Abuso sexual infantil, un fantasma que acecha en secreto (Primera parte)
Parece un tema lejano a nuestra realidad, pero se estima que una de cada cinco personas que llegan a los 18 años sufrió abuso sexual en su niñez. Lo peor es que de cada 100 de esos niños, solo dos lo llegan a contar

Foto: Facebook Corazones Mágicos
*Los nombres de los menores involucrados fueron modificados para proteger su identidad
La primera vez que Fabiola recuerda haber sido abusada sexualmente fue entre 2011 y 2012. Su agresor le obligó a chuparle el pene. Duró “poquito tiempo”, según lo que narró al Ministerio Público (MP) y que está asentado en el expediente 123/2016 en el Juzgado Séptimo de Primera Instancia de Querétaro.
A Fabiola le cuesta mucho precisar los hechos alrededor de ese evento. Cuando rindió su declaración al agente investigador del MP tenía ocho años, el 24 de noviembre de 2014.
En esa declaración, ella se refirió a lo que pasó un día en su entonces casa ubicada en la calle Hidalgo, cuando no estaba su mamá. Tenía cuatro años cuando un sujeto, después de darle besos en la boca, se bajó los pantalones y le agarró la cabeza para obligarla a practicarle sexo oral. Se detuvo cuando le dijo que su mamá estaba por llegar. Fabiola estaba viendo la televisión en la sala junto a su hermano.
El sujeto que la violó es su papá.
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El abuso sexual infantil es una amenaza mucho más común de lo que nos gustaría aceptar. Es difícil contar con datos precisos y confiables, pues es una conducta que por definición subiste en más absoluto de los silencios. Pero los pocos acercamientos son abrumadores.
La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) estima que al menos 4.5 millones de niños y niñas en México han sido abusados sexualmente. Lo terrorífico es que considera que solo el 2 por ciento de esos menores lo dan a conocer.
El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef, por sus siglas en inglés) cita un estudio de la Universidad de Barcelona, realizado en 2009, que señala que a nivel global, el 7.9 por ciento de los hombres y el 19.7 por ciento de las mujeres son abusados sexualmente antes de cumplir 18 años.
Si a esto se le agrega que desde la función pública existe muy pocas herramientas para atender a este tipo de víctimas, el asunto se convierte en una emergencia. A nivel nacional, apenas son 12 las organizaciones de la sociedad civil que trabajan con menores violentados sexualmente.
Corazones Mágicos, ubicada en el número 153 de la avenida Candiles, es la única de ellas situada en el Bajío mexicano. Ahí van a parar todos los menores que llegan al DIF buscando ayuda. María Fernanda Lazo, su presidenta, asegura que hasta diciembre de 2016, su centro de rehabilitación atendía en promedio a 123 menores de edad, 88 niños y 33 adolescentes, que han sido víctimas de abuso sexual. Entre esos menores está Fabiola.
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El papá de Fabiola fue sentenciado a prisión por el delito de violación equiparada el 29 de noviembre de 2016. Las agresiones sexuales contra su hija transcurrieron durante “un largo tiempo”, de acuerdo con el informe que la psicóloga Marisol Zabalegui Rodríguez, de la fundación Corazones Mágicos, rindió como parte del proceso penal.
En la terapia psicológica, Fabiola pudo recuperar recuerdos de los abusos que su padre hizo contra ella, entre los que está obligarla a practicarle sexo oral, conducta que provocó que el juez lo acusara de violación equiparada y no de abusos deshonestos, como propuso en un principio el Ministerio Público.
Fue su abuela quien la llevó en julio de 2013 con una psicóloga que le advirtió que algo no estaba bien con su nieta. Fabiola ya le había comentado que su papá le pedía que “le chupara la cola”, pero en su familia nadie le había creído. El 8 de agosto de 2014 ingresó al DIF, de donde salió el 16 de octubre para vivir con su abuela. Desde el 4 de octubre y hasta hoy en día va cada ocho días a consulta terapéutica en Corazones Mágicos.
Con este tratamiento ha podido trabajar en los ataques de ansiedad que sufría, los trastornos del sueño que no la dejaban dormir, el sentimiento de culpa que le inculcó su padre, quien siempre la hizo sentir que ella era quien lo provocaba, su inusitada agresividad, el retraimiento social que la alejó de sus amigos, la falta de concentración en la escuela y la hipersexualización que la ha llevado a involucrar a su hermano menor Christian en juegos sexuales, y por los cuáles él también acude a terapia desde agosto de 2014.
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A diferencia de lo que pasa en el abuso sexual contra adultos, en el que las víctimas son sometidas a través del uso de la fuerza física, cuando se trata de menores de edad la violencia es mucho más sutil.
Los pederastas son más bien seductores. Depredadores que acechan a sus presas desde la distancia. Esperan a que el entorno sea favorable y en ningún momento revelan su posición. Aprovechan el factor de poder que suele tener como adultos sobre un niño para someterlo psicológicamente, valiéndose de su ingenuidad. Atacan asertivamente a los objetivos más vulnerables y se retiran sin apenas dejar rastro de su presencia.
Y por más chocante que parezca, usualmente hay un vínculo afectivo entre el abusador y su víctima. Es lastimosamente común que, como Fabiola, el infierno se encuentre en casa.
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En la reconstrucción de los hechos fue posible, gracias a la terapia psicológica que recibió Fabiola, identificar al menos tres eventos más en los que su padre la tocó en la vagina, la besó en la boca, y la obligó a tocarle el pene.
Desde que empezó el asunto penal y hasta que su padre fue condenado a prisión, pasaron tres años en los que Fabiola tuvo que acudir a declarar al Ministerio Público en cuatro ocasiones. La falta de precisión en su relatoría de hechos, natural para la edad en la que sucedieron los hechos traumáticos, provocó que se tratara de llamarla en una quinta ocasión.
Sin embargo, la defensa de Fabiola se amparó para evitar que la autoridad ministerial la revictimizara una vez más haciéndola revivir los abusos que recibió por parte de su padre, pues cada vez que acudía a declarar sufría regresiones en la sintomatología que sufre por ser víctima de abuso sexual.
Actualmente, está en curso una apelación por parte de la defensa de Fabiola para que la sentencia en contra de su padre sea mayor, pues en primera instancia el juez solo validó dos de los cuatro eventos de abuso sexual que logró recordar la niña, pero que no le quedaron claros al juez por la falta de precisión en su relato.
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Marisol Zabalegui considera que en México se vive una suerte de “adultocracia” que en buena medida pone en mayor vulnerabilidad a la niñez. Los hijos son, en las familias, objetos que están a merced de las decisiones de sus padres. Extensiones de la dimensión privada de la sociedad que solo cuando ya han sido violentados son visibilizados y se les trata como sujetos de derecho.
Solemos imponer a nuestros hijos desde nuestras posturas religiosas hasta decisiones tan elementales como a quién deben besar a la hora de saludar. ¿Quién no ha escuchado a una madre llamando a la corrección a su pequeño que no desea besar en la mejilla a su tío?
Los niños crecen bajo la consideración de que no están listos para tomar decisiones por sí mismos. Durante los primeros años de su vida son los padres los que se encargan de definir su destino.
Para ilustrar esto, la última Encuesta Nacional sobre Discriminación en México establece que el 27.6 por ciento de los cuestionados consideran que los niños deben tener los derechos que sus padres les quieran dar. En Querétaro, esa cifra es del 16.3 por ciento, pero un 4.7 por ciento de los encuestados cree que los niños, de plano, no tienen derechos.
Incluso se les inculca que “contestarle” a sus mayores, es decir, oponerse a la voluntad del otro sobre sí, es una de las mayores ofensas. “Obediencia ciega” le llama Fernanda Lazo cuanto enlista las condiciones que permiten el abuso sexual infantil, entre las que agrega una mala educación sexual, la pobreza, el hacinamiento, el aislamiento y la falta de afectividad .
Se les imponen modelos de vida sin enseñarles, antes que nada, la elemental lección del pensamiento. En su mayoría, los jóvenes rompen con la cuadratura paterna hasta bien entrada la adolescencia y es cuando comienzan a tomar decisiones por sí mismos. El problema es que para ese momento, uno de cada cinco ya fue violentado sexualmente y solo dos de ellos, entre 100, lo ha denunciado ante las autoridades.
Esto, junto a una sociedad que estigmatiza la sexualidad, que enaltece el poderío machista, que padece de una violencia recalcitrante y que tolera el acoso, forman un caldo de cultivo que favorece a los abusadores sexuales.
“Al final de cuentas hay un silencio de la víctima, de la familia, de la escuela y del grupo social en general que podemos ver cómo se va traduciendo en prácticas cotidianas, las más evidentes son las leyes. Que no sea considerado un delito grave. Pareciera que no se cree a la víctima”, lamenta Marisol.
Las carencias y las virtudes de las leyes y del sistema de justicia que protege a los menores del abuso sexual infantil son, sin duda, una parte esencial en el análisis de esta problemática social. Pero ese será el tema de la segunda parte de este reportaje.