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El ‘seny’ y la ‘rauxa’ de los inmigrantes

Por Staff Códice Informativo - 13/12/2017

Texto: Isabel-Cristina Arenas   Con haber emigrado una vez en la vida es suficiente. Barcelona es casi perfecta a ojos de un latinoamericano que viene […]

 El ‘seny’ y la ‘rauxa’ de los inmigrantes

Foto: HazteOir.Org

Texto: Isabel-Cristina Arenas

 

Con haber emigrado una vez en la vida es suficiente. Barcelona es casi perfecta a ojos de un latinoamericano que viene de una ciudad caótica. Pensar en la posibilidad de tener que dejarla, y no por decisión propia, es una pesadilla. Aquí la gente se convierte en lo que quiere ser, en lo que realmente es, en lo que trabaja para llegar a ser, y eso se traduce en una palabra: libertad. Los inmigrantes estamos un poco al margen, y no por voluntad, de lo que sucede hoy en Cataluña. Nos preocupa que estar aquí ya no sea una bendición, sino una lucha, otra, como la que cada uno tuvo que vivir antes de llegar. A mí, siendo práctica, egoísta tal vez, me angustia que los años invertidos en obtener un pasaporte español, que no ha llegado, se pierdan y comience otro ciclo de trámites.

La capital de la Comunidad Autónoma de Cataluña representa el 16 por ciento de la población de España y aporta casi el 20 por ciento de su producto interno bruto (PIB). El pasado 1 de octubre se celebró un referéndum, sin validez jurídica, sobre la independencia de la comunidad en el que la mayoría de los catalanes quería votar. Cada uno tenía sus motivos, ya fuera por el sí o por el no: unos radicales, otros racionales, otros sentimentales. Ese domingo de referéndum, el Gobierno Español intentó impedir la votación, hubo violencia contra quienes participaron, irregularidades en el proceso, urnas decomisadas; las imágenes de los heridos y las noticias comenzaron a aparecer en los medios de comunicación del mundo. Todo lo que hasta ese momento podría haberse arreglado con el diálogo (o así lo creemos los más ingenuos) tomó un rumbo inesperado y lleno de incertidumbre. Participó el 43 por ciento del censo electoral, y el 90 por ciento votó por el sí. ¿Es este 43 por ciento suficiente para promover una independencia?

En lo único en que yo puedo creer, es en lo que he visto: cacerolazos a las 10:00 p.m., helicópteros, banderas (catalanas, catalanas independentistas y españolas), marchas en el centro de la ciudad en apoyo o en contra de la secesión, rupturas familiares, amistades hechas a un lado, una gran confusión generalizada. También incredulidad y esperanza. Para un inmigrante es bastante complicado entender las raíces de un problema que la mayoría, al llegar aquí, no sabíamos que existía. Pero se puede comenzar por escuchar a la gente que nos rodea, pensar en los motivos de cualquiera que sea la inclinación y tener respeto por las opiniones ajenas. Esto es algo muy importante en lo que podemos colaborar. Yo no estoy dispuesta a perder a nadie, ni vecinos, ni amigos, ni profesores, y me cuesta entender el independentismo ciego y agresivo de quienes no han nacido aquí.

Si existió o no una Declaración de Independencia Unilateral (DIU) es aún un punto de debate. En dos ocasiones yo creí que sí. Primero el 10 de octubre durante el discurso de Carles Puigdemont, presidente de la Generalitat de Cataluña, cuando hizo la declaración para después ‘suspenderla’, a lo que el Gobierno de Mariano Rajoy pidió una respuesta clara, ¿había sido un ‘sí la declaramos’ o un ‘no la declaramos’?. Días después, el 27 de octubre, ocurrió algo similar, pero más claro. El parlamento catalán aprobó la Ley del Referéndum con 72 votos a favor, 12 abstenciones y ningún voto en contra, la oposición había abandonado la sala en señal de protesta, la mitad del lugar estaba vacío. Horas después el Gobierno Español aplicó el artículo 155 de la Constitución y destituyó a los altos cargos de la Generalitat. Esto es un resumen, bastante abrupto, sobre los acontecimientos que son difíciles de entender incluso para quienes vivimos en Barcelona.

Cuando he tenido la oportunidad de hablar con catalanes, veo que les preocupan temas como la economía (2 mil empresas han cambiado su sede fiscal), el futuro de sus hijos, la libertad de expresión y la animadversión que se pueda generar hacia ellos en otras regiones, entre otros motivos que uno no imaginaría. Por ejemplo, mi vecina de 77 años me dijo que le angustia, y lo veo en sus ojos, que puedan volver los días de hambre y tristeza que ella vivió después de la Guerra Civil Española, así que ha eliminado las noticias de su vida, y conmigo se queja, sin distinción, de todos los políticos.

Hay quienes no están de acuerdo con la forma en que se ha gestionado el proceso (el procés) de independencia por parte del Gobierno Catalán, pero tampoco con la respuesta del Gobierno de España. Es un ‘todos contra todos’ silencioso, un tema que hiere susceptibilidades, que va del seny a la rauxa, y de la rauxa al seny. Del sentido común al arrebato y viceversa. Son dos términos que definen el carácter de los catalanes y se han convertido en estereotipos.

Nada se resume con un ‘sí’ o un ‘no’. En este tema, los inmigrantes que no tenemos pasaporte español no contamos para nada, aunque nuestras vidas, trabajos, familia, planes e impuestos estén aquí. Entonces escuchamos y a veces también discutimos entre nosotros. Estoy en un grupo cerrado de Facebook en el que la mayoría somos latinoamericanos en España. Compartimos experiencias, consejos, favores y se promueven iniciativas empresariales. Por reglamento del grupo no está permitido hablar de política o religión, sin embargo, hace unos días un integrante escribió: «Encuesta: irse a vivir a Barcelona en este momento: sí o no». Técnicamente no sería un tema político si no nos encontráramos una situación coyuntural; si en vez de Barcelona, la encuesta hubiera sido sobre Madrid, Valencia o Málaga, no hubiesen existido ciento veinte comentarios.

En el debate del grupo la mayoría se inclinó por el sí: Barcelona es elegible para emigrar. Ese ‘sí’ provenía de personas que vivían o vivieron aquí, pocos dijeron abiertamente que no era buena idea. «Sí, tenemos la esperanza de que la situación mejore y todo regrese a la normalidad», «sí, hay incertidumbre en cualquier parte del mundo», «sí, es una etapa de cambios y crisis interna que pasará». Ese ‘sí’ tiene un gran porcentaje de esperanza de que esta vuelva a ser la ciudad a la que llegamos. El miedo va por dentro. Existen matices entre las opiniones sobre el alto costo de vida y las oportunidades laborales; pero la amplia oferta cultural, el clima y la cercanía al mar fueron el punto de unión. El debate tomó un rumbo agresivo porque alguien dijo que prefería educar a sus hijos en otra parte por «el problema del idioma», quería que sus hijos estudiaran en español, inglés, alemán o francés, y algunos apoyaron la idea.

El catalán es una lengua cooficial en Cataluña, y en los colegios se enseña principalmente en este idioma. La gente es perfectamente bilingüe, pasa de una lengua a otra sin problema, y los niños desarrollan la facilidad para aprender cualquier otra. Los catalanes aprecian mucho el esfuerzo que hacen los inmigrantes por hablar en su idioma, las clases de nivel básico son gratuitas y la gente es abierta a intercambios lingüísticos. Sin duda es una ventaja y es una lástima que algunos no puedan verlo, pero cada cual es libre de educar a sus hijos como mejor le parezca. El intercambio de opiniones en el grupo de inmigrantes sobrepasó la línea del respeto y una persona fue expulsada. Días más tarde vi que otros dos también se habían salido.

El próximo 21 de diciembre habrá elecciones autonómicas con las que se espera llegue un nuevo comienzo. Ese día se medirán los ánimos independentistas y se espera un alto porcentaje de votantes. Será el referéndum que no fue. Como los inmigrantes con residencia sin pasaporte no podemos votar, solo nos queda esperar con impotencia. Mientras tanto salimos a comprar el pan, escribimos, llevamos a los niños al colegio, vamos al trabajo, al mar, a una marcha, tomamos el metro, vivimos. A veces leemos las noticias compulsivamente, a veces nos desintoxicamos. Yo tengo momentos en que, para vivir en paz, sigo el consejo del escritor catalán Enrique Vila-Matas y entro en ‘modo avión’, pero no por mucho rato, pues es un tiempo de giros inesperados.


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