Con los ojos bien abiertos: La Laborcilla, un año después
Una crónica de los hechos
Como cada mañana, los niños desde bien temprano ya jugaban sobre la tierra fría. Las mujeres y los hombres compartían el café de olla y algún pedazo de pan. Cada quien pone algo de lo poco que tiene y todos toman, sin que se manifieste ningún tipo de remordimiento.
Mientras algunos se bañan a cántaros con el agua que traen de “arriba”, otros revisan los cables que jalan peligrosamente desde La Laborcilla número 1, una pequeña comunidad que bien tiene pequeñas cuartos como casas de muy buen ver.
En medio, una porción de tierra vacía por donde recorren cables y tubos que llevan agua y luz de manera irregular hasta La Laborcilla número 2, donde apenas sobresalen una pobres casas hechas de madera por el programa “Un Techo para mi País”.
La mañana de ese 11 de junio el muro roto por el que entran y salen de su comunidad lucía como siempre, pero sería testigo silencioso de una tragedia. Avanzado ya el día, un camión con una enorme plancha de metal se apareció en el lugar. No parecía ser algo raro, porque los poderosos vecinos de Rancho Los Servín, mejor conocidos como fraccionamiento El Campanario, siempre han querido terminar de construir ese muro, que es el comienzo del fin de la comunidad La Laborcilla, donde decenas de familias se han posesionado desde años atrás. Dicen los que saben que esas tierras pretenden ser una nueva sección del exclusivo fraccionamiento El Campanario.
Esta vez había algo raro. Decenas de sujetos vestidos como una especie de comando armado arribaron sobre la plancha o en camionetas que les escoltaban. Armados con gases lacrimógenos, toletes, y algunas otras armas, atacaron a los miembros de la comunidad, quienes de manera recia se defendieron y evitaron que pudiera taparse la única entrada a lo que ellos llaman hogar.
El grupo, aparentemente, es de El Campanario, y vienen a apoyar las acciones de tapado de la entrada y desalojo de habitantes. Aseguran son sus tierras y muestran papeles. Lo mismo hacen los habitantes, quienes aseguran esas tierras son suyas. Es una batalla jurídica que existía tiempo atrás y que todavía hoy no se resuelve.
En la refriega, los ánimos se calentaron a tal grado que alguien sacó un arma de fuego. La idea era descargarla sobre la humanidad de Trinidad Salinas Muñoz, el líder y dirigente de la comunidad. Los adolescentes hijos de “Don Trini” se interpusieron entre su padre y las balas. Eduardo sobrevivió a las heridas, pero Heriberto apenas pudo aguantar unos minutos antes de fallecer sobre la tierra fría en la que horas antes jugaban los niños.
31 personas fueron detenidas ese día. Dicen no fueron todos los que participaron. Semanas después, se les acusó a todos ellos de haber disparado el arma. Todos. Mientras ellos esperan a que la autoridad encuentre al culpable de detonar el arma que le dio muerte a Heriberto, si es que está entre los detenidos, llevan ya un año privados de su libertad después de haber aceptado lo que creyeron sería un simple protocolo de seguridad. Sólo tenían que venir a Querétaro desde su tierra de origen, Jalisco, y garantizar que la plancha fuera colocada sin mayor problemática. Al final, todo fue un desastre. Incluso el proceso legal.
Hasta la Defensoría de los Derechos Humanos de Querétaro (DDHQ) le entró al asunto, investigando sobre irregularidades en el proceso que no han permitido el respeto a los derechos humanos de los detenidos. Además, encontró dos medidas diferentes en el caso: primero se le dio libertad a dos menores de edad que no fueron encontrados en flagrancia por una juez de asuntos juveniles, mientras que con los mayores la tabla fue pareja para todos.
Hoy, 11 de junio de 2014, la mañana luce muy parecida. Permanentemente un grupo de vecinos se apersona en la entrada para vigilar y evitar que otro grupo de seguridad privada les vuelva a maltratar. Lo que sí cambio fue la confianza, ya nadie se mira igual a los ojos. El futuro y la vida de La Laborcilla número 2 depende de una sola cosa: tener los ojos bien abiertos en búsqueda de cualquiera que pretenda quitarles lo más valioso que tienen, las tierras en las que habitan, un botín por el que algunos, incluso, están dispuestos matar.