La máscara del aburrimiento
Dedicarse a la literatura, dicho más estrictamente, dedicarse a escribir, parece condenar a quienes aspiran a ello a una doble vida. Aunque sería más interesante […]
Dedicarse a la literatura, dicho más estrictamente, dedicarse a escribir, parece condenar a quienes aspiran a ello a una doble vida. Aunque sería más interesante pensar que esta dualidad es debida a razones misteriosas que devienen en torbellinos de creatividad, tormento y productividad, el principal motivo al que aquí me refiero tiene más que ver con lo poco remunerada que está la escritura creativa como trabajo. Sobre todo si no se cuenta con el respaldo de una editorial de renombre o de una beca, y a veces incluso bajo el amparo de estas fuentes de ingreso, vivir de escribir por gusto es un sueño. Este diagnóstico laboral ha sido una constante en la historia; Franz Kafka, una de las figuras literarias más aclamadas del siglo XX, se dedicó a la venta de seguros durante un periodo de su vida (su corta y enfermiza vida) para sustentarse.
El de Benito Etchegaray es un buen caso para ejemplificar esta situación; los dos lados de su doble vida no podrían ser más contrastantes. Cuando quedé con él para entrevistarlo sobre su primer libro Es que me aburro mucho. Historia de amor entre bostezos, que fue publicado en julio de este año por la editorial independiente La Zonámbula, de Guadalajara, me recibió, con corbata, en las oficinas de una casa de bolsa, ubicadas en el cuarto piso de un corporativo. Por un momento dudé si estaba en el lugar indicado, pero lo estaba. Me contó que es abogado, que tiene tres maestrías y estudia una cuarta, la primera en Filosofía y Letras, la segunda en Alta Dirección con especialidad en Finanzas, la tercera en Comportamiento Humano y Liderazgo, y la cuarta en Psicoterapia. Entró en el medio financiero, en donde ha hecho una carrera que ha durado dos décadas, precisamente en busca de un mejor porvenir económico, pero confesó que ese mundo «le da mucha güeva». El frenesí académico y las finanzas son su lado A.
La narrativa podría considerarse el menos complicado de los géneros (si estos de verdad existieran), porque su propósito es contar algo; la forma de contarlo depende del narrador en cuestión. Durante la entrevista, Benito me explicó que su libro es un experimento narrativo, me aclaró que todo lo que ahí está plasmado es verídico, «es presentado como novela, pero todo lo que pasa ahí es mi vida, es tal cual […] el término autobiografía suena un poco petulante porque ¿de quién sería interesante una autobiografía?, de muy pocas personas». La cuestión es que este hombre tuvo el ímpetu de escribir un libro, de buscar quién se lo publicara y, eventualmente, con satisfacción expresa, lo tuvo impreso en sus manos.
El día que presentó el libro en Querétaro, una semana después de nuestro encuentro en el corporativo, pude tener un vistazo del lado B de Benito Etchegaray: uno bastante más excéntrico, el lado del escritor. Había cambiado la corbata por una boina y sobre la mesa frente a la que estaba sentado tenía una anforita rellena (supongo) con su bebida espirituosa predilecta. El espacio donde realizó el evento, aunque pequeño, estaba abarrotado por al menos medio centenar de personas, prácticamente todas amistades del autor. Los de la maestría, los del maratón, los de la casa de bolsa, el que conoció en el ‘torito’… Mientras los asistentes lo escuchaban leer algunos fragmentos de Es que me aburro mucho, un artista plástico realizaba una pintura abstracta para entretenerlos. La literalidad con la que se tomó el título del libro durante la presentación fue cansina, pero me da la impresión de que esa era la intención: en teoría no quería que nadie se aburriera, pero en el fondo lo que quería era incomodarnos a todos los que estábamos ahí.
Y ¿de qué va Es que me aburro mucho? «Sentarme a escribir fue bastante fácil porque, dentro de mi trastorno obsesivo compulsivo, yo ya le había dado la vuelta a las ideas que quería poner seis millones de veces», me dijo su autor sobre el proceso de creación del texto que resultó en una ‘novela’ dividida en dos capítulos: ‘Diario de un de vez en cuando’ y ‘La apuesta’. El primero es, sin más, un diario en el que Benito decanta sus incomodidades físicas, mentales y emocionales. Más que riqueza en la prosa, lo que hay que reconocer es la invitación a la intimidad que el autor hace al lector, ¿a quién no le produce morbo leer un diario que en otro contexto muy probablemente sería privado? Por si esto no fuera suficientemente intenso, el segundo capítulo del libro es, en palabras del escritor, el relato de «la absurda idea de conquistar (al mismo tiempo) a las tres mujeres más guapas que había conocido hasta entonces en mi vida. Me propuse hacerlo y lo hice de verdad […] es una historia de seducción bastante fallida, pero entretenida».
Sobre los lectores potenciales de Es que me aburro mucho, Benito espera encontrar más empatía que multitud. «Me gustaría que llegara alguien que se pudiera identificar con lo que yo he sido y con lo que vivido. Un hombre dividido, profundamente aburrido. Abordo el tema del tedio como un hilo conductor de la humanidad, yo creo que nos aburrimos muchísimo en general los seres humanos, yo me aburro brutalmente, casi todo el tiempo estoy aburrido y admiro mucho a la gente que tiene la gran habilidad de distraerse con pocas cosas, con cosas sencillas de la vida […] yo creo que del aburrimiento sale la introspección y de la introspección sale el deseo de ahondar en temas más antropológicos, digamos».
Hay una frase de Oscar Wilde que dice: «dale una máscara a un hombre y te dirá la verdad». Después de hablar con él y de leer su libro, creo que el aburrimiento es para Benito su máscara y le funciona bien para sincerarse, si es que efectivamente se sinceró. El aburrimiento como justificación podría parecer, en primera instancia, tonto, sin embargo a la luz del tiempo y la distancia adquiere otro significado, y se convierte incluso ¿en inspiración?