El inicio

Hoy el cielo volvió a ser pródigo con el Valle de Querétaro. Una lluvia intensa bañó por la tarde las calles y sus canteras, los […]

Hoy el cielo volvió a ser pródigo con el Valle de Querétaro. Una lluvia intensa bañó por la tarde las calles y sus canteras, los patios de sus casonas, los atrios de sus templos.
Y nuevamente, el Cimatario escondió su cara tapado por las nubes. En La Cañada, el escurrir del agua de lluvia es arrullo de siesta, arrullo de tarde.
Tal vez una lluvia parecida a esta, un 25 de julio de 1531, hizo detener la lucha por la conquista de esta tierra. La historia señala al Cerro del Sangremal como el lugar del combate. La leyenda cuenta que en el punto más fragoroso de la batalla, por entre las nubes se formó la figura del Apóstol Santiago, por lo que los indígenas de esta tierra lo tomaron como una señal para dejar de pelear, no para rendirse. Así se dio la conquista de Andamaxei como en otomí era conocido este lugar. Para los mexicas era Tlachco.
En los dos dialectos, ambas palabras tenían significado similar que era “Juego de Pelota”, tal vez por la forma de los cerros que en La Cañada recuerdan a este. Con los conquistadores, venían grupos importantes de purépechas, que le llamaron Querenda, palabra que en esta lengua significa “peña”. Serían ellos mismos quiénes le agregaron el monosílabo “ro” para quedar el vocablo como Queréndaro que pronto se transformó en Querétaro.
El líder de esta región era un indígena conocido como Conín, admirado y respetado por sus coterráneos. Este, para evitar el derramamiento de sangre, entró en pláticas con los españoles, en especial con Hernán Pérez de Bocanegra. Y si, se pusieron de acuerdo. Conín sería el intermediario entre indígenas y españoles.
Pero entre los habitantes de esta zona, que no habían sido conquistados ni siquiera por los aztecas, había orgullo. Se resistían a entregarse. Es más, algunos consideraban ya a Conín como traidor. Entonces, para salvar su honra y evitar una matanza de grandes dimensiones, Conín y los españoles, junto con sus aliados los purépechas, convinieron en la realización de una batalla, que lógicamente no sería a muerte.
“Y en el Cerro del Sangremal – según palabras del Prof. Eduardo Loarca Castillo, por muchos años cronista de la ciudad – se dio el simulacro, donde entre españoles e indígenas, se agarraron a trompadas, moquetes, rasguños y mordidas”.
Y esta es la fusión de dos pueblos y la fundación del Querétaro de hoy, justo un 25 de julio de 1531.
Hernán Pérez de Bocanegra partió a la provincia de Michoacán dejando en su representación a su acompañante Juan Sánchez de Alanís. Al ser bautizado Conín, tomó el nombre de Hernando, palabra que por el uso se convirtió en Fernando de Tapia, quien en realidad se hechó a cuestas la pacificación de toda esta zona, habitada por otomíes y chichimecas en el hoy poblado Valle de Querétaro.
Por eso la ciudad se llama Santiago de Querétaro, en honor al Apóstol Santiago cuya figura apareció en el cielo del Sangremal, según cuenta la leyenda. Por eso es que ahí, justo donde toma colina El Sangremal, fue levantada la estatua ecuestre del Apóstol Santiago.
A unas cuadras de ahí, ya en pleno valle, se levantó la iglesia del Apóstol Santiago, convertida posteriormente en parroquia, para encumbrarse como el Santo Patrono de la Ciudad de Santiago de Querétaro.
Este es un elemental abc de la fundación de la ciudad en la que vivimos y a la que mes a mes se integran decenas de familias.
Vale la pena saber de donde venimos. Al menos, en lo elemental.
Andrés González
Periodista de toda la vida, egresado de la escuela Carlos Septién García, catedrático en la Universidad de Guanajuato, analista político en radio y prensa escrita, además de Premio Estatal de Periodismo en el 2000.