se puede apreciar en la postura de las autoridades con respecto a la reactivación paulatina de actividades económicas, pues aunque a finales de agosto el acumulado de casos continúa aumentando exponencialmente y cada día hay un nuevo pico de contagios, las decisiones que se han tomado están orientadas a cada vez más apertura.
Llevamos más de cinco meses tratando de adaptarnos a una normalidad regida por la incertidumbre, que preocupa de manera particular en el aspecto económico, pues la cancelación de las llamadas ‘actividades no esenciales’ ha tenido un impacto significativo en la economía de miles de familias cuyos trabajos dependían de estas.
Nos encontramos entonces ante un dilema: ¿qué pesa más en la balanza?, ¿las vidas humanas que se perderán por el riesgo de propagación que implica el relajamiento de las medidas de confinamiento? ¿O la estabilidad económica que deseosamente se busca, en la medida de lo posible, restablecer?
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Hemos aprendido que dejar de ver a tus familiares para evitar contagios no es algo malo, pues de la decisión de asistir a una fiesta o reunión puede depender el surgimiento de un brote, y consecuentemente el tener a un ser querido en el hospital.
Los festejos del 10 de mayo, el Día del Padre y los cumpleaños son fechas que reúnen a las familiares para pasar un rato ameno, sin embargo, en este periodo muchos las han suspendido o limitado al núcleo familiar con el que se vive.
Es doloroso y triste no ver a tu familia, pero al evitar este tipo de reuniones podríamos tener mayor tiempo para estar juntos, una vez que haya pasado la pandemia.
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De la pandemia de COVID hemos aprendido que nunca se deben de relajar las medidas para evitar contagios.
Hace un par de meses, una de mis compañeras de casa nos dio una terrible noticia: su madre había resultado positiva al virus, al igual que su padre con diabetes, sus sobrinos, su hermana y su cuñado. Los sobrinos y la hermana presentaron síntomas leves, mientras que el cuñado y la madre fueron hospitalizados. El padre, por fortuna, resultó asintomático.
Este caso de brote familiar terminó en el fallecimiento de la madre y, a la par de los problemas de salud, trajo consecuencias devastadoras en la economía de la familia. La hermana tuvo que cerrar su empresa y vender su maquinaria al no ser considerada una actividad esencial.
Según nos relata, su madre seguía medidas rigurosas, al igual que el resto de los familiares, entonces, ¿cómo se produjo el brote? Aunque resulta difícil responder esa pregunta, justo por esa razón las medidas de seguridad sanitaria deben de seguirse por parte de todos y en todos los entornos. No para caer en pánico, ni para dejar de disfrutar la vida como la conocemos; al contrario, el seguimiento de estos protocolos —usar cubrebocas, mantener distancia y no menospreciar que existen portadores asintomáticos, capaces de transmitir la enfermedad sin presentar síntomas— nos permitirá protegernos a nosotros y a nuestros seres queridos.