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Hypergenia de La Cruz

Por Staff Códice Informativo - 12/12/2017

Texto: Rafael Volta   Hace poco más seis meses apenas alcancé a dar la vuelta en Gutiérrez Nájera. Eran casi las 10:00 a.m. de un […]

 Hypergenia de La Cruz

Foto: A. Noriega

Texto: Rafael Volta

 

Hace poco más seis meses apenas alcancé a dar la vuelta en Gutiérrez Nájera. Eran casi las 10:00 a.m. de un lunes y venía manejando por Avenida Universidad, que había sido bloqueada por integrantes de la Unión de Locatarios del Mercado de La Cruz. Se hizo el caos hasta Avenida 5 de Febrero. Demostraron puro músculo. Aparcaron sus trocas entre las calles 15 de Mayo y Damián Carmona para detener la construcción de una nueva plaza comercial con un nombre espacial: Hypergenia.

Medio año después, el caos permanece igual por la construcción de las ciclovías. Son las 12:00 p.m. de un domingo de noviembre y el sol queretano quema la piel bajo un azul cielo que se antoja frío en las alturas. La edificación de la plaza fue terminada y un vendedor de bienes raíces, sentado ante una mesa de plástico y bajo una sombrilla rosa, se mosquea en busca de alguien interesado en comprar un local. Hypergenia es un mercado con una fachada moderna y una distribución cuadriculada similar a la del Mercado de La Cruz. 

Cada domingo las calles que rodean la manzana que abarca La Cruz, 15 de Mayo, Damián Carmona, José Garibaldi y Gutiérrez Nájera, es un desmadre por la gran cantidad de automóviles que circulan. Sin embargo, cada vez es menos la gente que acude a comprar al mercado. Ya nada es como antes. Allá por 1994, en plena fiebre mundialista, el local de Juan Mercado vendía cuatro tinas de cincuenta kilos, bien copeteadas, de barbacoa y montalayo al día, y todo se terminaba antes de las 10:00 a.m. En la actualidad, después del mediodía apenas se acabó la venta. Juan Mercado ya no vive, pero el negocio lo maneja su hermano Emilio, quien a su vez le surte carne a su hermano Aga, que vende nada más sábados y domingos. A los dos hermanos, el oficio y la lumbre les han pasado la factura. Son personas de la tercera edad que han envejecido obedeciendo al pie de la letra el versículo de Sirácides 11-2: «Sé fiel a tu trabajo, conságrale tu vida y continua con tu labor hasta los días de tu ancianidad».

Ahora, con mucho trabajo y paciencia, los domingos se venden solo dos tinas de barbacoa y montalayo. A veces, cuando es fin de quincena, sobra carne que habrá que sacar al otro día. «El patrón de consumo ha cambiado. La mayoría viene a comprar nada más tacos. Muy pocas personas compran de a kilo», cuenta Emilio quien luce cansado por haber pasado casi cinco horas de pie detrás de una parrilla a más de 100º C para que la barbacoa, debajo de las pencas cocidas, se sirva bien calientita, al vapor, como debe ser. «Yo me acuerdo que cuando era niño y le ayudaba a mi hermano Chece (Juan Mercado), allá en 1964, la gente ganaba en promedio 100 pesos a la semana y con ese sueldo los domingos llevaba a toda su familia a botanear y compraba un kilo de barbacoa o montalayo, que le salía en 5 pesos. Se ha perdido poder adquisitivo y la gente cambió. Ahora van al súper donde encuentras carne congelada más barata pero de menor calidad. Aquí en el mercado hay mejor carne, fruta y verdura que en cualquier parte».

Mientras Emilio recuerda aquellas épocas del milagro mexicano, hago cuentas rápidas y si los comparásemos con los 320 pesos que vale actualmente un kilo de barbacoa, el mexicano promedio debería de ganar 6 mil 400 pesos a la semana, 25 mil 600 pesos al mes, casi 915 pesos por día, para hacer esa compra cada domingo. Ni la mayoría de los egresados del Tec de Monterrey ganan así, y por dentro pienso ¿cuándo chingados volveremos a tener esos ingresos?

Los locatarios del Mercado de La Cruz: familias como los Mercado, los Bárcena, los Manríquez, los Peña, los Arreola y los Ledesma, han salido adelante con sus recursos y procurado a sus hijos, en algunos casos, una educación que ellos no recibieron. Niños que, de ser chalanes en el negocio familiar, pasaron a ser licenciados, ingenieros o médicos. Ellos han mejorado su nivel de vida y ampliado su visión del mundo.

En otros casos, los hijos siguen con el oficio y todavía dependen económicamente del local. Como es el caso de María Margarita ‘La Chinita’, de 68 años, quien con tres cazuelitas de guisos da sustento a tres generaciones: ella y su esposo, su hija, y sus dos nietos. En otros casos los locatarios han muerto y heredado el negocio a sus hijos o hermanos quienes, a pesar de que las ventas, al igual que la energía en sus cuerpos, han bajado más del 50 por ciento, siguen en el negocio porque es la costumbre y porque no saben otra forma de ganarse la vida.

Es sábado a las 5:30 a.m. y Aga Mercado, de 64 años, se levanta para llegar a la obraduría y llenar su tina con barbacoa y montalayo. A las 7:00 a.m. llega a su puesto para picar cilantro, cebolla y preparar una salsa roja y brillante con chiles cascabel y puya. A las 7:30 a.m. ya está listo para recibir a los clientes tempraneros, o a quienes prolongaron la noche de copas y buscan curársela con un buen consomé. En Aga, atrás quedó ese vigor que le permitía sostener el machete cuando partía una pierna de borrego y, con uno o dos mazazos, se quebraban los huesos.

Vende los fines de semana para sentirse productivo a su edad y porque necesita el dinero para regalarle una fiesta de quince años a su hija más pequeña. A este local algunas veces voy a comer los sábados. Cuando llegó, a las 10:00 a.m., la mayoría de las veces no hay gente porque todos nos despertamos bien tarde, pues también estamos cansados de pararnos temprano y trabajar toda la semana. Mientras Aga me extiende los tacos, en un plato de unicel, su mano y brazo tiemblan como si cargaran veinte kilos.

No es pobre, ni tampoco rico. Maneja un Matiz del 2011. Pertenece a una clase media que sexenio tras sexenio se ha acercado a la clase baja. Mientras como mis tacos acompañados de un refresco Victoria de grosella, me recuerda que hace apenas un año el municipio de Querétaro pretendía reformar el reglamento de mercados públicos con una iniciativa que prohibía vender o heredar los locales y que hasta la fecha sigue congelada. «Lo que el gobierno quiere son a sus propios políticos convertidos en dueños de nuestros locales, ¿a quién más se los van a vender?», me pregunta exaltado mientras agita su mano derecha, la fuerte. Por dentro pienso que después de una vida de trabajo, sin prestaciones, y sorteando las crisis sexenales, cualquier locatario tiene todo el derecho de vender o heredar ese patrimonio, en el cual han dejado sus mejores años.

Lunes, 2:00 p.m. Frente al depósito de basura y a un lado de Don Chamorro, sobre la calle José Garibaldi, se encuentra un local de dos por dos metros donde ‘La Chinita’ vende comida para llevar: arroz, frijoles, uno o dos guisos. El local es muy humilde. Un estufón, cazuelas, platos y una mesita de trabajo. Sus principales clientes son los mismos comerciantes de La Cruz, como Don Aga, quien dos o tres veces por semana pasa y le compra papas enchiladas, arroz y frijoles como guarnición. Quien nunca falta cada día es el cobrador del agiotista quien va por su interés.

Me da pena preguntarle a ‘La Chinita’ cuánto le debe y a quién. El cobrador lleva un tarjetón impecable color amarillento con el registro de cada uno de los abonos. Mientras María Margarita da su abono y el de otros locatarios, quienes le piden al agiotista que no vaya a cobrarles directamente su puesto, platico con Cristal, de 35 años e hija de María Margarita, acerca de la crisis de ventas en el mercado y qué es lo que haría falta para incrementarlas. Su respuesta es luminosa: «cursos de administración de dinero», a lo que su esposo agrega: «si nos apoyaran con propaganda en la radio, en la televisión, reportajes culturales, sobre la tradición que existe en este mercado y se mejorara la imagen de las fachadas creo que las ventas mejorarían, pero entonces entraríamos en un círculo vicioso porque los locatarios nos cotizaríamos más e incrementaríamos los precios y otra vez las ventas bajarían». Por dentro pienso que todo México es un círculo vicioso y que yo también soy un anillo lleno de contradicciones. 

Cuando el cobrador se va les pregunto acerca de la convocatoria que Sedesol ha pegado en las puertas de las oficinas de la administración del mercado y en la cual se prometen apoyos de 10 mil pesos a los locatarios a cambio de que coticen mejoras en sus instalaciones, con la condición de que paguen primero lo que compraron y lo facturen. ‘La Chinita’, al igual que Aga y Emilio, no se inscribirán en la convocatoria pues sienten desconfianza de las autoridades y temen ser censados por ‘Mamá Lolita’. Ellos pagan una cuota mensual por sus actividades, pero no quieren meterse en problemas burocráticos hacendarios como el resto de las personas físicas que sufren mes con mes para declarar, mientras que a los paraísos fiscales solo entran los más ricos y nadie los molesta. Para locatarios que van al día, y que muchas veces no tienen ni para comprar los insumos, la única opción de crédito es el agiotista a pesar de su altísima tasa de interés.

Para María Margarita «la mala época vino desde el 2001 con el atentado de las Torres Gemelas». Para Emilio fue a partir del sexenio de Zedillo, con la crisis de 1995, que comenzó la caída en picada del consumo. Para Don Aga fue a partir de los gobiernos panistas. Los tres coinciden que este sexenio ha sido el peor. Cuando les pregunto acerca del por qué en la caída  de las ventas, ellos se lo atribuyen al creciente número de supermercados que hay en la ciudad. Los Walmart, los Chedraui, los Soriana… si a ello se le suma que alrededor del mercado han autorizado centros comerciales como Waldo’s y la más reciente Hypergenia, el futuro no luce esperanzador. Emilio me explica con un pensamiento más sistemático que «la crisis de los mercados públicos proviene de la crisis del campo. Si se estimulara la producción de alimentos, el precio al consumidor sería más barato y la economía crecería».

No todos los locales son tan humildes como el de ‘La Chinita’.  Negocios como Don Chamorro, Tacos Leo, Antojitos Emma, Antojitos Greta y las gorditas de maíz quebrado en el anexo siempre tienen gente. A La Cruz han venido a almorzar políticos cuando todavía no ocupan un puesto de elección popular o cuando inician campaña, «pero una vez que suben, no regresan» dice Emilio. También venían a almorzar sus tacos de copete con papas o con aguacate, narcotraficantes que ahora tienen serie en Netflix y que han sido extraditados a Estados Unidos. También han venido a ofrecer borregos para la barbacoa quienes hoy son gobernadores. Han sido sacados a madrazos españoles que pinchean a los mexicanos de jodidos y franceses que chulean a las muchachas del menudo. Han venido candidatos sin guaruras a darse un baño de pueblo y les ha ido bien, a otros les han gritado de cosas y unos mejor ni se han parado aquí, porque saben que les va a ir peor.

De lo que estoy seguro es que si a los locatarios les va mejor significa que al mexicano promedio también le va bien, pero eso no está pasando. Cuando les pregunto cómo se imaginan el Mercado de La Cruz en el año 2050, ‘La Chinita’ y Don Aga ven una moderna plaza comercial en la manzana. Emilio, por su parte, responde que le gustaría «ver todo bullicioso como era antes, cuando a las 5:00 a.m. todos los puestos estaban abiertos, llenos de gente comprando». Pero lo que cree que pasará lo dice en una palabra con voz triste: «desolación».


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