La ficcionalización del Día de Muertos
Una reflexión sobre ‘Coco’, la más reciente entrega de Disney y Pixar que está centrada en las tradiciones mexicanas del Día de Muertos.
Disney y Pixar lo volvieron a hacer. Como ocurrió con Buscando a Nemo en 2003, con Toy Story 3 en 2010 y con Intensamente en 2015, la película Coco, que se estrenó durante el XV Festival Internacional de Cine de Morelia y posteriormente en salas comerciales de todo el país, se nos presenta como un filme animado para niños con un poderoso contenido emocional al que difícilmente un adulto puede quedar indiferente.
En México, este estreno ha sido recibido con especial atención, tanto por el público como por los medios de comunicación, por presentar una historia centrada en la tradición del Día de Muertos; por si esto fuera poco, Lee Unkrich, director de la película, expresó que Coco es «una carta de amor» al país, en tiempos en los que las políticas públicas de Estados Unidos, nación de origen del cineasta y la producción, lo único que parecen reflejar hacia México es una profunda animadversión.
Unkrich y su equipo, del que naturalmente formaron parte estadounidenses de origen mexicano, como el guionista Adrian Molina, recurrieron a innumerables referencias de la cosmovisión nacional para representar la historia de Miguel, un niño de 12 años que se enfrenta al dilema de seguir su sueño de ser músico a costa del desagrado y la decepción de su familia de zapateros, quienes además, a lo largo de tres generaciones, han cultivado desprecio por toda forma de expresión musical.
Escenarios animados inspirados en ciudades como Guanajuato y Oaxaca; la evidente emulación de Pedro Infante en la personificación de Ernesto de la Cruz, ídolo musical de Miguel; panteones llenos de flores de cempasúchil que parecen brillar con luz propia; la figura de una abuela como pilar de la familia; la memoria de los seres queridos que ‘se nos adelantaron’ y un bolero tristísimo que, aunque desconocido hasta antes de la película, ha conseguido mover fibras muy sensibles con la frase «Recuérdame, aunque tengo que migrar…» (en la versión doblada en la voz de Luis Ángel Gómez Jaramillo, un niño cantante de rancheras originario de San Francisco del Rincón, Guanajuato), fueron algunos de los ingredientes de la fórmula que utilizaron para apelar a los sentimientos y llegar ‘directito’ al corazón del público mexicano.
Es fácil dejarse cautivar por la propia cultura traducida al lenguaje del universo Disney, después de todo los mexicanos (como probablemente ocurra con otros gentilicios) tenemos debilidad por la autoejemplificación. Sin embargo la traducción de mexicanismos hecha por Pixar ha tenido sus detractores, motivados en parte por el intento que el estudio hizo en 2013 de patentar como marca registrada el nombre ‘Día de los Muertos’, una tradición que forma parte del Patrimonio Intangible de la Humanidad. Se habla de una apropiación cultural a la cual Disney ha recurrido en numerosas ocasiones, desde Mulán hasta Moana.
Para evitar los sentimientos encontrados y disfrutar la película en familia sin lamentos, es importante no perder de vista que en Coco estamos ante una ficcionalización del Día de Muertos, y no debemos tomar esta producción audiovisual como un recurso único para dar a conocer, mucho menos entender, una tradición que tienes sus raíces en el México prehispánico, pues es probable que el filme revele más información sobre la historia familiar de sus creadores que sobre el Día de Muertos en sí.
Esto no quiere decir que la película no nos diga nada sobre México, pero hay que saber leerla y entender que se trata de una versión del país vista por ojos estadounidenses. Es muy probable que en Coco no se haya capturado la esencia de lo que representa el Día de Muertos en su totalidad, pero vale la pena reflexionar sobre qué nos quiere decir esa interpretación de la noche de los Fieles Difuntos, en la que si tu foto y tu nombre no aparecen en el sistema no tienes derecho a cruzar ‘al otro lado’ para encontrarte, una vez al año, con tus seres queridos.