La Bomba, un vecino incómodo
Desde hace unos cuantos años, a la llegada de La Bomba, el parque industrial que colinda con la comunidad de El Colorado, los afluentes con desperdicios son un calvario constante del que nadie los ha librado.

Foto: K. Munguía
Son los primeros días de septiembre del 2019. Dos nubarrones ensombrecen las calles de El Colorado, municipio de El Marqués. Faltan poco más de dos meses para que se confirme el primer caso de coronavirus en el mundo, y más de seis para que, a raíz de lo que ya se perfila como una pandemia, se cancelen las clases en todo el territorio mexicano. Por ahora, los niños de la primaria Lázaro Cárdenas asisten a clases con normalidad, y justo antes de que acabe el día y repique la chicharra, un chubasco hace cantar el techo de lámina que cubre la cancha de basquetbol. La lluvia se suelta. Las madres de los niños saben lo que eso significa: sus hijos, muy probablemente, llegarán tarde a casa.
El agua que baja por la calle Luis Donaldo Colosio pronto formará un río que dividirá la comunidad, impidiendo que los de un lado pasen al otro, como una especie de muro natural. Lo más grave, sin embargo, sucede después. En pocos minutos, ese afluente de agua se volverá turbia y maloliente debido a los desechos que libera el parque industrial vecino. Aprovechando el chaparrón, las empresas sueltan sus residuos para que se diluyan en el riachuelo de agua de lluvia que desemboca en el bordo, dos cuadras más abajo. De un momento a otro, el caudal del río crecerá al grado de que sólo las camionetas se atreven a cruzarlo, envalentonadas, quizá, por su doble tracción. Luego de media hora, los niños que recién salieron del colegio ahora se apiñan en la banqueta. Platican y se divierten mientras esperan. Porque la lluvia ha cesado pero el río pútrido parece cada vez más bravo. No pueden hacer otra cosa más que esperar.
Laura los mira desde el mostrador de su heladería. Esa escena ya la ha visto innumerables veces porque el problema, desafortunadamente, no es reciente. «Hace mucho tiempo llovía y se encharcaban un poco las calles, pero nada que ver. El agua nunca subía de esta manera, ni mucho menos apestaba», asegura. Según Laura, desde hace unos cuantos años, a la llegada de La Bomba —el parque industrial que colinda con la comunidad— los afluentes con desperdicios son un calvario constante del que nadie —ningún funcionario, ninguna autoridad— los ha librado, a pesar de las múltiples quejas que han puesto.
Ella, al igual que todos los vecinos de la calle Colosio y de la calle Josefa Ortiz de Domínguez, ha sufrido de primera mano las consecuencias de esos desagües fétidos. Su local comercial se inundó luego de una llovizna y el agua dejó su marca a 25 centímetros del piso. Al día siguiente, mientras paleaba el lodazal, el olor resultaba insoportable. La historia se repitió un par de veces más hasta que Laura y su esposo improvisaron unos costales de arena en la entrada. Al final terminaron por levantar una minúscula barda en la entrada de su negocio para mantener las aguas afuera.
«Lo peor es el tufo cuando el agua se seca», confirma la señora Dolores, desde el portón de una casa sin número de la bien llamada Avenida de los Bordos. Ahí vive desde hace 20 años, el doble que tienen los tres árboles ‘patoles’ que ella plantó para que los vecinos aprovecharan sus sombra. «Los camiones vienen y tiran su basura junto al agua. Luego llueve y al día siguiente comienzan los olores que no se van sino hasta días después. ¿Verdad que sí, Mary?», le pregunta a una mujer que pasa por ahí. Ella corrobora la historia y se despide disculpándose porque va tarde a trabajar.
El señor Cruz, que también ha sufrido de inundaciones en su taller mecánico, asegura que los residuos que escupe La Bomba no son el único problema. Interrumpe su trabajo en el motor de un viejo Volkswagen, se pone de pie y señala con el brazo en dirección de la carretera. Muchos de los tráileres que salen de La Bomba usan indebidamente el retorno en desnivel que se encuentra a escasos cien metros de la entrada a El Colorado. Además del tráfico por las maniobras al dar las vueltas amplias, las lluvias y el tránsito pesado provoca que la calle se llene de baches que tardan mucho en ser resanados. «Cuando nos quejamos mandan a un agente de tránsito para desviar a los camiones, pero a los dos días ya no hay nadie y todo sigue como estaba».
Vivir al lado de un parque industrial es, quizá, vivir junto al peor vecino posible. Lejos de hallar una solución, los habitantes de El Colorado han tenido que adaptarse y coexistir con los inconvenientes causados por prácticas execrables.
Con la esperanza de que los estudiantes vuelvan pronta y gradualmente a las aulas, el cielo nublado trae consigo una imagen precisa: la de un grupo de niños apelotonados en una esquina, a la espera de que amaine un río de aguas residuales que huele a corrupción, descaro o negligencia.