Dulce quiere ser doctora y Cristian bombero, pero deben trabajar para subsistir
Dulce, Cristian y Alex son niños de 9, 6 y 4 años de edad que trabajan en el Centro Histórico de Querétaro para apoyar a sus padres. Ellos son las víctimas de un problema cuya raíz es sistemática: la desigualdad y la ausencia de oportunidades laborales.
Dulce* porta una playera rosa con el dibujo de dos hadas que se abrazan entre sí y mientras vende sus ramos de flores por las calles del Centro Histórico de Querétaro también usa un sombrero gris que la cubre del sol.
“¿Me compra un ramo de flores o me regala una moneda?“, pregunta en cada negocio al que entra. Si alguien no le compra sus flores, continúa hasta encontrar otro posible cliente porque dice que es la mejor vendedora de su familia, aunque en realidad ella quiere ser doctora cuando crezca; también vende mazapanes, paletas y cigarros, pero siempre ofrece primero sus flores, “hay de precios, tengo de 15 hasta 40 pesos”, platica.
Dulce apenas tiene 9 años y es la mayor de sus hermanos: Cristian* de 6 y Alex* de 4 años, quienes también se dedican a vender solo dulces porque cargar los ramos de flores todavía es muy pesado para ellos. Los tres andan por las calles casi siempre, menos los días que regresan a su lugar de origen en Santiago Mexquititlán, Amealco. Van allá para recoger la tarea semanal que les dejan en su escuela, ya que desde que inició la pandemia por COVID-19, cursan el ciclo escolar a la distancia.
A Dulce se le hace una sonrisa cuando se le pregunta cuál es su película favorita, “la de Ana y Elsa”, contesta mientras sus dos hermanos corren alrededor de ella en forma de un círculo. “A mí me gusta la del rayo McQueen”, agrega el más pequeño y enseña su playera con el personaje de esa película de Pixar.
Dulce y Cristian pertenecen a los 122 de cada mil niños y niñas de entre 5 y 17 años de edad que trabajan actualmente en el país, según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) del Censo y Población de Vivienda 2020.
En México hay 3.3 millones de niños y niñas que se dedican al trabajo infantil, de los cuales 2.2 millones lo hacen en ocupaciones no permitidas porque ponen en riesgo su salud, o bien, afectan su desarrollo físico y/o mental: trabajos domésticos, de limpieza, planchadores, de servicios personales, vigilancia, vendedores ambulantes o comerciantes. De esta cifra, al menos 1.1 millones desarrollan ocupaciones consideradas peligrosas por trabajar en sectores de construcción, minas, sector agropecuario, bares o cantinas, según la Encuesta Nacional de Trabajo Infantil (ENTI) 2019.
Trabajo infantil en Querétaro
En Querétaro, el 7.8 por ciento de las niñas y niños realizan trabajo infantil, de los cuales el 5.2 por ciento se dedican a actividades económicas que no están permitidas por la ley por ponerlos en riesgo. El 4.2 de las infancias en Querétaro realizan se encuentra en ocupaciones peligrosas de acuerdo con Ley Federal del Trabajo. Las tasas de trabajo infantil prohibido o peligroso más altas se presentan en los estados de Oaxaca, con 21.5 por ciento, Puebla y Chiapas con 18.3 por ciento.
Para la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y la Unicef, el número de niños en situación de trabajo infantil en el mundo es mayor a 160 millones, lo cual significó un aumento de 8.4 millones en los últimos cuatro años; esto representa el primer aumento en 20 años.
Aunado a esto, diversas organizaciones de la sociedad civil y organismos internacionales han señalado que las cifras en torno la trabajo infantil se incrementarán por la pandemia de COVID-19. Para finales del 2022, como consecuencia del coronavirus, al menos 9 millones de niñas y niños en todo el mundo podrían sumarse a este problema social, cifra que podrá incrementar a 46 millones si no se establecen políticas públicas necesarias que puedan trabajar en el problema, detalla el informe “La COVID-19 y el trabajo infantil: un periodo de crisis, una oportunidad para actuar”
Las dificultades de ser padre en un país de desigualdad
La señora Diana y su esposo Fidel Felipe Anselmo son los padres de Dulce, Alex y Cristian. A Diana, su hija mayor, la describen como una niña inteligente, sensible y que siempre cuida y se preocupa por sus hermanos menores, “para mí una campeona”, dice su papá; de Cristian cuentan que es muy tímido, pero destacan que de grande quiere ser bombero o policía y el “más pequeño es un travieso”, añaden. Fidel y Diana están conscientes de la situación que viven en su familia, el trabajo al que se han tenido que sumar sus hijos y la falta de oportunidades a un empleo formal y a una vivienda que tenga acceso a agua y luz eléctrica, pues en Santiago Mexquititlán son servicios a los que nunca han tenido acceso.
“Allá apenas pudimos construir un cuartito, pero no tenemos agua ni luz. Tenemos que caminar dos horas para ir a traer agua a una comunidad al Estado de México porque en Santiago llega una o dos veces a la semana y cuando llega tenemos que esperar en la madrugada para poder llenar dos tambos”, narran.
Estas condiciones empeoran cuando llegan a trabajar como vendedores ambulantes a Querétaro, junto a sus hijos deben quedarse en la calle a dormir y las ventas de flores y dulces apenas les deja ganancias para reinvertir y sacar para comer.
“Yo trabajaba como albañil, allá en Zibatá, pero me caí y se me descompuso el pie, mire, así lo tengo todavía, no le miento. No me quisieron pagar los gastos o dar algún apoyo para que pudiera atenderme, ya que no nos daban seguro”, dice Fidel.
Desde entonces, ambos han buscado distintos trabajos, del ramo informal, para poder sobrevivir. El último empleo que tuvieron fue en el campo, pero se acabó la cosecha y ya no les dieron trabajo.
“En el campo hay que echar fertilizantes, mata hierba, levantar el maíz, recoger el zacate. Iniciábamos de ocho de la mañana a seis de la tarde, y nos pagaban 150 pesos todo el día, y vea cómo tenemos nuestras manos, siempre buscamos trabajo y no venimos a robar”.
Para vender sus flores deben levantarse a las seis de la mañana porque a esa hora llegan los dueños de los locales del Centro Histórico a lavar sus pisos, entonces la familia tiene que desalojar el espacio en el que duermen. “Nos levantamos, nos ponemos de acuerdo y hacemos equipo, mi esposa se va con los dos niños y yo me voy con la mayor. Compramos las flores, las limpiamos y hacemos los ramos”.
Cuando se les pregunta qué opinan sobre el trabajo infantil, el señor Fidel recuerda que él mismo tuvo que trabajar desde muy pequeño cuidando vacas y borregos, lo cual impactó en la forma en la que se desarrolló. Diana acepta que sus hijos no llevan una infancia normal.
“Fuimos dos hermanos y apenas se nos hizo la oportunidad de comprar un cachito de terreno para construir mi casita de lámina”, menciona Fidel y relata que fue en la secundaria cuando tuvo que migrar al Estado de México para buscar mejores oportunidades laborales. Allá conoció a su esposa Diana, quién también migró de Oaxaca.
“Nos venimos de allá hace tres años y decidimos regresar al lugar en el que nací y crecí, porque en México es muy caro”.
A pesar se esto, ellos han visto la forma para que sus hijos no dejen de estudiar, aunque reconocen que con la pandemia tuvieron que enfrentarse a otros factores como la falta de acceso a Internet y a herramientas digitales. Apenas hace una semana tuvieron que recurrir a una tienda departamental para adquirir un celular a crédito.
“Este es mi celular, me lo compraron mis papás para que por ahí pudiera mandar mi tarea”, explica Dulce, “pero a veces hay tareas que no le entendemos o que tenemos que imprimir, ha sido muy complicado. Al más pequeño de plano ya no lo metimos a la escuela. Ella ya sabía leer, pero ahora ya no quiere echarle ganas y dice que a la escuela regresa solo si está su maestra”, agrega su madre.
Trabajo infantil, vulneración sistemática para el desarrollo de niños y niñas
La historia que cuentan Diana y Fidel es importante para comprender cuáles son las causas estructurales para que el trabajo infantil en México exista: “más allá de una estigmatización que parte una visión reduccionista por no entender la complejidad del problema”, dice la académica de la Universidad Autónoma de Querétaro (UAQ), Karen Muñoz Arellano, especialista en Sociología del Trabajo.
La señora Diana comenta que ella misma ha recibido comentarios de la gente que la señalan como una “mala madre” por andar en las calles con sus hijos trabajando. “Me han dicho que para qué traigo niños al mundo y luego no los podemos mantener”.
La también maestra en Ciencias Sociales, Karen Muñoz Arellano, explica que el trabajo infantil es una vulneración sistemática a las diferentes áreas de desarrollo de las y los niños. Acota que es todo aquel trabajo que priva a niños y niñas de su propia niñez, de la posibilidad de vivir al máximo todo su potencial y de mantener toda su dignidad y que en, alguna medida, será perjudicial en alguna de sus áreas de desarrollo.
La especialista recalca que, por un lado, son niños a quienes se les niega la escolarización, o de que tengan todas las condiciones para tener este proceso formativo, y por otro lado, hacer este tipo de trabajo los vulnera de alguna forma, ya sea física, emocional o moralmente.
“Es decir, las actividades representan un riesgo y no todo trabajo entra en esta definición de trabajo infantil, por ejemplo, hay quienes hacen actividades en su casa o en verano hacen algún tipo de actividad, que no lo hacen bajo condiciones de precariedad“, especifica.
Muñoz Arellano recalca que son condiciones estructurales, sociales e históricas que sostienen que grandes cantidades de núcleos familiares se tengan que dedicar a actividades informales en calle y las opten como forma de vida.
“Esta idea de que se pueden buscar otras opciones, no sé, no podemos pensar que las personas se despiertan un día y deciden elegir entre una vida con trabajo formal y con todas las prestaciones de ley, elegir el trabajo en calle”.
Un ejemplo de esto, es que Querétaro tiene una de las tasas más altas de desempleo a nivel nacional, con un 6.6 por ciento, de acuerdo a lo registrado en abril de 2021. Aunado a esto, durante el último trimestre del 2020, Querétaro registró a 184 mil 248 personas ocupadas en el sector informal, cifra que se encuentra por encima en 16 por ciento más de las reportadas en 2019, según la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE).
La misma Unicef y la OIT señala que de la mano de la pobreza llega el trabajo infantil, pues los hogares recurren a todos los medios de que disponen para sobrevivir. Cuando la contracción de la economía merma las oportunidades laborales de los progenitores, existe el riesgo de que los niños se vean obligados a desempeñar trabajos peligrosos en condiciones de explotación.
“Si bien las perspectivas son diferentes en cada país, las estimaciones causales de la elasticidad se sitúan en su mayoría por encima de 0.713. En otras palabras, un incremento de la pobreza del 1 por ciento propicia un incremento mínimo del 0.7 por ciento en el trabajo infantil”.
A unas calles de Jardín Guerrero, desde donde la familia de Fidel y Diana cuentan su historia, en la calle Benito Juárez Sur se encuentra otra familia que se dedica al trabajo informal, junto con sus hijos. Ellos migraron de Chiapas hace dos meses; la madre trabaja en los semáforos vendiendo dulces; sus dos menores trabajan haciendo malabares. Casi no hablan español, ya que su idioma es el Tzotzil.
Para la académica de la UAQ también existe una relación entre en trabajo infantil con los fenómenos migratorios, que a partir de los años 70 tuvo mayor fuerza porque muchas personas buscan zonas metropolitanas en donde puedan encontrar mayores posibilidades de subsistir; Muñoz Arellano refiere que, en el caso de estas zonas expulsadas dentro del estado, Amealco tiene un papel central “y en el país, la triada de estados que ha estado históricamente en condiciones de mucha vulneración que son Chiapas, Oaxaca y Guerrero”.
Explica que las unidades familiares migran con hijos e hijas, o otros casos, familias extendidas, y “me parece que de fondo habrá situaciones de mayor complejidad porque recordemos que dentro de la lógica de trabajo infantil también podemos encontrar el trabajo forzoso, niños que son arrancados de sus unidades familiares y sin llevados a realizar otras actividades, no solo lo que ocurre en los cruceros o en las calles, pues hay muchísimas otras actividades más terribles y extremas”, concluye.
*se reserva la identidad de los menores, por lo que no se usa sus nombre reales.