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No quiero un país de topes

Por - 05/10/2015

“La sociedad política perdura si se plantea, como vocación, satisfacer las necesidades comunes favoreciendo el crecimiento de todos sus miembros”. Papa Francisco El México en el […]

 No quiero un país de topes

“La sociedad política perdura si se plantea, como vocación, satisfacer las necesidades comunes favoreciendo el crecimiento de todos sus miembros”.

Papa Francisco

El México en el que me tocó vivir, tal vez no era mejor del que hoy viven mis hijos, nietos y 120 millones de mexicanos, más. Tengo gratos recuerdos de la ciudad en la que pasé mis primeros 30 años. Esta sensación de felicidad, belleza y una enorme gama de sentimientos recubren la etapa de mi infancia. Puede que sea fruto de la añoranza, ahora que me encuentro en el último tercio de la vida, o de la capacidad del ser humano para cernir lo negativo de lo positivo.

Lo que sí me queda claro es que esas vivencias fueron fundamentales para mi posterior desarrollo. Ellas cincelaron en mí los valores sociales y cívicos, detonadores para mi involucramiento en la vida política activa de mi país amado.

El México de mi infancia, el de los 50´s, fue el de la “ciudad más transparente”, en la que no había millones de carros y camiones contaminando el ambiente, no había semáforos ni topes para controlar la vía pública. La circulación era dirigida por agentes de tránsito o tamarindos; peatones y conductores obedecían, sin cuestionar, sus indicaciones de siga o alto. Estos servidores públicos, en general, eran respetados como autoridad y rodeados de regalos, en su pequeño podio, el Día del agente de tránsito.

En el México de mi adultez, han cambiado muchas cosas para bien en temas de educación, salud, economía; en el acceso a bienes de consumo; en la toma de conciencia y participación política. Ahora, contamos con un marco legal amplio y con instituciones de prevención, atención y sanción, para asegurar el funcionamiento del País.

¡Muchas otras cosas cambiaron para mal! En este espacio me limitaré a una de ellas y, que tal vez, suene superfluo, el de los topes. Conducir por las vialidades de las ciudades mexicanas, es una pesadilla. Como caminantes deberíamos disfrutar nuestras polis, ya sean urbanas o rurales, y no las inundadas de topes, como presencia estresante, desesperante y primitiva.

Tope tiene que ver con impedir o estorbar. Los topes son montículos que pueden ser pequeños, medianos y grandes, de metal, plástico, asfalto o cemento.

Fue en 1906, en el pueblo de Chatham, ubicado en Nueva Jersey, que ante el auge que tomaba el tránsito de los automóviles alguien tuvo la idea de colocar el primer tope. Hace ya varias décadas que en los países “civilizados” están prohibidos. Sus topes son las leyes y reglamentos que en caso de incumplimiento cuentan con sus respectivas sanciones.

Pero en el México, en el que lo ‘no prohibido está permitido’, cualquiera tiene la capacidad de poner un tope. Cada cien metros nos topamos con estos insufribles montículos sin autorización que hacen perder tiempo, dinero y contaminan la atmósfera. Los topes no generan conciencia ni cultura, se convierten en una alternativa “discrecional” para controlar los límites de velocidad.

Los miles de topes en México existen porque no se respeta la ley: ni la autoridad obliga a su cumplimiento y sanciona; ni el conductor la cumple. Es la cultura de la simulación en la que “yo hago como que trabajo y tú haces como que me pagas”. Es la sombra maniquea de nuestra historia que mientras la letra constitucional señala prohibiciones, la autoridad simula y las permite.

Esta cultura de simulación ha permeado todos los ámbitos de la vida ciudadana bloqueando el desarrollo democrático, a través de topes de diversa índole. Algunos ejemplos:

– El tope a la credibilidad ciudadana es la corrupción y la impunidad. Según el Latinobarómetro, el 19% de los mexicanos está satisfecho con la democracia, en América Latina es 37%.

– El tope a la justicia y el respeto a los derechos humanos es la inseguridad y la violencia, que representa el 1.27% del PIB en 2014 (Inegi).

– El tope a la inversión y la productividad es el favoritismo y el desvío de recursos públicos. El Presupuesto 2016, disminuye 1% en gasto corriente y 21% en el rubro de inversión.

Éstos son algunos factores que determinan la falta de crecimiento y desarrollo, topes que padecen y sufren, día a día, los ciudadanos y que impiden generar condiciones para el progreso en sectores estratégicos.

Pareciera que se vive una crisis permanente. Somos una ciudadanía inconforme, con voz tímida que inhabilita una participación activa y se limita a ser espectador. Se queja de los escándalos, de la devaluación, del pasmo del gobierno ante la inseguridad, la violencia, etc. Topes, topes y más topes.

Urgen ciudadanos exigentes que eliminen los topes que impiden a México circular hacia la vida democrática. Yo, ya empecé a eliminarlos porque quiero un País sin topes. ¿Y tú?


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