César Aira y la inutilidad como resistencia
Para el novelista argentino, la literatura debe apreciarse por sí misma y no como un medio para llegar a la política
César Aira es un tipo curioso. Tímido, encorvado, parece un pequeño ratón que deambula entre los pasillos del Gran Hotel buscando un pedazo de pan, una galletita. Es jovial pero ya se le nota la edad. En dos años cumplirá setenta. Ya hay indicios en su cuerpo: Pelo canoso, vientre abultado. Aunque no es barrigón, César Aira. Él transpira ligereza.
Camina como un pingüino. Un pingüinito argentino que perdió la Patagonia y llegó al Bajío mexicano por acción de algún portal o un fenómeno de esos que tanto fascinan al narrador y que se cuentan por cientos dentro de sus noveletas. Un pingüino kamikaze, con su carga de explosivos bajo el ala.
¿Contra quién utilizaría sus explosivos este pingüino argentino que llegó hasta Querétaro para hacer kaboom? No es difícil responder: su principal objetivo serían los promotores de lectura, luego las editoriales grandes, los empresarios (los entrepeneurs, en realidad) y todos los que hacen de la utilidad, la eficiencia, la velocidad, ejes de la vida posmoderna (los que hablamos sobre posmodernidad también podríamos incluirnos en sus objetivos, eso es seguro).
Sin ser un militante férreo, a César Aira esas cosas le provocan repulsión. Ni siquiera repulsión, quizá. Lo que le provocan es pereza, desinterés, apatía. Él nació, según lo que nos explica, para la literatura pura. La ficción como un fin de sí misma, nunca un medio. Desconfía César Aira, con razón, de quienes utilizan la literatura como medio.
Si tuviéramos que definirlo a partir de dos palabras, esas serían: brevedad y parsimonia. Es de movimientos lentos y palabra sosegada. No hay indicios en él de actividad farragosa. Siempre sonríe, eso sí, sonríe como si estuviera por estallar en una carcajada pero le pareciera un esfuerzo innecesario. Un gasto de aire.
No hay que confundirnos. Para César Aira, el móvil, más que la pereza, en el sentido negativo del término, es el amor por lo pequeño: Pequeñas editoriales, pequeñas novelas, pequeñas frases (a veces). Este amor por lo pequeño, tiene mucho de amor hacia lo infantil también.
Él mismo lo dice al hablar de sus métodos de lectura:
“Llegué a mi literatura por dos vías: A la brevedad, porque me juntaba mucho con poetas en el bachillerato. Ellos publicaban unos libros pequeñitos y yo decía ‘quiero un libro así’. Lo demás viene de la infancia (…) novelas donde hubiera indios, y la gente anduviera desnuda, a caballo, cosas así…”
Su amor por la brevedad, por lo más pequeño, viene entonces de un apego, por decirlo de alguna manera, a las impresiones puras pero poderosas de la infancia. La capacidad del instante para sorprender. La intención de cultivar un asombro, una mirada, eso es César Aira.
Estos motivos, que recuerdan a los de Bastián Balthazar Bux, el héroe que construyó Michael Ende para su magnífica “Historia interminable”, lo que buscan es construir lectores capaces de mirar de esa manera, de apreciar las historias por los elementos mismos que el autor incluye en ellas y no por valoraciones políticas, sociales o incluso estéticas, en un sentido normativo.
Toda normativa, nos recuerda César Aira, es en realidad una forma de opresión contra la conciencia libre. “Veo a la literatura como un espacio de libertad. La literatura tiene que estar lo más alejada posible de toda obligación. Además, los que hemos leído no hemos ganado gran cosa. Yo conseguí hacer negocio con eso. Pero soy uno entre muchos (ríe) Mucha gente dice ‘no leo porque no tengo tiempo tiempo’. Yo digo que yo no nunca tuve tiempo para trabajar porque tenía que leer, pero nadie debería ser obligado a leer…“.
Esta celebración de lo libre y de la inutilidad intrínseca a la literatura como un espacio de resistencia contra las normativas, lleva a Aira a posturas extremas pero consistentes como condenar de sopetón todo intento por escribir novela histórica.
“Soy un militante contra la novela histórica. La historia la tienen que escribir los historiadores. La novela es otra cosa (…) Una vez escribí una novelita histórica, el pintor viajero. Estuvo a punto de no publicarse. Yo no la quería publicar. Al final se publicó… Ni modo…”
“(…) A los lectores la literatura no les alcanza. Los que compran libros gruesos en las… librerías, pues… lo hacen… para no volver a entrar en mucho tiempo (risas). No, jeje…yo no…las novelas… que son como las mías, de literatura nada más, pues no las quiere nadie. La gente quiere filosofía, psicología, política. En mis novelas, cuando hay algo más, la gente se aferra a ese algo más. Ahora que hice una novela de indios, mucha gente cree que es por lo del tema mapuche, cosas, pero la verdad es que no. Yo de los mapuches no sé mucho, quería una novela con caballos, con indios, con gente desnuda, nada más“.
Si le preguntan por sus ambiciones, Aira es claro: si por ambiciones entendemos premios, reconocimientos, él no quiere mucho. Nada de Nobel, nada de Cervantes, galardones internacionales. Nada. Pura escritura, lentísima, pero disciplinada. Uno, o dos, libros al año. Una, o dos, lineas por hora.
“Yo disfruto escribir cada linea. Escribo muy lento. Un libro de sesenta páginas, pues… lo termino en medio año. Me gusta concentrarme en las lineas, en los personajes… soy un escritor visual, quiero que mis libros sean como una película (…) un premio de esos nunca me lo van a dar. Cuando le dan a uno un premio así… pues, es para… es por motivos extraliterarios. Hay buenos escritores con premios así, pero siempre es por motivos extraliterarios: qué la política, que la sociedad, que la violencia, la soledad del hombre contemporáneo, blabla, eso no me interesa“.
“(…) lo que a mí me interesa es crear un nuevo tipo de lector… pero estoy entrando en aguas muy profundas, me estoy poniendo filosófico y no quiero. Ya no me acuerdo bien de su pregunta” dice a una reportera “¿me la podría repetir, por favor?”